Fernando Irala
Luego de una polémica que ha durado muchos años, podríamos decir que décadas, el Congreso de la Ciudad de México ha decretado condenar a muerte la fiesta taurina, tal como la conocemos.
Que no puede haber maltrato ni violencia contra los animales, dice el argumento, por lo que las tradicionales corridas, han establecido, serán sustituidas por un espectáculo en que no habrá puyas, banderillas ni estoques, y a su vez el toro, que será devuelto a los corrales y a su ganadería una vez toreado, llevará cubiertos los pitones para no arriesgar al torero.
Una vacilada, pues, en la opinión de los seguidores de la fiesta brava, un ritual de muchos siglos de existencia, que el año próximo estaba por cumplir medio milenio de celebrarse en nuestro país.
Y aunque resta una larga batalla jurídica, de amparos e impugnaciones, el golpe mortal ya está dado. Además, el mal ejemplo cundirá, y lo previsible es que en los próximo meses y años, en los congresos de diversas entidades de la república se copie esta moda.
Con ello, se ha condenado a muerte a la tauromaquia, y de rebote a la especie misma que constituye el centro de la festividad, el toro de lidia.
Esta raza, como se sabe, se parece a las reses comunes, pero no es igual. Su crianza requiere de grandes espacios, de cuidado en su manejo y selección de los ejemplares. Se trata, dicen los ganaderos, de una joya del patrimonio genético, que por supuesto es costoso mantener, y forma parte de una cadena de la que se sostienen muchas familias.
Todo ello desaparecerá y las reses bravas se encontrarán en peligro de extinción, causada por los mismos que dicen querer protegerlas. ¿Quién va a invertir en adelante en la crianza de ese ganado tan costoso y selecto, que ya hoy es una actividad de riesgo desde el punto de vista financiero?
Por lo demás, la sensibilidad mostrada por los llamados animalistas, suena un tanto extraña en un país azotado por la violencia, por la danza de cifras de seres humanos muertos y desaparecidos, por los hallazgos de monstruosos centros de adiestramiento de sicarios, de tortura y cremación de cadáveres.
Mientras la nación entera se encuentra en vilo, eso de andar salvando reses de picadores, banderilleros y matadores, resulta una perversión, una ceguera social, una distracción de la tragedia que día a día tiene lugar a lo largo y ancho del territorio.
Hoy toda decir adiós a los toros. Faltan años, decenios, si es que llega el día en que podamos decir adiós a los sicarios que asuelan a México.