MIGUEL ÁNGEL FERRER
El obradorismo se apresta a dar un nuevo paso en la tarea de desmontar otro de los pilares del neoliberalismo: los llamados órganos autónomos, una forma de gobierno paralelo ideada para desviar recursos de la nación hacia manos privadas. Una faceta menos descarada de la privatización de los bienes públicos. Un método hipócrita de saqueo de la riqueza nacional.
Por supuesto la derecha ha puesto el grito en el cielo. Mira muy cerca la pérdida de los multimillonarios recursos que hasta hoy maneja discrecionalmente y como si fueran de su propiedad. Dinero y más dinero destinado a engordar a una burocracia dorada que tiene sus propias leyes y que sólo responde por sí y ante sí, en un auténtico régimen de excepción y de privilegios inmorales e injustificables,
¿Alguien ignora que en esos órganos autónomos privan los sueldazos, los carrazos, los sobresueldos y los gastos de representación millonarios? ¿Alguien no sabe que esa burocracia dorada dispone de pólizas de seguros que le garantiza atención médica para millonarios, incluso en hospitales, clínicas y laboratorios en el extranjero? ¿Atenderse donde se atiende el populacho? Ni pensarlo.
Para llevar adelante la eliminación de ese régimen de privilegios el obradorismo cuenta con dos poderosas armas. Una, la mayoría en el Poder Legislativo; y dos, el respaldo de la inmensa mayoría ciudadana hacia la justiciera propuesta.
Y dentro de cinco meses, en las elecciones del 6 de junio, se enfrentarán nuevamente las dos antitéticas posiciones: eliminar ese régimen de privilegios, como propone el obradorismo, o mantenerlo, cual propone la derecha (representada por el PRI, el PAN, el PRD y Movimiento Ciudadano). ¿Por cuál propuesta votará el pueblo?
¿Pensarán los ideólogos y voceros del conservadurismo que el mantenimiento del régimen de privilegios representado por los organismos autónomos es una buena bandera electoral?
Y además de las banderas electorales está el problema de los abanderados. La derecha reconoce explícita y enfáticamente que tiene necesidad de presentar candidatos honrados, con buena fama pública, prestigiados, decentes, éticos. ¿Quién con estas características puede prestarse a defender un régimen de privilegios? Como es obvio, el conservadurismo carece de banderas nobles y de abanderados honestos, nobles, presentables.