miércoles, noviembre 27, 2024

El costo de enseñarle a mis hijos a respetar la diversidad

Tania Itzel

Como mujer mexicana he sufrido diferentes y muy variados tipos de violencias a lo largo de mi vida: la violencia machista en todas sus variedades; la discriminación por ser mujer, de clase media, divorciada y madre de dos encantadores niños. Pero, además, les comento que he sufrido discriminación por ser madre joven y por mi manera de educar a mis hijos.

Pero la violencia homófoba es algo a lo que tuve que enfrentarme el pasado lunes 26 de junio, cuando mi hijo de diez años publicó en HuffPost México unas fotos increíbles que hizo durante la 39 Edición de la Marcha LGBTI en la Ciudad de México.

Cuando me propusieron publicarlas me pareció maravilloso, porque el tema era que un niño de diez años había hecho unas fotos que parecían de un fotógrafo profesional. Definitivamente no fui la única sorprendida con que al parecer mi niño era un fotógrafo nato.

Desafortunadamente y para sorpresa mía y de mis hijos, los comentarios machistas-homófobos-retrógradas no se hicieron esperar. Comentarios grotescos y asquerosos que se referían a la sexualidad de mi hijo y a mi desempeño como madre. Supongo que en un país que tiene el segundo lugar mundial en crímenes por homofobia era de esperarse.

La verdad es que a los ojos de una sociedad mocha, moralina e hipócrita nunca he sido una madre promedio, una madre modelo y ni siquiera un ejemplo de madre. He sido siempre una madre rebelde, una madre hippie.

Estoy formando seres humanos, no bocetos sin corazón y sin cerebro.

Y para todos aquellos que se han escandalizado por mi manera de educar a mis hijos quiero comentarles: yo no los educo, los guío o encamino por el sendero que conozco. Porque nadie tiene la receta perfecta, ninguno de todos los que se dan golpes de pecho nacieron sabiendo ser padres.

Los pongo en el camino de la vida con las herramientas que tengo conocidas que se llaman: tolerancia, paciencia, curiosidad, libertad, respeto, pero sobre todo ¡AMOR!

Algunos se preguntan, ¿por qué llevo a los niños cada año a esta marcha? Pues les respondo sin problema, porque estoy formando seres humanos, no bocetos sin corazón y sin cerebro. Los llevo porque amo la diversidad, porque entiendo que las diferencias enriquecen la cultura, el arte, a nosotros mismos y a la vida en general.

Hoy lamento profundamente que el mundo esté tan torcido, pero no me asusta, porque el mundo siempre ha estado así. Y esto nunca nos ha impedido sonreír ni crear ni seguir evolucionando.

Mis hijos son niños libres de homofobia, libres de odio, libres de discriminación, libres de pendejadas, para que me entiendan.

Les hablé a mis hijos de la esclavitud, les hablé a mis hijos del Holocausto, les hablé a mis hijos de la violencia machista que afecta a mujeres y hombres por igual, les hablé a mis hijos del odio y de la intolerancia. Me sorprende cada vez que mis hijos me dicen que ninguna de las razones que les di para que haya sucedido todo esto es razonable ni válida. Son simple y pura estupidez humana.

Afortunadamente les digo que mis hijos son niños libres de homofobia, libres de odio, libres de discriminación, libres de pendejadas, para que me entiendan.

Razón por la cual me declaro completamente orgullosa de mí y de las decisiones que he tomado.

He leído todos sus comentarios junto a mis hijos y solo tenemos como respuesta nuestras bendiciones para todos.

Hay una frase que es una ley para mí y que por eso me tatué en mi cuerpo (sí, porque también soy una persona discriminada por sus tatuajes) y quiero compartir con ustedes: “El otro no es un límite, es una posibilidad”.

Agradezco infinitamente a todas y a todos mis amigos de todas las preferencias sexuales que me han brindado su amistad y, con ella, lo más valioso en esta vida: la posibilidad de entender este mundo de mil maneras y colores diferentes.

Seguimos caminando…

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