Fernando Irala
Un nuevo ambiente se respira en el mundo entero una vez que el energúmeno que durante cuatro años ocupó la Casa Blanca en Washington fue despedido por el voto popular.
Cuando Joe Biden ganó la elección, escribimos la nota que hoy reproducimos, y que en su momento se perdió por causa de algún duende cibernético. Creemos que el tema es y seguirá siendo actual.
Expulsado Trump de la presidencia norteamericana por un voto ampliamente mayoritario de los ciudadanos de esa nación, y por su singular aritmética electoral, sólo falta ahora que en el muy breve espacio que le reste no tenga capacidad de causar ya muchos daños a la sociedad, la economía y la política del país vecino.
Mientras tanto, y con las incomodidades a que dan lugar los berrinches y pataleos de su opositor, el presidente electo Biden esboza ya sus planes, sus primeras medidas de gobierno, y ha comenzado a conformar su equipo.
Biden es un hombre mayor, con problemas de salud que hoy parecen controlados, pero por eso tanto él como su partido y la sociedad entera, deben tener en sus escenarios la posibilidad de que en un cuatrienio no busque la reelección.
En ese escenario, e incluso en cualquier otro, la figura de la vicepresidenta adquiere su real dimensión. No sólo asumiría el poder ante una la falta imprevista del presidente; en su momento, es la figura lógica para tomar la siguiente candidatura de su partido, cuando ello tenga lugar.
Entonces, el sistema norteamericano tendrá la opción de elegir por primera vez a una mujer de raíces negras.
Estados Unidos ya tuvo como mandatario a Barack Obama, el primer afrodescendiente que llegó a la Casa Blanca. Y ya tuvo como candidata a la Presidencia a Hillary Clinton, opción que dejó pasar y por eso les ha ido como les ha ido.
En 2024, y a más tardar en 2028, será el momento de Kamala Harris.
Inevitable a menos que sus oponentes en el Partido Republicano sean capaces de generar nuevos liderazgos, carismáticos y sobre todo jóvenes.
La tozudez trumpiana para no traspasar en este momento las riendas, y los obstáculos que armará mientras pueda, no sólo no ayudarán a su partido, sino que incluso jugarán negativamente para ese proceso de renovación y recomposición de los republicanos.
Es decir, el castigo etéreo para Trump es que su necedad le pavimentará el camino futuro a Kamala.
Ya lo veremos, si el covid nos lo permite.