Por Gabriel Pereyra
Para los que somos población de alto riesgo, la lucha es llegar a que nos pongan la vacuna sin contagiarnos antes: nos faltan dos meses aproximadamente. Esta es una situación de vida o muerte. Es una realidad que no entiende mucha gente y sigue saliendo, contagiándose y permitiendo que la vacuna galope entre los humanos. Sin importar lo que pase, morirán los más débiles.
Nunca habíamos enfrentado una situación de este tipo y ahora no sabemos qué hacer. Los gobiernos y las instituciones científicas están asombradas y asustadas, tratando de no cometer errores y lograr más aciertos. No creo, ni es posible, que algún gobierno actúe de mala fe, haga las cosas mal a propósito o por ignorancia. Todos los países ponen sus mejores esfuerzos y a su personal mejor preparado. Están de más la crítica contra las acciones emprendidas por las administraciones estatales. Nadie estaba preparado para un acontecimiento de esta dimensión, totalmente inesperado. Cualquier acción iba a tener errores y a causar horrores, se avanzó, como todo en la ciencia, con prueba, acierto y error.
El año 2020 se denomina en el calendario chino el año de la rata, nombre que tomó un nuevo sentido ahora que la pandemia, como una rata, pretende mordernos e infectarnos a todos. Desde los primeros meses del año, cuando todos pensamos que era un número cabalístico para bien, el mundo se llenó de violencia, crisis, protestas, incendios forestales incontrolados, crisis políticas. Repentinamente nos enteramos en México de que unos paseantes en Vail, Colorado, se habían contagiado de un nuevo virus que salió de China, donde un hombre con hambre, o mucho espíritu de investigación, se comió un murciélago. No sabemos si lo cocinó o se lo almorzó crudo. Ese murciélago en el estómago del chino que lo transformó en comida se convirtió en un veneno para todo el mundo. Cambió el destino de humanidad. En pocos meses —en abril en México—, el planeta estaba inundado de una peste llamada pandemia y el causante era el covid-19. Todos estábamos en peligro, y para algunos, el peligro era mortal.
No había un lugar a donde ir fuera de nuestra casa, porque cualquiera podría estar infectado, incluso sin padecer síntomas. El virus parecía tener alas para expandirse. Nuestro lenguaje cambió, la vida social también: bautizos, bodas, reuniones, hasta los Juegos Olímpicos fueron pospuestos. Se prohibieron las reuniones de más de diez personas. Las que no aceptaron la recomendación se expusieron a un grave contagio, como nos puede pasar a todos nosotros si no tenemos cuidado y no tomamos precauciones.
Llegamos a esta navidad llenos de angustias y esperanzas. Manuel Vicent, ese extraordinario escritor español, nos dice de esta época que “terminada la sementera a final del otoño los primeros romanos, que eran labradores, celebraban las fiestas saturnales del nacimiento de la nueva luz con banquetes familiares en los que los esclavos sentados a la mesa eran servidos por sus amos y entre ellos se intercambiaban regalos, dulces y pequeñas figuras de barro, adquiridas en mercadillos montados en el foro. Con el tiempo se estableció en Roma el culto de Mitra, el dios persa de la luz y la sabiduría, que había nacido de una virgen y que también moría y resucitaba. A este rito ancestral asimilado por los cristianos llamamos Navidad. Pero nunca como en el solsticio de este año habrá estado tan presente la vida y la muerte, esa suerte con que se juega a cara o cruz nuestro destino. En el 2021 que empieza no será el sol, sino la aguja de una simple jeringuilla cargada con esa pócima celeste de la vacuna contra la peste, la que ilumine el horizonte. La descubrieron una pareja de inmigrantes turcos, Sahin y Türeci. Ellos son esta vez los magos de Oriente”.
Esta temporada no habrá intercambio de regalos, ni abrazos, ni palmadas de felicidad. Los parabienes serán lejanos, por teléfono y WhatsApp, algunos por correo postal. Otros miles de familias pensaran que no corren riesgos y hasta organizaran una fiesta, o acudirán a esas reuniones tumultuarias que organizan los inconscientes que juegan a la lotería y de repente les sale la muerte, otros, los conscientes, obedecerán las recomendaciones de quedarse en casa, no salir y mantener cuidados excesivos de limpieza, con la esperanza de que este virus engendrado con un murciélago no vuele cerca de nosotros y nos ataque.
No hay que perder la esperanza, aunque nos digan que Armando Manzanero está muy grave y recordemos que el “Caifán” Oscar Chávez, nos dejó hace algunos meses, mientras hay vida y cuidados, hay esperanza. El covid se está llevando a los poetas, a los cantores, a esos seres amados que nos alegraron la vida, que nos permitieron enamorar y enamorarnos, y se lleva también a seres amados y queridos cercanos.
Así como la naturaleza ha renacido, los pastos son más verdes, los animales más libres y el agua más limpia, así esperamos que esta pesadilla pase, y aunque no seamos los mismos, seguiremos viviendo, volveremos a reírnos, a conversar en grupos, a bailar dándonos fuertes abrazos disimulados por el ritmo musical; a los grandes banquetes y comilonas, a las carnes asadas, a los moles acompañados de arroz y frijoles, convencidos de que la vida de generación en generación es inmortal. Fin