Por Mouris Salloum George*
Según medición de la edad del gabinete de Andrés Manuel López Obrador, el promedio es de 59 años.
Aunque entre Javier Jiménez Espriú y Manuel Bartlett Díaz suman 160 años, la media del resto de los funcionarios indica que en 1968 frisaban los diez años.
El propio tabasqueño tendría, en el 68, quince años de edad. En el tránsito de la secundaria a la preparatoria, dada su precoz inquietud militante, suponemos que siguió los acontecimientos juveniles que, en mayo, en Francia, prendieron la mecha y se extendieron a la Ciudad de México.
Siguiendo el supuesto, no sería raro que López Obrador escuchara una de las proclamas parisinas, cuyo eco resonó en México: ¡La imaginación al poder!
Algo caló la exigencia juvenil-estudiantil en la clase política mexicana más sensible o acorralada: En julio del 68 se hicieron reformas legislativas para reconocer los derechos ciudadanos a los 18 años.
Cuatro años después, se redujo la edad para acceder al Poder Legislativo federal: De 25 a 21 años a la Cámara de Diputados: de 35 a 30 al Senado. De aquella comalada pocos sobresalieron.
Resulta evidente que, dos décadas después, aquellas expectativas se fracturaron: En 1998 se instaló en el poder la tecnocrática Generación del Cambio.
Partidocracia de crapulosos y decrépitos
Con muy flaca imaginación, esos burócratas se dedicaron a aplicar mecánicamente las recetas de los padres del neoliberalismo. Dos generaciones se han perdido en tres décadas, entre ninis y en el ejército de reserva de los cárteles del crimen organizado, o en el anonimato de las redes sociales.
De acuerdo con encuestas de las dos últimas décadas, la política provoca una pulsión vomitiva a los jóvenes. Las dirigencias de los partidos, sus sectores y sus tribus están en manos de hombres decrépitos y crapulosos que no permiten la circulación de sangre fresca en esas formaciones.
¿Qué significaría ahora la imaginación al poder?
Reconocido apenas hace tres días el galimatías en que ha terminado la Constitución de 1917, un texto parchado y remendado a capricho del Presidente en turno, significaría convocar a un nuevo Constituyente en el que tengan voz y voto jóvenes diputados obreros, campesinos y de clases medias populares, que se hagan cargo de legislar para su futuro.
¿Es mucho pedir? Lincoln dijo que el politicastro piensa en las próximas elecciones; el verdadero estadista en las futuras generaciones. Vale.
*Director General del Club de Periodistas de México, A.C.