Fernando Irala
Se cumplen ochenta y un años de que el General Lázaro Cárdenas decretase la expropiación del petróleo.
Fue en su momento una medida tan audaz y radical que por ello mismo resultaba inesperada.
Relatan las crónicas que en las semanas siguientes los ejecutivos petroleros de diversas nacionalidades se fueron soberbios y sonrientes, seguros de que en poco tiempo serían llamados para volver a hacerse cargo del negocio.
No fue así; por el contrario, los ingenieros mexicanos fueron capaces de descifrar la química necesaria para refinar el crudo y producir gasolinas de calidad. En los años y décadas siguientes, Petróleos Mexicanos floreció como el monopolio estatal que, hasta la fecha, aporta recursos significativos para el sostenimiento de las estructuras gubernamentales.
Luego el mundo cambió, y Pemex envejeció. La reforma energética, tan bien ponderada hace unos años, intentó modificar la operación del gigante petrolero, hacerlo más competitivo, y dejar a la inversión privada buena parte de las posibilidades de exploración y explotación de nuevos campos petroleros, incluso la distribución y venta de las gasolinas y el diesel.
Eso fue ayer. El cambio drástico de régimen ha llevado ahora a una renovada reivindicación del petróleo y la electricidad como baluartes del Estado, y reorienta la estrategia gubernamental al rescate y fortalecimiento de la industria petrolera estatal.
El mundo financiero y petrolero internacional ha visto con desconfianza y escepticismo los nuevos planes. Se piensa que se volverá a la ineficiencia característica de la burocracia oficial.
Por ello han degradado la calificación de Pemex, del gobierno mexicano y de sus proyectos.
En ese contexto llegamos a la celebración del 81 aniversario de la Expropiación petrolera.
Dicen que habrá anuncios y sorpresas. Veremos.