Fernando Irala
Esta vez la voz de alarma vino de la Universidad.
Ante el inminente inicio del nuevo año escolar, las autoridades universitarias dieron cuenta de lo que ya se percibía en la vida diaria: los casos de covid están en aumento, y no está de más retomar las precauciones que ya nos sabemos, una muy destacada, el uso del cubrebocas, sobre todo si vamos a permanecer en lugares confinados y durante lapsos prolongados, como ocurre típicamente con alumnos y profesores en los salones de clases.
En realidad, la enfermedad nunca se fue del todo; como otros muchos males, tuvo su apogeo y luego vino a menos, por un proceso natural agilizado por la vacunación universal. Pero no desapareció, se convirtió, en el lenguaje de los médicos, de mal epidémico en endémico, uno con el que tendremos que convivir ahora y en el futuro.
Su paso fue catastrófico, y en México vivimos una doble tragedia, la primera causada por los estragos del mal, la segunda propiciada por la negligencia de las autoridades sanitarias, más preocupadas por minimizar la situación que por afrontarla en su desmesurada magnitud. Los mexicanos pagamos muchos costos, el mayor de los cuales se midió en vidas humanas segadas por decenas, cientos de miles. Setecientas mil muertes en exceso durante el bienio crítico del covid, dicen las estadísticas oficiales.
Ahora, como en un “dejá vu”, el aviso universitario ha causado la misma respuesta automática de la misma autoridad. Que se está exagerando, que no hay que sobredimensionar y que no es recomendable el uso masivo de las mascarillas.
Así empezamos hace más de tres años y aún estamos recontando los muertos. De refuerzos de las vacunas y de otras previsiones médicas ya ni hablamos.
Sólo queda la prudencia y el autocuidado de la población. En el gobierno ya no es tema. La única preocupación es maquinar cómo prolongar su poder para el sexenio que viene. Ésos sí son riesgos de cuidado.