jueves, marzo 28, 2024

CONCATENACIONES: El rescate de Alberto

Fernando Irala

 

Traiciono un principio del periodismo, no contar lo que le pasa a quien escribe, aunque me atengo a la salvedad prevista: cuando lo que se cuenta tenga interés para el lector.

Con esa advertencia me aventuro en el relato.

Cuando hace un cuatrienio me descubrí desempleado, integrante de la tercera edad y sujeto con derecho a una pensión, me apresuré a tramitarla ante las instancias correspondientes. Lo logré, gracias al apoyo profesional del personal que me tocó en suerte en las instituciones del ramo. Se tardaron, como quiera, unos meses. Pero en octubre de 2016 obtuve todos los nihil obstat necesarios, lo cual me llevó obligadamente al tema de dónde depositar los escuálidos fondos acumulados y la modesta pensión ganada luego de una vida de trabajo.

Y aquí empieza la historia a la que me refiero.

A la cuenta proporcionada para el depósito del dinero, el empleado que me atendió le encontró una objeción: mi segundo nombre, el de Alberto, aparecía referido en el estado de cuenta que presenté con una simple “A”. Esto le puede traer problemas, me advirtió, desde que su pensión se detenga hasta que más adelante sus deudos tengan problemas con la transmisión de la pensión, seguros y con su herencia.

Eso es fácil de solucionar, pensó inocentemente quien esto escribe. A la vuelta hay una sucursal del banco implicado, al que no voy a citar por su nombre, porque no se trata de hacer propaganda ni a favor ni en contra –doy una sola pista, es el que como describiría el vate López Méndez, escribe su nombre con la equis.

Pero en la oficina bancaria ocurrió en ese momento la primera desilusión: el ejecutivo le hizo saber al flamante pensionado que la corrección del nombre tardaría dos o tres semanas, y que entretanto no podría proporcionarle un documento bancario con la corrección solicitada.

Hubo una consecuencia inmediata: hube de elegir como banco receptor y operador de mi pensión otra opción, cuya principal ventaja fue que éste sí había registrado de manera correcta y completa mi nombre.

Pero con el paso del tiempo me quedó el pendiente de que el registro de mi nombre, más bien mis nombres, efectivamente aparecieran en el banco de la equis al que me he referido.

Todavía no lo logro.

A lo largo de tres años y tres meses ha reclamado y reiniciado el trámite por lo menos en cuatro ocasiones.

He proporcionado documentos, la credencial del IFE, luego la del INE, la CURP, hasta una constancia de situación fiscal de las que expide el SAT, he aportado todos los datos y he rellenado todos los formatos que me han requerido.

Pese a ello, aún no logro que Alberto aparezca como tal, y no sólo insinuado por una A.

La última solicitud la formulé la semana pasada, ante empleados amables y comprensivos. No estoy muy seguro de tener éxito. Ya les contaré.

Pero más allá de la solución del caso, llama la atención que tanta ineficiencia acumulada y socializada debe haber en una institución para que un simple dato no pueda ser corregido, aunque ello lleve a la desconfianza de sus clientes y a su eventual pérdida.

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