Federico Berrueto
Lo menos que se puede decir es que la oposición ha jugado bien sus cartas en el proceso para designar candidato presidencial. Ha tenido que participar de la ilegal simulación que inició el presidente López Obrador, avaló el INE y consintió el Tribunal Electoral. La estrategia ha dado resultado. Una paradoja: el mayor mérito de las dirigencias partidarias ha sido dejar en los llamados representantes ciudadanos el control del proceso.
Por ahora casi dos millones de registros no son desdeñables y cuatro aspirantes con sólidas credenciales. Más aún y relevante que la oposición es noticia y que la irrupción de Xóchitl Gálvez despierte el interés y el optimismo en una competencia que se asumía resuelta a favor del oficialismo. La incertidumbre se incrementa, justo como la oposición requería.
Pocos pensaban que los partidos se harían a un lado para ciudadanizar el proceso. No les ha resultado fácil y poco importan las razones que les motivaron, nobles o de oportunidad. Lo cierto es que, desde ahora, el país se aproxima a un objetivo deseable, la pluralidad en los órganos legislativos, pero que demanda cuotas mayores de responsabilidad. La alternancia en la presidencia, también ahora es pensable y posible.
Los aspirantes de la oposición padecen una enfermedad generalizada entre ellos, la desconfianza sobre las reglas y las autoridades electorales; problema mayor que incuba la inconformidad y que los no favorecidos del proceso recurran al recurso fácil de invocar una supuesta mano negra en el desenlace. Los organizadores ciudadanos y los dirigentes de los partidos desde ahora deben tener presente tal circunstancia. El reclamo de algunos de los aspirantes con mayor presencia política no es igual al cuestionamiento de un personaje menor, desacreditado y sin mayor representación como es Jorge Luis Preciado. Deben solventarse las reservas de Mancera y Aureoles, no por ellos, sino para ratificar la integridad del proceso.
El método no es perfecto y un grupo reducido de votantes para designar al candidato se presta a la especulación y a la desconfianza. Por lo pronto se estima que entre 25% y 30% de ese padrón es afín a Xóchitl Gálvez. En el juego de números la tercia ideal, difícil se presente, es un aspirante afín a cada uno de los partidos del Frente. Dos aspirantes del PAN y uno del PRI dividirían las adhesiones y ofrecerían ventaja al aspirante individual del otro partido mayor, lo mismo se puede suponer si fueran dos del PRI y no del PAN. Ciertamente, la encuesta podría tener un efecto correctivo, pero no soslayar el problema de que la elección diera un triunfador(a) y la encuesta, otro(a). Se resolvería por los porcentajes agregados de ambos ejercicios.
Para cuidar el proceso las dudas, reservas o inconformidades deberían presentarse a los coordinadores del proceso de manera discreta. No ha sucedido así y es un factor que compromete no al proceso como tal, sino a su imagen pública, además del interés del oficialismo de desacreditar el ejercicio. La mesura al impugnar es un asunto de lealtad; quienes llevan a cabo las cosas exhiben confiabilidad e imparcialidad, por más cuestionamientos que enfrenten de los aspirantes.
A diferencia del oficialismo, donde el protagonismo presidencial es el principal factor para anular la visibilidad de los aspirantes y el interés en sus propuestas, por cierto, muy menores para no despertar la furia del líder, el debate y el proselitismo de los opositores despierta la atención pública en términos generosos, mayor cuando la comunicación se acompaña de humor, como lo hace Xóchitl Gálvez con naturalidad y eficacia. Beatriz Paredes y Enrique de la Madrid también, a su modo, han mostrado lo suyo.
Lo que viene adelante es mucho más interesante, complejo e incierto, porque el encuentro de los aspirantes seleccionados será oportunidad para que cada uno muestre su destreza para proponer o responder y plantarse como la mejor opción para ganar la candidatura, la elección y, eventualmente, ser el líder de un gobierno de coalición con un sentido de inclusión política y ciudadana. Para ganar no basta con representar el ánimo de quienes desde ahora desean la alternancia ni el de una proporción de aquellos con una buena opinión del presidente; es necesario convencer que la propuesta no es restablecer un pasado ya reprobado, sino hacer realidad el anhelo de cambio que llevó a la presidencia a López Obrador, y que ha sido saboteado por impericia, pulsión autoritaria y cerrazón.