Por Mónica Herranz*
Inevitablemente terminé escuchando la conversación de un par de mujeres que se encontraban en una mesa junto a la mía. El tono fuerte de voz y la expresividad con la que conversaban hizo que fuera imposible no escucharlas, y conforme lo hacía, más me interesaba la conversación, por aquello que implicaba.
Llamémoslas Angustias y Dolores, buenos nombres para la conversación que mantenían. Angustias se quejaba amargamente de lo que sucede cuando su pequeño retoño de añito y medio se queda al cuidado de papá y Dolores asentía a todo y le echaba más leña al fuego diciéndole a Angustias que eso era sólo el principio, – ¡pregúntame a mi! – decía, – que mi Miguelito va a cumplir seis años y son los mismos seis que llevo atravesando por lo mismo-.
-Yo es que a Claudita no se la dejo a su papá ni cinco minutos, porque seguro me la regresaría con resfriado o fiebre o tos, porque no la tapó bien, o con hambre porque no comió bien o con diarrea porque comió mucho, o deshidratada porque no le dio su agüita, o toda batida porque se ensució o impecable porque ni siquiera jugó. ¡¿Y si no esteriliza bien la mamila o el chupón!? , ¡hospital seguro!, no, de ninguna manera se la dejaría-.
-Si claro, yo nunca dejo a mi Miguelito solo con su papá, ya está más grande que Claudita, pero aun así no lo hago. Yo y sólo yo sé lo que mi Miguelito quiere y necesita, yo se cómo y cuándo lo necesita, en cambio su papá…-
Y así transcurrió la conversación a través de un largo etcétera en el que ambas se dedicaron a devaluar a los padres de sus criaturas, tachándolos de irresponsables, inconscientes, inútiles y buenos para poco, por no decir para nada. Destacando que desde que sus hijos nacieron por ningún motivo y bajo ninguna circunstancia los habían dejado al cuidado del padre y mucho menos habían tratado de enseñarles o explicarles los cuidados que ellas esperaban que tuvieran para con sus hijos, porque ¿para qué?, si de todos modos no lo iban a entender, no lo iban a hacer bien y las consecuencias las terminarían pagando ellas.
Con todo esto me vino a la mente la idea para escribir esta nota,que ¡ojo!, es un ejemplo para ilustrar un tipo de maternidad/paternidad y sus consecuencias, dentro del universo de estilos de crianza que hay.
Al estilo de maternaje en el que lo que prevalece es la idea de que el hijo es un ser intocable, en el que la madre se considera, erroneamente, como la única y máxima responsable del bienestar del o de los hijos, y en dónde ella y sólo ella puede anticipar, evitar y resolver cualquier dificultad que se le presente al niño se le conoce como hipermaternidad.
Algunas de las consecuencias de la hipermaternidad que afectan a los hijos son:
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Disminuye o perjudica el sentido de autonomía: El hecho de que una mamá trate de ser omnipresente y estar siempre presta a resolver cualquier dificultad con la que se enfrente su hijo, terminará generando un problema en el desarrollo del niño, ya que éste no será capaz de iniciar actividades por sí mismo o tendrá mucha dificultad para hacerlo, mermando su capacidad de independencia y por lo tanto favoreciendo aspectos de franca dependencia.
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Baja tolerancia a la frustración: Lo óptimo es que los niños aprendan desde pequeños a soportar o tolerar la frustración que genera equivocarse o que algo no vaya bien. Lo que la hipermaternidad provoca es que ese proceso no se de, por lo que cuando haya dificultades, el niño no tolerará y tenderá a evitar o abandonar cualquier actividad en la que se sienta mínimamente frustrado.
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Carencias en la autoestima/autoimagen/autoconcepto: Cuando una hipermamá hace y resuelve todo por su hijo, el mensaje que puede llevar oculto en el fondo es, lo hago yo porque tú no eres capaz, porque no tienes, sin mi, las habilidades o herramientas necesarias para valerte por ti mismo, por lo que el el niño comienza a dudar de su valía pudiendo llegar incluso a perderla.
Estas son sólo algunas de las consecuencias que la hipermaternidad tiene y que tienen impacto directo en los hijos, aunque genera también algo en los padres varones, y ese algo se llama hipopaternidad. Es decir, padres devaluados y desacreditados por la madre para ejercer el rol de padre bajo la concepción y la convicción de que lo haga lo que haga papá, no lo hará bien.
Por muchos años fue atribuido a la madre, en exclusiva, el cuidado de los hijos, atribuyéndole a ésta la cualidad natural de saber por mera intuición qué necesitan los hijos y cómo lo necesitan, así socioculturalmente, el padre quedó relegado y nulificado de estas actividades, quedando colocado en el papel de proveedor, pero no de cuidador de los hijos o al menos de colaborador en ese cuidado o teniendo un papel protagónico en la crianza de los hijos.
