jueves, abril 18, 2024

DE ENCANTOS Y DESENCANTOS: Días y días

*Mónica Herranz

 

No todos los días pueden ser iguales, de hecho no lo son, podrán hasta ser parecidos, pero iguales no. Cada uno  tiene sus particularidades, y de ellas, puede salir una especie de clasificación. En primera instancia estarían los días memorables que son aquellos en los que la alegría se nos sale por los poros, en los que no cabemos de felicidad; son aquellos días en los que todo es maravilloso, en los que todo encajó, no hubo sorpresas y en caso de haberlas fueron gratas. Y aunque a veces parezca que son un mito más que una realidad, en verdad, existen. Son días que no olvidamos, que marcan y dejan huella en la mente, el alma y el corazón.

 

Por otro lado están los días buenos que son en los que las cosas salen bien, en los que se puede llegar a casa con una sensación de plena satisfacción, porque todo simplemente ha salido bien, que no poca cosa es. En esos días, la alegría se hace manifiestamente presente y a lo mejor no es cuestión de tener o hacer un festejo en particular, es solamente que el corazón se siente pleno, contento, es una sensación que lo que dice o transmite es que este mundo aunque de pronto un poco hostil, de pronto un mucho, es un mundo en el que vale la pena vivir, un mundo que a pesar de todo puede resultar confiable, en el que se tiene una vida, que sí, que vale la pena vivirla, que el esfuerzo, la constancia, la perseverancia, valen lo que sea que hayan costado, porque la cosecha aunque a veces se tarde, llega.

 

Los días normales son los que ni fú ni fá, son días en los que suena la alarma, nos levantamos después de haberla apagado dos o tres veces más, esos típicos “cinco minutitos”,  medio dormidos aún, tomamos un baño, desayunamos, paseamos al perro o llevamos a los hijos al colegio, vamos al trabajo, cumplimos con las responsabilidades, regresamos a casa, volvemos a pasear al perro o saludamos a los hijos, convivimos un rato con quien viva en la misma casa o en su defecto con el celular, cenamos, volvemos a poner la alarma y al día siguiente de vuelta a empezar. Si es fin de semana, a lo antes mencionado, una ida al cine, a un restaurante o a hacer el súper seguro vamos a destinar y en algunos casos, en esos días normales, hasta la sexualidad se va a presentar.

 

Luego tenemos a los malos días, esos que ya están más cerca del fú que del fá, son los días típicos que se conocen como “hoy no debí levantarme de la cama” o “lo único que me faltó es que un perro me orinara”. Son días en los que los contratiempos, problemas o conflictos aprietan con un poco más de intensidad y en los que probablemente nuestra buena voluntad no es suficiente para resolverlos. En esos días las habilidades o herramientas con las que contamos para afrontar la vida parecen insuficientes, como si fueran de jueguete frente a una realidad que nos consume a la par que se hacen presentes la impotencia, la tristeza, el enojo y la frustración. El flujo de las cosas parece entorpecido, el día pasa lento y al llegar a casa, lo único en que pensamos es en que por favor ya se termine ese día y que con algo de suerte, mañana será uno mejor.

 

Los pésimos días no podían dejar de participar de esta especie de clasificación, porque aunque habitual y afortunadamente no sean los más comunes, no por ello quiere decir que no formen, de tanto en tanto, parte de nuestro panorama. Los días pésimos son, como los decribía alguna persona que conocí, esos en los que nos levantamos con una nube negra sobre la cabeza que no sólo amenaza tormenta, sino que la desata. Nos llueve sobre mojado cuando además, habíamos salido sin botas, chubasquero o paragüas. Los días pésimos muchas veces nos agarran de bajada, desprevenidos, parecen traicioneros porque atacan por la espalda. Hay veces que sus predecesores, los malos días, nos van avisando que los pésimos se aproximan, pero no siempre tomamos en cuenta la advertencia y entonces es cuando llegan los días pésimos sin fanfarrias.

 

Finalmente tenemos los días para el olvido, esos que son absolutamente desafortunados, en los que decir triste es poco decir, son días desolados, angustiantes, llenos de negrura, ahí no hay tormenta, ya la hubo y lo que quedan son escombros, situaciones irresolubles con consecuencias irreparables. No hay nada que hacer, nada se puede modificar. La tragedia se encarna en algún evento o acontecimiento que nos roba el aliento, que hace que el latir del corazón se detenga, quedando paralizados, devastados, ¿lo mas curioso?, que los que solemos llamar días para el olvido son los que menos olvidamos.

 

Y así como los días para el olvido tienen esa paradoja, cada uno de los demás tiene la suya, ¿acaso no hay días memorables que a la larga se convierten en lo peor que a alguien le pudiera haber pasado?, ¿no hay días malos que despúes se convierten en memorables?. A veces de los días pésimos termina saliendo algo favorable que los hace ser un poco menos malos y hasta en buenos se convierten; hay algunos que empiezan como buenos y terminan como normales y hay normales que se convierten en…¡quien sabe en qué!, pueden existir tantas y tantas combinaciones.

 

Los días, las semanas, los meses, los años, la vida que pasa, porque se pasa, usémosla, gastémosla, como diría uno de mis cantautores predilectos, “no podemos llegar al final de la vida en un estado perfecto, tenemos que llegar al final de nuestros días derrapando y medio muertos, sucios, cansados, gastados, heridos, doloridos, sonriendo y que cuando miremos hacia atrás, podamos decir que el viaje estuvo bueno”, con todo y sus días para el olvido, memorables, pésimos, malos, normales o buenos.

 

*Mónica Herranz

 

Psicología Clínica – Psicoanálisis

 

facebook.com/psiherranz psiherranz@hotmail.com

Artículos relacionados