Nuestra lucha es mucho más que electoral; es ética, por la verdad; es existencial, por la vida; es espiritual, por el bien
Corina Machado. Oslo, noviembre 2025
Federico Berrueto
Como pocas veces, quizá como nunca, se disparó la expectación mundial por la entrega del premio Nobel debido a la incierta presencia de la galardonada María Corina Machado, la luchadora venezolana reconocida por su resistencia civil en defensa de la democracia en su país. La presidenta de México decidió quedarse fuera de la celebración con un “sin comentarios” al ser cuestionada sobre la premiación de la venezolana. La ideología —y, tal vez en este caso, el compromiso con López Obrador—, nos vuelve rehenes de fijaciones políticas que niegan lo más elemental y sublime del ser humano: su dignidad. Al margen de las políticas, de sus aliados y de la amenaza de intervención militar de EU en Venezuela, la lucha de María Corina es irrefutable, como su entereza. Innecesario recurrir a la empatía de género como argumento.
María Corina no llegó a tiempo recoger el premio; lo recibió su hija Ana Corina Sosa. The Wall Street Journal relata que fue rescatada de su escondite por vía marítima con el auxilio de tropas norteamericanas que la trasladaron a Curazao y, desde allí, inició un largo periplo que le impidió llegar con oportunidad a la ceremonia en Oslo, Noruega. Finalmente, su ausencia se convirtió en una presencia poderosa y arrolladora, evocando a Nelson Mandela, otro de los inmortales galardonados con el Nobel de la Paz. El reconocimiento no es sólo a su persona, sino a su causa y, con ello, a los millones de venezolanos que votaron por su proyecto, así como a quienes están en prisión y también a los 9 millones que han abandonado el país, forzados por la dramática situación que allí se vive. En cierto sentido, reconocer a Corina Machado es una bocanada de oxígeno para la defensa de la democracia y las libertades en estos tiempos oscuros, producto de la polarización.
No deja de ser una paradoja que muchos de los apoyos políticos hacia María Corina provengan de mandatarios que han llegado al poder bajo formas de populismo antidemocrático. Valioso el respaldo de Trump, pero no dignifica, dada la naturaleza de lo que representa y, eventualmente, por una posible ataque militar a Venezuela con el discutible pretexto de castigar a un régimen coludido con el narcotráfico. Nicolás Maduro es un criminal que debe ser sometido a la justicia internacional, y por esa consideración su detención es plausible y deseable. Pero es evidente que el interés de Trump es otro. México no coincide con Trump, salvo en un tema fundamental: la lucha contra el crimen asociado al tráfico de drogas.
La cruzada de Trump contra el narcotráfico se ha vuelto cuestionable al perdonar a personajes sentenciados por esos delitos, especialmente al expresidente de Honduras, Juan Orlando Hernández, acusado de conspirar para introducir cocaína a Estados Unidos a cambio de sobornos de narcotraficantes. La exoneración ocurrió justo cuando los aliados del expresidente disputan en Honduras la presidencia en elecciones, a quienes Trump ha expresado simpatía. Por cierto, Roberto Rock, en colaboración reciente, refiere el multimillonario apoyo económico que el entonces presidente López Obrador otorgó al gobierno izquierdista en funciones https://bit.ly/44ZUV1S.
Corina Machado llegó a Oslo, pero no tuvo tiempo de asistir a la ceremonia; se hizo representar dignamente y se leyó un emotivo mensaje de su autoría. Un episodio que simboliza la resistencia contra el autoritarismo, trascendente más allá de Venezuela. México vive esa misma circunstancia, aunque los problemas de inseguridad derivados de la impunidad generalizada hacen que la lucha democrática y por las libertades se desdibuje o se vuelva irrelevante, pese a que la legalidad, la justicia y la certeza de derechos son indispensables en cualquier proyecto democrático.
En México se vive la descomposición. Algunos años atrás parecía exagerado comparar con la ruta que llevó a Venezuela a la dictadura. Ahora, ya no tanto. Un corte de caja indica que mucho se ha perdido y que las condiciones de coexistencia política se han deteriorado, sin mencionar el proceso de militarización -inédito en lo que va del siglo-, y la destrucción de los límites constitucionales al poder del gobierno. Es obligado verse en ese espejo, para mal, pero también para bien: el poder del voto puede derrotar incluso a la peor de las dictaduras.