Sin embargo, los tiempos cambian y hoy en día hay padres que quieren participar en la crianza y como en botica, hay de todo, madres que no lo permiten, madres que los involucran y madres que terminan cargándole la mano a papá, aunque esa ya es harina de otro costal. Volvamos al tema.
Muchas mamás refieren que papá no sabe cuidar de los hijos y que las consecuencias de dejarlo al frente de los niños suelen ser desastrosas, sólo que lo que muchas veces no se mencionan y que a la vez es una característica de la hipermaternidad es que no se le enseña a papá cómo hacerlo (en caso de ser necesario) o simplemente no se le da la oportunidad.
Y este vínculo de hipermaternidad – hipopaternidad termina siendo un círculo vicioso, porque por un lado están las mamás todopoderosas que se quejan amargamente de los papás que no son capaces de cumplir sus labores como cuidadores, sin embargo, es a través de la devaluación que tienen hacia ellos que fomentan que no lo hagan; lo que tiene una ganancia secundaria para los papás varones, que es: “como no me consideran capaz de hacerlo, luego entonces tengo la justificación necesaria para no hacerlo”, y desde ahí, estos papás varones terminan colocándose en un área de confort en donde se liberan de la responsabilidad y de cualquier tipo de colaboración. Tal actitud es generalmente, criticada pública y conscientemente por la madre y a la par aplaudida y fomentada desde lo interno e inconsciente por esa misma madre que critica. Pero, ¿por qué la madre habría de aplaudir aquello de lo que se queja? Pues porque ella también obtiene una ganancia secundaria, usualmente, el reconocimiento del entorno por ser esa omnipresente, omnipotente, todopoderosa, maravillosa y gran madre que cree que es.
El tema es que la crianza no tiene que ver con quién lo hace mejor que el otro, no es una competencia, ni son carreritas, más bien tiene que ver con ser como padres un buen equipo colaborativo en pro del bienestar de los hijos, independientemente de si los padres están casados o no o si viven juntos o no.
Dicho todo lo anterior he aquí algunas sugerencias para romper con este círculo vicioso:
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Aceptación: Es tan importante que la hipermamá note y acepte que ella no es la única y máxima responsable del bienestar de un hijo, como lo es que el hipopapá se involucre en la crianza, así como que ambos identifiquen las ganancias secundarias que de esta dinámica obtienen para que partiendo de ahí puedan hacer modificaciones.
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Diálogo: Conversar desde la dualidad papá – mamá, entre ellos, y con personas de confianza respecto al tema ayudará en el proceso.
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Distribución de tareas: Paulatinamente se pueden ir delegando en el papá o en un tercero algunas tareas como el baño, la alimentación o actividades del cuidado y atención cotidiana de un hijo.
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Colaboración: Reconocer que a veces es difícil cubrir todas las tareas por muy hipermamá que se pretenda ser y que solicitar el apoyo de un tercero no merma ni la capacidad de maternaje ni el amor que se tiene hacia los hijos.
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Confianza: Excepto que haya una patología de por medio, lo esperado no es que papá maltrate a sus hijos o busque deliberada y propositivamente el malestar en ellos, por lo que bajo esta premisa, hay que tratar de desarrollar un vínculo colaborativo de confianza con el papá o con el tercero, en el que ademas exista la posibilidad de que el otro, ya sea papá, mamá o alguien más, se equivoquen o comentan una falla y que eso no implique retirar de forma radical o que quede permanentemente fracturada la confianza.
Bien dicen que muchos de los accidentes pueden prevenirse, pero que también existen los accidentes por más que se traten de prevenir o preveer.
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Apertura a cambios: Tomar en cuenta que porque el otro no haga las cosas tal cual como yo las hago no es sinónimo de que estén mal hechas. Hay diferentes maneras, lo importante es comunicar porqué se deben de hacer de determinada manera cuando sea el caso y, si es necesario, enseñarle al otro cómo se debe de hacer. Una buena técnica para esto es primero explicarle al otro cómo se hace, después mostrárselo y finalmente permitir que el otro lo haga.
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Psicoterapia: Como hemos visto, la hipermaternidad y la hipopaternidad se necesitan el uno al otro para sobrevivir y desde ahí, se puede pensar también que la solución a este conflicto no recae sólo en una de las partes. Si eres un papá devaluado y desacreditado por una hipermamá puedes asistir a psicoterapia y abordar el tema, de la misma manera que puede hacerlo una hipermamá que ha caído en cuenta de cómo un excesivo maternaje puede terminar perjudicando a un hijo en vez de ayudarlo.
Por supuesto, si la cuestión es de dos, la solución óptima también se encuentra en los dos y pueden asistir juntos a terapia y ahí justamente comenzar a desarrollar esa actitud colaborativa y de trabajo en equipo en pro del bienestar de los hijos, y de pasadita, del de la pareja, o de la relación que exista entre los padres aunque se encuentren separados o divorciados o que por cualquier circunstancia no se encuentren juntos.
Psi Mónica Herranz
Psicología clínica – Psicoanálisis
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