Para Elena Fernández del Valle, quien nos llevó de la mano,
a Odette y a mí, a conocer la tetralogía de Elena Ferrante
Gregorio Ortega Molina
Diversas e inquietantes preguntas surgen de la lectura de novelas que modifican la perspectiva que, de ciertos aspectos del mundo, teníamos quienes las consumimos sin apenas detenernos.
Los personajes y las situaciones de vida que crea Elena Ferrante, me obligan a un alto en mis consideraciones sobre la amistad y el amor, su interrelación y desencuentros, las dependencias que crean y los rompimientos que propician.
Me detengo también en las condicionantes impuestas por el ámbito social en el que crecemos y desarrollamos: ¿facilitan el éxito o destinan a la permanencia en la mediocridad y las frustraciones? ¿Son un llamado a la fama, el engaño y la violencia? ¿O una convocatoria a perder lo que anidaba en el corazón para dedicarse a la política? Aquí habría que revisar con detenimiento la influencia de la publicidad comercial en el comportamiento. Hay un esbozo en Gomorra y otros textos que nos remiten al mundo de la delincuencia organizada. Roberto Saviano en su análisis de la mafia napolitana, y Dan Winslow en El poder del perro, nos refieren a los motivos que influyen en las decisiones de quienes se convierten en sicarios, cómplices de los barones de la droga o vividores del poder: van por una vida intensa y de lujos, aunque sea breve, muy breve.
Otro aspecto que recorre transversalmente la tetralogía de la Ferrante es la diferencia que puede establecerse entre éxito y fama. Lo que duran y esa brevedad y olvido que destruye toda relación humana, cualquier alteridad a la cual aferrarse para sustituir uno u otra.
Seis familias. Cinco de ellas en un mundo que quiere -pero no puede porque hay fuerzas poderosas que se lo impiden-, necesita hacer implosión, y la otra en la esfera social que está aparentemente destinada a colisionar con ese mundo que es la razón de su existencia, pero que terminan colindando en los intereses del único ámbito capaz de unirlos a todos: la corrupción. Me refiero al oficio del poder. El de los representantes populares y el de las calles, ejercido sin contemplaciones por sus nuevos dueños: los delincuentes.
Las familias <<proles>> frente a la élite económica.
Raffaella Cerullo (Lina o Lila) y Elena “Lenú” Greco. La primera de una inteligencia prodigiosa, pero cuyos padres confunden destino con necesidades inmediatas; la segunda es la tenacidad por encima de la voluntad de sus progenitores y hermanos.
Son el Ying y el Yang. Ambas absolutamente malvadas, pero con una sutil diferencia. Frente a la desalmada coloca, la autora, a la “ingenuamente” perversa. Es la elaboración de una amistad construida sobre las exigencias del odio y la ambivalencia de la admiración.
Terminan, ambas, por convertirse en Jano. En una moneda cuyo valor reside en que la misma identidad tiene dos caras, pero son idénticas.
El ámbito en el que ambas se mueven, compiten y autodefinen es la ciudad de Nápoles, el barrio donde la <<omertá>> es código de vida y en el que la familia está por encima de cualquier otra consideración social.
Así inician las inquietudes del lector, porque ellas establecen sus propios códigos de amistad y reinventan los parámetros de la convención social en que puede moverse el amor.
Lila, superdotada, opta desde muy joven por la independencia económica y la fama, sin considerar que las dos se convierten en las paredes de un serrallo más estricto y estrecho que el de la casa paterna. El marido por ella elegido, pues cree que el matrimonio puede ser el primer paso de independencia, se muestra incapaz de convertirla en mujer, no en el sentido tradicional y estúpido de la desfloración, sino ante la imposibilidad de abrirle un nuevo mundo de expansión y expresión de deseos y sentimientos poderosamente humanos.
Lenú cree ser paciente, considera que sabe esperar, y ante la fuerza de espíritu para superar una temprana e incompleta agresión sexual, termina por entregarse a ese mismo verdugo, quien además es padre de Nino Sarratore –cúspide del triángulo amoroso que sostienen Lila y Raffaella con él-, perfectamente definido en carácter y comportamiento por Guido Airota: es <<undívago>>.
Nino Sarratore dista mucho de ser un “social climber”, porque descubre un atajo que alimenta su necesidad de autosatisfacerse para lograr sus metas: se transforma en un “sexual climber”, sin consideración a lo políticamente correcto y sin miramientos a las consecuencias de la traición a la amistad que propicia, favorece e incluso estimula. Alienta y alimenta las confrontaciones entre <<amigas y amigos>>, para evitar ser identificado como lo que es.
