Rajak B. Kadjieff / Moscú
*Siempre hubo desprecio por los rusos étnicos.
*Hay que ser duros, hasta para ser sicario.
*“Blandos, demasiado blandos son los rusos”.
*”Son incapaces de aplicar el terror revolucionario”.
*Eso escribió Richard Pipes, historiador británico.
La “camarilla roja” encabezada por Vladímir Ilich Uliánov -así llamada por los enemigos- recurrió a asesinos profesionales de nacionalidad no rusa para instrumentar la represión: polacos, letones, judíos, georgianos, y más luego que pronto circuló un dicho popular: “¡No busques a un matón, busca a un letón!”.
En el siglo XVI, Iván el Terrible formó su policía política, la Oprichnina, con extranjeros, especialmente alemanes, y así, decían los rivales, Lenin, en el XX, imitaba al más despótico de los zares conocido hasta entonces, un desquiciado sediento de poder y de sangre.
Además de fundar la policía política, -la Cheka en ruso- y el Ejército Rojo -aparte de relajar los requisitos para el divorcio e instaurar el aborto libre y gratuito-, los bolcheviques comenzaron a negociar el Tratado de Brest-Litovsk con Alemania, Austria-Hungría, Turquía y Bulgaria.
El jefe de la delegación comunista fue Lev Davídovich Trotski, nombrado comisario de Asuntos Exteriores por Lenin, partidario de aceptar las desmedidas exigencias alemanas, mientras que el ideólogo elegido pretendía oponerse a ellas y, ya que el Ejército se había desbandado, responder con la consigna de “ni paz ni guerra”.
Lenin consiguió convencer a Trotski de que aceptase la rendición, con este argumento: hasta que estallase la Revolución comunista en Alemania, Francia y Gran Bretaña, que creían inminente, la función de los bolcheviques era mantener la única revolución triunfante.
Lo explicó así: “Voy a ceder territorio al actual vencedor para ganar tiempo. Se trata de eso y de eso solamente”; pero cuando los bolcheviques trasladaron la capital a Moscú debido a la cercanía con los alemanes, otro camarada, Grigori Zinóniev, dijo: “El proletariado de Berlín nos ayudará a volver a Petrogrado”.
Así se comprende que Lenin abandonase comarcas, provincias y países enteros: Ucrania, Letonia, Estonia, Finlandia, Crimea y vastas zonas del Cáucaso: el tratado lo firmó Trotski el 3 de marzo de 1918 y así veía cómo las tropas alemanas llegaban a las ciudades en trenes y se desplegaban pacíficamente ante la sorpresa, el miedo y el pasmo de los rusos.
La capitulación de Alemania el 11 de noviembre de 1918 anuló el Tratado de Brest-Litovsk; pero otra semilla sembrada por Lenin debilitó la patria rusa: el derecho de autodeterminación.
Junto con los decretos sobre el reparto de la tierra, la paz y la nacionalización de la banca y las grandes empresas, y una convocatoria de elecciones para una asamblea constituyente (en la que los bolcheviques obtuvieron menos de diez millones de votos de más de 40 millones emitidos), el gobierno bolchevique promulgó una legislación.
Se trataba de la Declaración de los Derechos para los Pueblos de Rusia, firmada por Lenin y Iósif Stalin, quien no era entonces más que un personaje de segundo orden, un antiguo asaltante de bancos que operaba como falso revolucionario para allegarse fondos y así quedar bien con los superiores.
En esa Declaración, los bolcheviques proclamaron el derecho de autodeterminación, que incluía la secesión y la formación de un Estado independiente para los diversos pueblos que componían el recién fallecido Imperio ruso.
“En contrario, en las semanas siguientes nacieron diversas repúblicas, en algunos casos con ayuda alemana”, destacaron investigadores al documentar y conocer los detalles posteriores al triunfo y consolidación bolcheviques.
La finalidad de Lenin era debilitar a sus enemigos, y para ello los bolcheviques prometían demasiado y al mismo tiempo, todo a la vez: reparto de tierras, nacionalizaciones, paz, autodeterminación, socialismo, elecciones pluripartidistas, libertad de prensa, aborto, revolución mundial y aniquilamiento de los reaccionarios.
Los zaristas, liberales y socialdemócratas no sólo tenían que levantar ejércitos, combatir a los alemanes y los “rojos” y elaborar un programa político (¿monarquía o república?, ¿reforma agraria o devolución de las fincas a los terratenientes?), sino, además, enfrentarse a las minorías separatistas de esos territorios.
Mientras se libraba la guerra civil entre 1918 y 1923, en la que se calcula murieron más de diez millones de seres humanos en las más dramáticas e infames circunstancias, muchos de ellos de hambre, los bolcheviques no vacilaron en destinar docenas de millones de rublos en oro para impulsar la revolución mundial.
El dinero provenía del Estado; pero también del saqueo de las propiedades privadas y de las iglesias, y de la exportación del necesario trigo, del que Rusia había sido el primer productor mundial antes de 1917.
“Por fortuna, la revolución mundial no llegó y las que estallaron en Europa (Finlandia, Hungría y Baviera) fueron aplastadas. Además, el Ejército Rojo fracasó en sus intentos de penetrar en Polonia (1919-1921)”, aseveró Richard Pipes, quien escribió en Inglaterra la historia de los protagonistas de la Revolución soviética.
En sus reflexiones. Pipes afirma que Lenin tuvo que reconocer la independencia de Finlandia, Lituania, Letonia y Estonia; “pero demostró su cinismo sobre la autodeterminación mediante la conquista del resto de países que habían proclamado su independencia, como Ucrania y Georgia”, que en el siglo XXI, a la fecha, viven conflictos que se creían superados.