Fernando Irala
El pasado fin de semana se llevó a cabo una jornada de vigilia y luto nacional, en el Zócalo capitalino y en otras ciudades del país, en protesta y memoria por las desapariciones, torturas, muertes y cremaciones ocurridas según todas las evidencias, en el rancho ubicado por colectivos de buscadores en el municipio de Teuchitlán, Jalisco.
Los hallazgos mostrados a México y al mundo en el predio mencionado, han provocado horror, indignación y un explicable clamor, en una nación en que la pesadilla de la violencia criminal ha trastornado la vida a lo largo y ancho del territorio.
En medios nacionales e internacionales se ha comparado el escenario del rancho Izaguirre con los recuerdos de los campos de exterminio nazis como el de Auschwitz.
Todo alrededor de Teuchitlán es lamentable, pero mención aparte merecen las reacciones ocurridas en Palacio Nacional. De la minimización que dijo no ser, al referirse a que el tsunami informativo tenía como base sólo una fotografía y algunos testimonios, se pasó a cuestionar los vínculos que en las redes sociales se establecieron con la política de laxitud y complicidad con el crimen organizado que vivimos el sexenio anterior, ordenada por el expresidente.
“Ya déjenlo en paz”, clamó la mandataria, focalizando su empatía con López Obrador, no con el sufrimiento de las familias de decenas de miles de desaparecidos que según todos los indicios están muertos en ranchos y fosas como en Jalisco o en Tamaulipas, o en muchas otras entidades del país donde los hallazgos de inhumaciones clandestinas se cuentan por cientos, por miles.
En el seno de los hogares lastimados, en las comunidades víctimas de la delincuencia, en los caminos donde no se puede circular de noche y a veces ni de día, en las ciudades donde crecen la extorsión, el cobro de derecho de piso, los secuestros y otras modalidades del delito, todos quisiéramos recuperar la paz perdida, retomar las actividades normales, recobrar la tranquilidad, volver a vivir la vida.
Eso está muy lejano aún. Mucho más, cuando las autoridades desde el más alto nivel, no asumen esa meta como objetivo. Tienen la mirada puesta en proteger a quien les dio el cargo, preservar su hegemonía, y sólo identifican intereses políticos en las voces que difunden o analizan estos hechos aciagos.
Por desgracia, no habrá paz.