martes, abril 23, 2024

DE ENCANTOS Y DESENCANTOS: La mujer que sabía usar el taladro

*Mónica Herranz

Todavía recordaba aquella ocasión en la que fue a la ferretería a comprar una broca, no sabía exactamente de qué tamaño la necesitaba o si había alguna medida específica, pero con calma le explicó al ferretero esperando su consejo. Él la miró extrañado y en su rostro podía leerse claramente la pregunta que se hacía, ¿para qué necesitaría hacer un agujero en el suelo?. Ella le comentó que tenía una cerradura en la puerta que estaba formada por una barra de metal que se deslizaba hacia el techo y hacia el suelo, pero que al heber mandado cambiar el linóleum por duela laminada, el instalador, había olvidado hacer el agujero correspondiente en la duela y como no lo iba a dejar así, ahora ella se encargaría de hacerlo.

El ferretero no dejaba de mirarla con cierta sorpresa, no era común que una chica, primero, supiera usar el taladro y segundo, mucho menos para una cuestión así. Él pensaba que la mayoría de las chicas le hubieran vuelto a llamar al instalador de la duela para que él mismo se encargara del problema.

Ella nunca había usado un taladro para una labor así, lo había empleado sólo para hacer pequeñas perforaciones, sin embargo, se sentía con seguridad de lo que debía hacer y de cómo debia hacerlo, por lo que sacó al ferretero de sus disertaciones y eligió la que creyó la broca más adecuada.

Ya en casa, se puso manos a la obra, tomó la “palanquita” que hace que abra y cierre el engranaje donde se pone la broca, quitó la que estaba, colocó la que acababa de comprar, volvió a girar el engranaje con la “palanquita” y se aseguró de que hubiera quedado bien colocada.

Enchufó el taladro e hizo una prueba, sólo lo prendió y vió como giraba adecuadamente la broca, sonrió complacida. Con cuidado, hizo con un lápiz una marca en el suelo a la altura de dónde debía taladrar y se encomendó a algún que otro santo para que la medida fuera acertada. Definitivamente no quería que el agujero quedara donde no debía estar.

Con fuerza y determinación tomó el taladro con ambas manos, recargó la punta de la broca sobre la marca, apretó el botón de encendido y entonces vibró, ¡toda ella vibró!. Aun con la desconcertante vibración inesperada, siguió presionando el taladro hacia abajo para que la broca perforara adecuadamente. La vibración iba en aumento y en algún momento pensó que o algo estaba fallando o que se estaba electrocutando, pero aun así no soltó el taladro.

Terminó de hacer el agujero, sacó la broca de él y trató de apagar el taladro. Según ella, para que eso sucediera, sólo tenía que dejar de apretar el botón que estaba apretando, pero no estaba resultando, así que vibrando y vibrando se acercó al enchufe y lo desconectó ¡Uf!, al fin se apagó.

Claro que hubiera sido más fácil soltar el taladro cuando comenzó a sentir la corriente de energía que la recorría, pero entonces podría no haber quedado bien el agujero o, si hubiera de plano soltado el taladro mientras éste seguía funcionando para irlo a desconectar, se hubiera convertido todo en un desastre. ¿se imaginan el taladro funcionando sin rumbo por encima de la recién colocada duela?. ¡Fatal!

Ya con el taladro desconectado, observó la perforación, ¡quedó perfecta!, comprobó que la cerradura corriera de forma adecuada y resultó. Entonces sonrió pero no sólo por lo bien que había resultado, sino porque era la primera vez que lo hacía y sobre todo por el significado que para ella tenía.

Lo que acababa de hacer no era sólamente un agujero en el suelo, lo que verdaderamente significaba, era que así como había tomado el taladro con fuerza y determinación, así se estaba haciendo cargo de sí misma y de su vida, tomando las riendas, intuyendo, ejecutando y resolviendo, dejando de depender, arriesgándose a equivocar, teniendo la clara consciencia de que si algo salía mal no sería fatal, tendría remedio y ella lo podría arreglar. Volvió a sentir esa corriente eléctrica que la recorría, pura satisfacción, puro sentimiento de capacidad, un gran impulso para adelante, esta vez, sin ganas de mirar hacia atrás.

*Mónica Herranz

Psicología Clínica – Psicoanálisis

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