Ejemplo de Chechenia apareció en Ingushetia

Fecha:

Rajak B. Kadjieff / Moscú, Rusia

*El caldo del descontento anti Yeltsin cundió sin cesar
*La prudencia y la mesura se dio asimismo en Daguestán.
*Tatarstán sí secundó el separatismo de los chechenos.
*Barkoshtostán negoció favores fiscales por petróleo.
*Sin embargo, las inconformidades no estaban tan lejanas.
*Comunistas, fascistas y zaristas atizaban los reclamos.
*Socialdemócratas y sectores empresariales también protestaban.

Ya desde el golpe de agosto de 1991 que pretendió la eliminación de Borís Yeltsin como líder de Rusia, las autoridades de Tatarstán, Osetia del Norte, Karacháyevo-Cherkesia, Ingushetia y otras repúblicas se lanzaron contra su gobierno para demandar, exigir y reivindicar mayores cuotas de autogobierno y a hacer declaraciones de soberanía.
En ese sentido, los referendos de reafirmación regionalista menudearon de un extremo al otro de Rusia y numerosas comunidades nacionales con particularidades étnicas, lingüísticas o religiosas, por lo general víctimas de las deportaciones estalinistas, reclamaron reparaciones, revisiones fronterizas y estatus jurídicos no pocas veces contrapuestos y excluyentes.
Las regiones del Cáucaso norte, abigarrado mosaico de pueblos, concentraron algunos de los conflictos más volátiles que se nutrieron de y nutrieron a las auténticas guerras civiles desatadas en el Transcáucaso no ruso.
A finales de octubre de 1992 estalló un crudelísimo y sangriento conflicto entre osetios e ingushes cerca de Vladikavkaz, capital de la república autónoma de Osetia del Norte, por el irredentismo de los últimos, instigado desde una Chechenia que, en la práctica, gozaba de plena soberanía.
Ahora bien, pese al activismo de la Confederación de Pueblos de la Montaña aliada a los abjazios en contra del sentimiento panosetio y la presencia rusa, el ejemplo checheno no cundió en Ingushetia, Karacháyevo-Cherkesia o Daguestán, donde prevaleció la mesura de las autoridades.
La segunda república más contestataria, Tatarstán, descartó también la ruptura radical y en 1994 terminó suscribiendo el Tratado de la Federación del 31 de marzo de 1992, por el que los sujetos sentaron jurídicamente sus competencias con el Centro.
Yeltsin lo calificó como un factor favorable a la desintegración del país y otra república, Bashkortostán, rica en petróleo, se vinculó al federalismo a cambio de un concierto fiscal favorable.
Hubo un duelo con los diputados por el curso de las reformas, y el caso es que Yeltsin empezó a encontrar los mayores quebraderos de cabeza a escasos metros del Kremlin debido a la liberalización de los precios.
Con esfuerzos mayúsculos, apenas creíbles, su gobierno y su troika de funcionarios neoliberales había conseguido abastecer de productos los anaqueles y estanterías; pero a costos prohibitivos para la gran mayoría de la población, empobrecida hasta el extremo.
Esto encendió la mecha de un descontento que comenzó a manifestarse en las calles en febrero de 1992 por mano de una oposición de comunistas ortodoxos, ultranacionalistas de signo fascista y nostálgicos del zarismo, que exigieron parar la liberalización y restablecer los sistemas de control soviéticos.
Se articularon tres bloques bastante equilibrados de derecha, centro e izquierda, aunque las etiquetas de los extremos podían intercambiarse dependiendo de lo que se entendiera por progresismo o reaccionarismo).
Consistían, respectivamente, en la Coalición por la Reforma, que reunía a varios grupos de yeltsinistas incondicionales o de circunstancias por aparecer el presidente como la única figura capaz de atajar los males del país; el arco integrado por el Centro Democrático y la Unión de Fuerzas Creativas y nutrido por los diputados de la Unión Cívica de Rutskoi; y la Unión Rusa, que agrupaba a los neocomunistas de planteamientos ortodoxos).
Se sumaban a ellos nacionalistas ideológicamente contrarios a los anteriores; pero aliados coyunturales frente a las reformas de mercado y la pérdida del sovietismo, y con distintos tonos y lenguajes, había una insatisfacción amplia con la gestión ultraliberal de Yégor Gaidar.
Este economista -casi un jefe de Estado sin cartera- fue nombrado por Yeltsin primer ministro en funciones el 15 de junio, por pretender cambios radicales y traumáticos para los que la población no estaba preparada.
Dirigentes parlamentarios centristas como Rutskoi, y Arkadi Volski -presidente de la poderosa Unión de Empresarios e Industriales- y Nikolai Travkin, al frente del Partido Democrático de Rusia, empezaron a proclamar que Yeltsin y su equipo de gobierno resultaban perjudiciales para la nación.
“El choque quirúrgico concebido como un plan estándar sin atender las peculiaridades rusas condena a la miseria a la población y son urgentes medidas de protección social”, protestó en un sentido general ese sector solicitaba reformas graduales y un plan anticrisis no traumático nada diferente del Plan Shatalin de 1990, un enfoque que los medios extranjeros calificaron de “socialdemócrata”.

 

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