Fernando Irala
A los hechos de violencia en poblaciones de varios estados del centro y del norte del país, ocurridos al inicio del mes, se sumó el fin de semana pasado el bloqueo de diversos puntos carreteros de Zacatecas y la quema de vehículos, todo ello atribuido a grupos de narcotraficantes.
Frente al optimismo oficial que refiere una disminución de la criminalidad, es evidente que las bandas de delincuentes evolucionan en sus modos de operación y exhiben una gran capacidad para atemorizar a la población y hacer sentir su presencia en los territorios que controlan.
Como parte del fenómeno, se acumulan los casos de asesinatos de periodistas, con lo cual se intimida y silencia al gremio, e incluso se acaba con periódicos, noticieros en medios electrónicos y otros espacios de información a la ciudadanía.
La presencia del narco trastorna la vida de regiones enteras, y sus efectos golpean ya incluso la economía del país, inciden por los costos y daños que suponen en la inflación galopante que hemos empezado a vivir, y por supuesto inhiben la inversión y la producción, el comercio y los servicios.
Pero todo ello no hace mella en la estrategia gubernamental, que reivindica contra viento, sangre y marea la divisa de “abrazos, no balazos”, pese a que no es correspondida del otro lado, en que sólo vemos las exhibiciones de armamento y escaramuzas, muertos y desaparecidos.
Cuando esa línea cambie, porque algún día tendrá que cambiar, la nación se encontrará con el dominio de la delincuencia sobre vastas zonas del territorio, y la penetración en estructuras de gobierno hasta niveles inimaginables.
La tarea de reconstrucción y de reconquista de la seguridad será entonces mucho más complicada.
Pagaremos, ya estamos pagando, las consecuencias de tanta negligencia, irresponsabilidad y complicidad.