Logra hacer que la mujer supuestamente amada por él, transforme el amor en la necesidad de satisfacer una deuda del cuerpo, un capricho que es necesario dejar ahíto antes de morir, o al menos fallecer en el intento.
Lenú, que no desea permanecer en el barrio huye al norte de Italia, donde estudia, aprende, se casa y escribe su primera novela, impulsada por quien muy pronto se convertirá en su suegra, Adele Airota. Pietro será su marido, la lleva a vivir en Florencia, pero pronto se establece entre ellos una rivalidad intelectual determinada por la insatisfacción que Raffaella conserva en su condición de mujer, y por las determinantes establecidas -como marca de nacimiento- por el origen social y las deficiencias culturales. Como diría mi abuela, la cabra siempre tira al monte.
Greco se deja seducir por la fama inicial de su primera novela, que la conduce a la toma de decisiones que modifican su aparente paz hogareña, y al bloqueo literario. El pánico de la página en blanco la paraliza, como detiene su razón el reencuentro con el “amor insatisfecho de su infancia”; el volver a ver a Nino Sarratore le garantiza el boleto de regreso al lugar de donde huyó.
Se restablecen las condiciones de la supuesta entrañable amistad entre la Cerullo y la Greco. Se replantean para ellas mismas las novedosas viejas opciones del oficio de vivir: la inteligencia sobre la tenacidad, el poder del dinero encima de la cultura y la academia, la equiparación de la amistad y la familia y la confrontación abierta que ha de manifestarse a través de los sentimientos y contradicciones que siembra el amor.
En los diversos escenarios ofrecidos por Elena Ferrante, puede llegarse a la conclusión que para los hombres la mujer es un instrumento que le facilita alcanzar metas por él elegidas, lo mismo en la política que en la revolución proletaria, el terrorismo y el crimen; también lo mismo en la industria de la cultura que en los espacios sometidos al avasallante poder de los barones del dinero o de los capitostes de la delincuencia definida y contextualizada en las calles de Nápoles como mafia; o en las tribunas y despachos de los supuestos representantes populares: políticos que necesitan corromperse para demostrarse a ellos mismos que pueden competir con todos por el control del verdadero poder: el económico.
El lector descubre entonces que la fama sustituye al éxito. Para competir por el poder se requiere ser famoso, como empresario o industrial, como político, como académico, como momentáneo líder de la opinión pública, con el éxito de la obra publicada detrás. La publicidad es un sucedáneo de la inteligencia, y la corrupción se transforma en necesaria virtud para acceder a los primeros círculos del poder.
Raffaella Cerullo incursiona, con su nuevo compañero, en la industria cibernética, y gana dinero, mucho, tanto que se da el lujo de buscar el poder de la calle. Compite por él con lo que queda de su marido, y con la familia Solara, que son dueños del barrio y la ciudad por haber establecido sus complicidades con los poderes administrativos y políticos.
Elena Greco, perdida en la frustración de los amores insatisfechos, aunque las deudas del cuerpo se hayan saciado hasta dejarla aparentemente reencontrada; diluida en la fama literaria, en la aspiración a convertirse en líder de opinión, para concluir su vida en la frustración de constatar que su marido pudo haberla protegido en el ámbito de la academia y la cultura, aunque difícilmente le hubiera ensanchado el camino para que ella se convirtiera en mujer.
Lila hace mutis, se disuelve en su propia historia, para convertirse en una presencia constante; Lenú se hunde en la añoranza de lo que nunca tuvo, pues la fama la colocó a un lado de la realidad, igual que el amor y el respeto de sus hijas, que frente a ella se burlan de lo que fue su obra literaria.
Hay una propuesta y una promesa adicionales en la tetralogía de Elena Ferrante. El lector puede elegir el final cuando Lenú visita en la cárcel a Pasquale, el militante comunista, terrorista y promotor de la revolución armada, y con él quiere encontrar la respuesta al gran misterio de La niña perdida, lo que no sucede.
El antecedente es sencillo: Lila y Lenú tuvieron hijas casi al mismo tiempo, y ambas parecen reeditar su historia: una es brillante, la otra sufre para aprender, pero lo logra. Una desaparece, la otra allí se queda.
¿Qué ocurrió? Considero que la respuesta está en el comportamiento del <<undívago>> Nino Sarratore.
*Elena Ferrante: La amiga estupenda; Un mal nombre; Las deudas del cuerpo y La niña perdida.- Editorial Lumen.