Fernando Irala
¿Qué nos espera como nación, luego de que no les alcanzaron los números a la mayoría de ministros de la Suprema Corte de Justicia para echar abajo la reforma judicial recientemente aprobada, y ésta quedó vigente y en sus términos, como se dice en el argot legal?
Viviremos ahora el experimento inédito de que jueces, magistrados y ministros sean electos por el voto popular. Y aunque los juzgadores en funciones tienen la opción de inscribirse en el proceso para eventualmente ser ratificados en las elecciones judiciales, cientos de quienes actualmente ejercen la judicatura han dado a conocer su renuncia a un proceso cuestionado por expertos y abogados, porque no quieren convalidar un ejercicio que destruye y nulifica la independencia y soberanía que requiere su encargo.
Lo cierto es que en la medida en que se consume el desmantelamiento del Poder Judicial, y se dé paso a uno formalmente democrático, por surgir de las urnas, pero en realidad al servicio del partido en el gobierno, nuestro país habrá caminado sin remedio hacia un retorno al pasado, a la época del Estado monolítico, al imperio de la Presidencia y la sujeción de los demás poderes, el Legislativo, cuyo lastimoso desempeño hemos visto en estos meses del nuevo Congreso, y el Judicial, ahora en vías de extinción.
Si a ello se le suma la desaparición, que se aprobará en las siguientes semanas, de los organismos autónomos encargados de garantizar la transparencia y los derechos de los particulares frente al Estado, el cuadro de retroceso político y social estará completo. Se habrá resucitado ese sistema que hace varias décadas el escritor Mario Vargas Llosa calificó como la dictadura perfecta.
Mientras ello ocurre en lo interno, allende la frontera, la reelección tardía de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos, añadirá un poderoso foco de tensión en la relación regional. El magnate neoyorquino regresa de su épica derrota hace cuatro años frente a Joe Biden, con muchos rencores y agravios que cobrarse, y con una estrategia anunciada de endurecimiento de la política de migración, de continuar la construcción del muro fronterizo, de obligar a contener en territorio mexicano los cada vez mayores flujos migratorios, de intentar mejorar la economía estadounidense con base en la imposición de aranceles a la importación, y con la renegociación del Tratado comercial con México y Canadá, puntos todos que golpearán desde diversos frentes a nuestro país.
Entre las presiones externas y los retrocesos internos, nada bueno parece esperarnos a los mexicanos ni en lo inmediato ni en el mediano plazo.
Difíciles tiempos, malos presagios.