martes, diciembre 17, 2024

El año 291 a.C., fecha clave en la civilización olmeca

Adrián García Aguirre / Cdmx

*Ese número estaba inscrito en una estela pétrea.
*Esculturas de Tras Zapotes, anteriores a las mayas.
*Los hallazgos se documentaron en National Geographic.
*Trabajos de Matthew y Marion Sterling deben reconocerse.
*Testimonio arqueológico en el Parque Hundido capitalino.

Retirado el patrocinio del Instituto Smithsoniano, las siguientes expediciones que llevaron a Matthew y Marion Stirling a descubrir las cabezas olmecas de Tres Zapotes, Veracruz, luego recibieron el financiamiento de la fundación National Geographic y, en un lapso de únicamente tres días, los arqueólogos estadounidenses encontraron cinco más de las ya conocidas esculturas.
Sin embargo, el hallazgo más revelador y crucial no sería una más entre esas enormes piezas pétreas, sino una fecha encontrada al año siguiente de su llegada, en 1939, cuando Matthew y su esposa Marion dieron con media estela de piedra y, al traducir las inscripciones talladas en ella, pudieron descifrar un año: 291 a.C.
Para este momento, las primeras culturas mesoamericanas solían fecharse en el período clásico temprano (entre los años 200 y 600 d.C), por lo que una fecha como 291 a.C, que era prácticamente medio milenio anterior, resultaba no sólo desconcertante, sino improbable, pues en toda América nunca se había encontrado nada que fuese una época tan temprana.
Ese mismo año, Stirling publicaría en la revista National Geographic dos textos titulados Discovering the New World’s Oldest Dated Work of Man: Maya Monument Inscribed 291 B. C. y Monument Unearthed Near a Huge Stone Head, dando crédito a la expedición del Instituto Smithsoniano al sur de México.
En la revista National Geographic quedó documentado que, aunque en uno de los dos reportajes el arqueólogo defendía su teoría de que el año 291 a.C era el correcto, aún no tenía claro el origen de los vestigios, clasificándolos como pertenecientes a la civilización maya.
Tras conocerse en el Instituto Smithsoniano, Matthew y Marion Stirling contrajeron matrimonio en 1933, preparando viajes, dedicándose a excavar, publicar y divulgar de manera conjunta sus hallazgos y descubrimientos.
No sería sino hasta 1942 cuando, en uno de los congresos de la Sociedad Mexicana de Antropología, el arqueólogo Alfonso Caso y el muralista Miguel Covarrubias propondrían el término “cultura madre”.
Esa denominación -argumentaron- permitiría no sólo diferenciar a los olmecas de otras culturas del territorio mesoamericano, sino también designarla como el origen del resto de las manifestaciones culturales precolombinas en México.
Stirling, que también participó ese congreso, expuso que, a lo largo de sus excavaciones, e independientemente de la existencia de las cabezas colosales, había concluido que por sus rasgos y materiales, las figurillas, máscaras, relieves y demás objetos que desenterraba en Tres Zapotes eran anteriores a los mayas.
Además, incluía lo que encontró en los sitios arqueológicos de La Venta, San Lorenzo Tenochtitlan, Cerro de las Mesas e Izapa, los cuales poseían características propias que denotaban una cultura no sólo original, sino más temprana a la aparición de los mayas.
Sin embargo, algo que no había podido hallarse en esa reunión de científicos a cuatro años de los descubrimientos de la pareja estadunidense, era el nombre con el que los miembros de esta cultura se habían denominado a sí mismos.
El término olmeca, que significa ciudadano de Olman o tierra del hule o habitante de la región del hule, es un nahuatlismo empleado por los mexicas entre los siglos XIV y XVI para designar a las personas que habitaban en los territorios de los actuales estados de Veracruz y Tabasco, y hace referencia a que producían el hule que llegaba y se usaba en Tenochtitlan, capital del imperio mexica.
De este modo, el término olmeca había sido adoptado en general para indicar una procedencia geográfica; pero el nombre original con el que los habitantes de esas tierras se habían identificado más mil quinientos años antes de que los mexicas acuñaron el olmeca, hasta la fecha sigue siendo un misterio.
Para evitar confusiones, se propuso denominar a los creadores de las cabezas colosales como cultura de La Venta; pero el intento no prosperó y hasta hoy se les sigue llamando olmecas de Tres Zapotes.
Años después, con la invención de la técnica del carbono-14, se pudo comprobar científicamente que los hallazgos olmecas precedían en antigüedad a los mayas, y así se abrió lo que actualmente es conocido como período preclásico mesoamericano entre 5000 y 200 a.C.
No obstante la muerte de Matthew Stirling el 23 de enero de 1975, sus trabajos marcaron el desarrollo de la antropología moderna estadounidense, en particular en América Latina, y sin duda deben reconocerse y considerarse también sus publicaciones prolíficamente difundidas.
Por encima de ellas, las especialmente recordadas son las del descubierto de las once de diecisiete cabezas colosales que hoy se conocen, y que con su mirada fija y recia presencia, continúan fascinando e intrigando a propios y extraños, nacionales y extranjeros.
Así ocurre con niños, personas maduras y mayores, a todos los que se paran frente a ellas, como ocurre con la réplica existente en el Parque Hundido de la colonia Mixcoac de la Ciudad de México, situada en lugar destacado para que recordemos que, siempre, que esa cabeza estará ahí como una parte del pasado de la patria que sigue presente.

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