Francisco Medina
Viernes 2 de agosto. En algunas asambleas estudiantiles, especialmente en las escuelas más politizadas de la UNAM, se desató una reacción contra la manifestación de la víspera, calificándola como una farsa oficialista. En Ciencias Políticas se habló de que fue una abierta traición y que se intentó mediatizar al movimiento a través de la consigna abstracta de autonomía universitaria, además de que constituyó un gran golpe al movimiento y fue el éxito de las manobras de Barros Sierra que ya en ese entonces resultaban mediatizadotas. En el Politécnico se constituye el Consejo Nacional de Huelga (CNH), con la participación de muy pocos universitarios.
Por esos días en la prensa se empezaron a hacer algunos análisis sobre lo que estaba pasando con los jóvenes y no solamente en México, sino también en otras partes del mundo. En un artículo que se llamaba ¿Por qué los jóvenes? se decía que la lucha revolucionaria significa: 1) que esta lucha no tiene por objeto una reglamentación de la situación presente, sino el cambio, el cambio total de esta; 2) que no es una petición de principio, sino que efectivamente inspira la estrategia aplicada, el empleo de la fuerza no es un careo destinado a preparar un compromiso, sino el choque directo entre el poder del Estado y el poder de la calle. La violencia no es la característica del movimiento revolucionario, sino el corolario de su estrategia. Lucha de carácter revolucionario significa que el movimiento no presenta sus características, sino un estado embrionario. La consecuencia es una sociedad estructurada, de una organización capaz de asegurar la dirección política del movimiento. Detrás de esta causa inmediata de la rebeldía estudiantil hay otra más profunda, para el estudiante, la disfuncionalidad de la institución universitaria es sólo un signo de la disfuncionalidad de las instituciones macro sociales. No se trata por tanto, de un mero conflicto de generaciones, sino más bien de un choque entre las estructuras sociales prevalentes y la angustia de la juventud. “Hechos y no palabras” gritaban los estudiantes de la Universidad de Belgrado. “Se prohíbe prohibir” se leía en las pancartas clavadas en los muros de la Sorbona. “No queremos Olimpiadas, queremos Revolución” se coreaba en la Ciudad de México, Porque ni las promesas ni las prohibiciones son capaces de devolver la confianza en un orden social y político que se desacredita cada día más. La unión entre estudiantes y obreros –más evidente en el movimiento francés, pero latente en otros muchos– se explica por esta justificada transferencia de la disfuncionalidad del orden universitario al “establisment” macro social.
Lo que se etiqueta como ‘mayo del 68’ en París, ni se limita a mayo, ni al año 68, ni a París, sino que forma parte de complejos procesos sociales y geopolíticos que hicieron de los últimos años de la década del sesenta, un periodo decisivo para el orden global. Fue en 1968, cuando los estudiantes se rebelaron desde los Estados Unidos y México en Occidente, hasta Polonia, Checoslovaquia y Yugoslavia en el bloque socialista, estimulados en gran medida por la extraordinaria erupción de mayo en París. Lo que cruzaba esta manifestación global de descontento fue una enorme insatisfacción por el poder en todas sus formas.
La revuelta parisina se explica si se tiene en cuenta el aumento considerable en el acceso a la educación superior en Francia. En 1968 la universidad francesa ofrecía oportunidades de acceso sin par en el continente, aunque los criterios para mantenerse allí eran muy exigentes. De 175 mil estudiantes matriculados en 1958, se pasó a 500 mil en 1968. La universidad francesa se caracteriza por su universalidad, su altísima calidad técnica y humanística, pero además por su carácter centralista y monolítico, por su autoritarismo y verticalismo. Esta situación era aún más acentuada en 1968 donde los estudiantes casi no tenían voz en los espacios de poder, negociación y decisión estudiantiles.
Durante el mes de mayo, y la primera quincena de junio del año 1968, Francia entera tembló, conmocionada por los vertiginosos acontecimientos que, desatados por una rebelión estudiantil, se extendieron como reguero de pólvora.
Una revuelta -más cultural que política-, que comenzó en el suburbio parisino de Nanterre, terminaría paralizando todo el país. Un gobierno orgulloso y seguro de sí mismo se vio empujado hasta el borde del abismo. Comenzó los primeros días de mayo; a mediados del mes ya se habían unido los obreros. Hacia finales de mayo los franceses creían que vivían una nueva revolución; sin embargo, al concluir el mes de junio se habían disuelto los últimos conatos revolucionarios tan rápido como habían surgido. ¿Qué sucedió? ¿Por qué una revuelta estudiantil se transformó en una revolución fallida? ¿Por qué fracasó? ¿Realmente fracasó?
Este centralismo del poder, montado en el fuerte presidencialismo explica por qué la huelga de mayo de 1968 se extendió tan rápidamente, al punto de paralizar al país y crear tal vacío de poder que durante varios días los franceses vivieron una verdadera situación revolucionaria. Había una sensación generalizada de ausencia de autoridad, de que, para bien o mal, las cosas iban a cambiar para siempre.
(Referencias: Diario Excelsior, El Universal, revista Por Qué?, Portal Arcadia)