Fernando Irala
Mientras en la plaza pública la presidenta Claudia Sheinbaum defiende y reivindica el legado y el mandato de su antecesor, en las acciones y estilos de su gobierno sí pueden ya notarse claros diferenciadores.
Así se vio la presentación del llamado Plan México, en el que se esbozan las grandes metas de su gobierno.
La primicia del Plan fue inicialmente ofrecida a los empresarios más poderosos de México, con quienes se reunió la Presidenta en diciembre pasado para darles a conocer las principales líneas de sus proyectos. Así se informó de manera abierta y oficial, no hay en ello ningún secreto. Relaciones públicas al más alto nivel, en la mejor de las costumbres neoliberales.
Ahora ya todos sabemos de los detalles, mientras en paralelo el gobierno lleva a cabo otro ejercicio también muy usado en las administraciones de las décadas anteriores, la realización de foros de consulta en todo el país para nutrir el Plan Nacional de Desarrollo, que por ley debe elaborarse y presentarse en el primer semestre de cada sexenio.
Todavía se recuerda que hace seis años, la discusión sobre el Plan que debía presentar a la nación la flamante 4T, terminó en un choque entre el entonces presidente y su primer secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, que por ese motivo renunció a su cargo en las siguientes semanas.
Ahora podríamos decir que la planeación, una de las tareas gubernamentales menos lucidoras pero más profundas, se ejecuta con la ortodoxia y seriedad que se perdió en 2018. Así lo dijo claramente la Presidenta Sheinbaum: “Pasamos de un periodo en donde la planeación no necesariamente era el eje de una visión”.
En el Plan México se plantea ubicar a nuestro país como una de las diez potencias económicas del mundo, lograr una inversión superior al 25 por ciento del producto interno bruto, del PIB, incrementar las exportaciones y crear empleos con alto grado de especialización, por lo tanto mejor remunerados.
La gran interrogante es cómo lograr tan ambiciosos objetivos, que no se alcanzaron siquiera cuando en el pasado nuestra economía se abrió a la interacción mundial, ante corrientes que empujan en sentido contrario interna y externamente.
Internamente, los sectores más duros de la 4T enarbolan el proteccionismo, en especial de las empresas estatales, que inhibe la inversión y cancela las oportunidades que tendríamos en la relocalización productiva mundial. En el sector agropecuario, ese nacionalismo del siglo pasado genera incluso sanciones en el acuerdo comercial de América del Norte.
Externamente, la llegada de Donald Trump este lunes a la Casa Blanca en Washington, multiplica las amenazas no sólo de supervivencia del tratado, sino la estabilidad política y social de la región y del mundo.
En ese contexto, la formulación actual de estos planes es una buena noticia, pero antes de siquiera emprenderlos, la realidad no tardará en darnos varias volteretas.