CONCATENACIONES: El debate, y lo que sigue

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Fernando Irala

A menos de nueve semanas de que tenga lugar la jornada electoral, la realización del primer debate presidencial marca como tal vez ningún otro elemento la proximidad de la decisión ciudadana que determinará el futuro del país para la siguiente generación.

Escribo estas líneas antes de que el encuentro de los candidatos tenga lugar. Pero más allá del comentario sobre los dichos y contradichos, los eventuales momentos de lucidez, los posibles traspiés o detalles chuscos, incluso alguna inimaginable sorpresa, la etapa de los debates abarca el lapso en que los ciudadanos debieran profundizar su conocimiento sobre quienes pretender gobernar el país, para decidir libre y razonadamente su voto.

A lo largo de los pasados meses, una observación frecuente en los medios de comunicación y en las redes sociales, es que el enojo y el cansancio popular han resuelto de antemano la contienda.

No debiera ser así. Quien se enoja pierde, reza el dicho popular, y cansado no se recomienda ni siquiera manejar un vehículo, porque las consecuencias pueden ser fatales.

No sólo en México, sino prácticamente en cualquier país, sobre todo cuando se atraviesan problemas o crisis, el voto de la ciudadanía tiene un fuerte componente emocional. Se sufraga con el hígado, con el estómago, dicen los expertos. Así votaron los estadounidenses cuando tuvieron la peregrina idea de elegir a Donald Trump. Y así votaron los ingleses a la hora de determinar la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea. Tiempo han tenido –y tendrán más—de arrepentirse.

Es imposible que en México el azoro y el cansancio por la corrupción no causen una profunda irritación y frustración. La inseguridad es ahora un nuevo y creciente elemento que deteriora nuestra vida, sumada a la pobreza persistente en la mitad de la población y la desigualdad creciente que concentra el ingreso en unos pocos, y ofrece magras oportunidades de empleo y bienetar para la mayoría.

Pero ese terror sin fin no tendría que determinar un final terrible, bajo la chabacana premisa de que el siglo anterior estábamos mejor que nunca, y que la manera de resolver nuestro futuro es arrinconarnos en el pasado.

Eso ya lo hicimos hace casi medio siglo, y el resultado fue que nos quedamos por mucho tiempo en el subdesarrollo, en vez de modernizarnos como lo han hecho muchas naciones que antes eran más pobres que México.

¿Podremos dominar nuestro enojo y pensar –por ejemplo en nuestro hijos– antes de votar?

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