Fernando Irala
Una nutrida marcha que abarrotó la plancha del Zócalo y las bocacalles aledañas tuvo lugar la mañana de ayer, convocada para defender la democracia y rechazar los intentos autoritarios de regresar a la era de la dominación de un partido único.
Su tamaño resulta incalculable. Para los voceros del gobierno deben haber fueron menos de cien mil; para los organizadores se reunieron varios cientos de miles. A la muchedumbre en la ciudad de México habrá que agregar las multitudes que se manifestaron en más de una centena de ciudades, inclusive algunos sitios en el extranjero.
Un discurso único dio cuenta de los temores de los ciudadanos. Desde el gobierno se trata de acallar las voces disidentes y de eliminar todos los contrapesos que obstaculizan las ambiciones dictatoriales: los organismos autónomos como el INE y el INAI, la Suprema Corte de Justicia, entre otros, o de pervertirlos como ya se hizo con la Comisión de Derechos Humanos.
Frente a los temores ahí expresados, tal vez fue más notable el miedo del régimen a sus opositores, simbolizado en la gigantesca valla formada de gruesas planchas de metal con las que intenta blindarse de las expresiones de disgusto y rechazo, ésas que en el extremo corearon reiteradamente consignas tan simples como contundentes: “la Ley sí es la ley”, “el INE no se toca”, “voto libre”, y la más estruendosa por lo que implica, “narcopresidente”.
No ha sido la primera marcha de disconformes con el rumbo del actual gobierno. Pero ha sido muy significativa, porque constituye un eslabón más en un movimiento que no ha menguado desde la primera respuesta a los intentos de quebrar al INE, y que por el contrario cada vez luce más fortalecido, organizado y decidido. Lo es también porque ha tenido lugar a pocos días de que se inicien las campañas electorales por la Presidencia de la República y otros muchos puestos de elección popular en todo el país.
Será tal vez la última de este periodo que haya podido organizarse a partir de una preocupación ciudadana apartidista.
En breve, la dinámica de la lucha electoral sólo dejará espacio para el gran enfrentamiento entre dos fuerzas fundamentales, la que pretende sin ningún disfraz más de lo mismo, y la de quienes intentan detener un proyecto al que acusan de estar destruyendo casi todos los avances logrados en las décadas anteriores.
Luego vendrá el veredicto de las urnas.