miércoles, abril 24, 2024

Demasiados intereses en la transición comunista al capitalismo

  •  En la ex URSS aparecieron personajes indispensables en ese fenómeno.
  •  Mark Galeotti pensó en “Mc Donald´s” al bautizar un libro de Misha Glenny
  •  La delincuencia rusa garantizó cierta estabilidad a las reformas de Yeltsin.
  •  De la “Cosa Nostra” de Chicago a la “Solstneveskaya” de Moscú.
  •  El saqueo a fines del siglo XX en Rusia tiene un sitio de honor.
  •  Con Vladímir Putin, el Kremlin cortó las alas a la oligarquía.

Luis Alberto García / Moscú

Los millonarios y multimillonarios no podían ganar dinero y retenerlo sin la protección de las bandas, y los delincuentes prosperaban gracias a la demanda de seguridad de una oligarquía rapaz surgida en Rusia bajo la sombrilla abierta para ella durante los dos periodos de gobierno de Borís Yeltsin, de 1991 a 1999.

“Hubo demasiados intereses, personajes y acontecimientos que resultaban indispensables para una transición tranquila y tersa del comunismo al capitalismo”, escribió Misha Glenny en “Mc Mafia, el crimen sin fronteras”.

El título de ese libro lo sugirió Mark Galeotti -experto en temas sobre delincuencia organizada en Rusia-, pensando en la mafia de Chechenia, convertida en una marca, en una especie de franquicia como las que concesiona “Mc Donald’s”, la cadena estadounidense de venta de hamburguesas.

A pesar de participar en asesinatos y tiroteos, la mafia rusa garantizó cierta estabilidad durante la transición económica iniciada por Yeltsin a principios de 1992, si en un país tan grande y con tantos recursos minerales como Rusia se reemplaza una serie de normas (el plan quinquenal) por otra (el libre mercado).

Así, no podían dejar de presentarse oportunidades a la oligarquía, los delincuentes y los burócratas cuyo poder escapaba de repente al control estatal, con un gobierno que cometió enormes y elementales errores, sometido a unas presiones económicas considerables porque el sistema soviético se venía abajo.

Sin embargo, Rusia y el resto del mundo debían situarse en este contexto, en el fenómeno de la delincuencia organizada, brutal y surgida en una situación caótica, con el código de los ladrones.

Por cierto, uno de los grupos más violentos y temidos que apareció en Moscú y en otros lugares fue la mafia chechena, sin que la mafia rusa se desarrollara en función de lealtades familiares, sino únicamente en función de transacciones: ¿Cuánto? ¿Para quién? Esto significaba que eran impredecible, fluida y peligrosa.

A diferencia de las cinco familias de la “Cosa Nostra” de Chicago; es decir, la mafia estadounidense, en Rusia estas organizaciones se contaban por millares, y es que hay cifras reveladoramente sorprendentes, increíbles, si se toma en cuenta que en 1999 existían más de once mil 500 “firmas privadas de la seguridad” registradas en las que trabajaban más de 800 mil personas.

De ellas, casi 200 mil tenían permiso para portar armas, aunque el Ministerio del Interior ruso estimó que, como mínimo, había un 50% más sin registrar en Moscú, donde existían unas veinte grandes bandas y decenas de otras menores, algunas de ellas eslavas y otras caucásicas.

En menos de cinco años, la “Solntseveskaya Bratva” (la Hermandad de Solntsevo) se convirtió en la mayor organización eslava que, al igual que sus rivales, la Ismailovkaya y la Lyubertsy, nació a principios de la década de 1990 durante la primera fase del crimen organizado.

El saqueo de los bienes de Rusia en los últimos años del siglo XX ocupa un lugar de honor en el “boom” de la economía sumergida de aquellos años, cuando la oligarquía no sólo logró poner al país de cabeza, sino que sus actos afectaron económica y socialmente a naciones de Europa occidental, el Mediterráneo, Estados Unidos, Oriente Medio, África y el Lejano Oriente.

A diferencia de las bandas que ofrecían protección, ni siquiera pueden justificarse con el argumento de que contribuyeron a suavizar la transición al capitalismo, pues su influencia total había sido más destructiva que la de casi toda la delincuencia organizada de Rusia.

Los grandes jefes del hampa que sobrevivieron entonces, consiguieron vivir bien en la Rusia de Vladímir Vladimirovich Putin, como Sergei Mikhailov, líder de la Hermandad de Solntsevo, quien ha insistido en que es un empresario legítimo que realiza buenos y redituables negocios en China.

Otros mafiosos se ganan la vida ahora orquestando grandes acuerdos de explotación de gas natural y petróleo entre Rusia, sus vecinos y Europa del Este, de los que se derivan cuantiosos beneficios para sus clientes y para ellos mismos.

“Con Putin -resume Misha Glenny en el último capítulo de su libro- el Kremlin ha cortado las alas a varios miembros poderosos de la oligarquía. Desde el exilio en Occidente o desde la prisión, oligarcas como Boris Berezovsky y Mijaíl Jordokovski advierten de que el nuevo presidente es la reencarnación de Iósif Stalin”.

Las desesperadas tentativas de la oligarquía por presentar a Putin de ese poco honroso modo, tratan de ocultar la gran responsabilidad que tiene en el desastre en que cayó el país y ella misma.

Después de la “época del dinero fácil”, como se ha dado en llamar al principio de la década final de la centuria anterior, la oligarquía podía pagar tan bien que estaba en situación de comprar a quien quisiera.

De tal suerte que algunos empresarios medianamente ricos, se hicieron riquísimos, al aprovechar la gran venta de garaje en que se convirtió Rusia por la ignorancia e irresponsabilidad de Borís Yeltsin y sus “kamikazes” de la economía que tuvo por consejeros.

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