Fernando Irala
Luego de una pugna soterrada, Alejandro Gertz Manero fue orillado a abandonar la Fiscalía General de la República, faltando más de dos años para que concluyera el encargo en el que fue designado en enero de 2019.
No fue sencillo sacarlo. La mañana del viernes la Presidenta dijo no haber recibido su renuncia y, sí, en cambio, un documento del Senado que estaba analizando. De ese documento no se volvió a hablar, y tuvo que transcurrir buena parte del día hasta que ese órgano legislativo conoció una misiva en que el funcionario defenestrado no menciona nunca que renuncia, sino sólo que se retira porque ha sido propuesto como embajador, y solicita que se active el procedimiento para ratificarlo. Debe ser la primera vez en la historia que un aspirante a diplomático se promueve el mismo en comunicación autógrafa, y no espera a que desde la Presidencia se haga el trámite oficial, y la primera vez que eso se declara causa grave.
Protocolos aparte, lo que queda claro es que a Gertz se le iba a sacar a como diera lugar en ese momento.
Y lo que también resulta evidente es que en México ha quedado sepultada la aspiración que motivó el cambio de la figura de las procuradurías a la de la fiscalía, la cual esencialmente consistía en construir una institución autónoma, para investigar y perseguir delitos, procurar justicia y proteger a las víctimas.
Cuando se instauró la figura de la fiscalía, a finales del sexenio de Enrique Peña Nieto, se volvió imposible nombrar al primer fiscal porque se acusó que el procurador, Raúl Cervantes Andrade, era muy próximo al entonces mandatario, por lo que la oposición se negó a avalarlo, y se acuñó el mote de “fiscal carnal” para rechazarlo.
Como los tiempos cambian, al iniciarse el sexenio de López Obrador sí fue posible nombrar un fiscal cercano al Presidente, y se eligió a Gertz, de una terna en que las otras dos propuestas eran todavía más próximas al mandatario.
A un año del actual régimen, el ya viejo y desgastado fiscal no resultó tan afín a la Presidencia, y en una crisis precipitada por el increíble escándalo alrededor del Miss Universo, y la más increíble historia del mexicano dueño a medias de esa franquicia, por lo que se sabe un delincuente de altos vuelos en vías de protección por la FGR, la caída de Gertz se volvió una prioridad de Estado.
Se ha iniciado ahora un procedimiento para formalizar el nombramiento de un nuevo fiscal, pero ya desde ahora despacha en las veces de titular Ernestina Godoy, la fiscal de la ciudad de México el sexenio anterior, cuya ratificación hace unos años en la capital no pudo ser porque en esa ocasión la oposición se negó a votarla, entre otras consideraciones, por la elemental razón de ser una pieza de la jefa de Gobierno, y no una fiscal independiente y autónoma. La falta de apoyo para ser ratificada, por cierto devino en nombrar encargado a un funcionario que se pudo titular de abogado, requisito indispensable, en escasas veinticuatro horas, avalado por un Instituto Cúspide, que desde entonces adquirió una triste notoriedad.
Lo cierto es que a la 4t eso de manejarse con transparencia, con apego a la legalidad y con observancia a los procedimientos, nomás no se les da.
Pero lo más lamentable es que en caso de la Fiscalía General de la República, una institución clave para combatir la delincuencia, la corrupción, y lograr la justicia y la seguridad de los ciudadanos, despachan hoy y despacharán en el futuro cercano, empleados que deben su lealtad y su chamba al Ejecutivo, y que esa institución sigue estando muy lejos del modelo que le pudo haber servido a la nación.
El retroceso es evidente.
