Fernando Irala
Luego de que la guerra comercial con China apenas iniciada amenazara con cobrarle a Estados Unidos una factura impagable, el bravucón que despacha en Washington decidió virar y buscarse un conflicto más manejable, uno en que no le respondieran con la violencia oriental y los riesgos de un desastre económico.
Entonces volvió la mirada a México. La subordinación de la estructura productiva y la corriente de exportación de nuestro país hacia la potencia del norte nos hacen en extremo vulnerables. Por eso y por paradojas de la política mexicana, internamente estamos dispuestos a despedazarnos entre nosotros, pero hacia el vecino últimamente sólo profesamos “amor y paz”.
El hecho es que Donald Trump, sus ojos puestos en la estrategia de su reelección, magnifica los peligros de la migración que viene del sur, y ha decidido hacer a México responsable de contener la corriente por cuenta y a beneficio de ellos. Mientras tanto, ha anunciado la imposición generalizada de un arancel a los productos mexicanos.
Lo anterior viola todo principio de equidad comercial entre las naciones y por supuesto nuestro país obtendrá un fallo favorable en cualquier tribunal internacional, que también encontrará de justicia que México responda con medidas equivalentes y proporcionales.
Como si la bofetada no bastara, su anuncio se hizo justamente cuando el régimen de López Obrador inició formalmente el proceso de ratificación legislativa del T-MEC, el tratado que sucede al extinto TLC, cuyo origen es el opuesto de la medida trumpiana, el entendimiento y la negociación para fortalecer el comercio y el crecimiento de las economías regionales y generar una zona dinámica con ventajas en el entorno mundial.
Así que México debiera responder con dignidad y valentía. Pero se ha optado en cambio, elusivamente, por demandar diálogo ante un personaje tramposo y abusivo.
A ver si nos hace el favor de arrepentirse y perdonarnos la vida.