Fernando Irala
Por lo menos en nuestro país, es difícil que haya, entre las actuales generaciones, alguien que recuerde haber iniciado un año con esperanzas o desesperanzas tan encontradas.
La epidemia que paralizó al mundo se inició en las postrimerías de 2019, pero nadie, ni siquiera en China, supuso que 2020 sería un año tan descompuesto, tan fatal, tan extraño en la vida de la humanidad.
Epidemias, lo sabemos, ha habido muchas a lo largo de la historia que conocemos de la humanidad, pero lo cierto es que a los actualmente vivos no nos había tocado ninguna, o al menos no una de las dimensiones del covid19.
Ni la gripe asiática, de fines de los años 50; ni la llamada de Hong Kong, una década después; ni la influenza de 2009, cuyo brote inicial ocurrió en México, tuvieron la fuerza, la persistencia y los resultados letales que ha arrojado el covid en todo el planeta.
El inicio de un año siempre produce el efecto esperanzador de que el tiempo por venir será mejor, pero esta vez en diversos lugares del mundo la llegada del nuevo año ha coincidido con cifras récord de contagios y muertes.
Nuestro país no es la excepción. Aquí no hay rebrotes porque nunca se ha podido domar al virus, pero lo que sí hay es un crecimiento inusitado de los casos, hospitales saturados y muertos por cientos cada día.
Como en todo el mundo, la emergencia ha obligado a autorizar e iniciar la aplicación de vacunas cuya confiabilidad o eficacia no llega al 100 por ciento, con todo lo que ello implica.
Así empieza 2021, un año que esperamos sea mejor que el que concluyó, aunque no tenemos muchas bases para suponerlo.
Podría ser peor, dirían los pesimistas.
Es muy pronto para saberlo. Hace un año estábamos todavía en la celebración por la llegada del nuevo ciclo, y los más inocentes escribían sus cartitas a los Reyes Magos.
Tal vez sea el tiempo de apostar de veras por ser mejores seres humanos, y cuidarnos nosotros, a la comunidad y a la naturaleza.
Es posible que entonces sí tengamos un feliz año nuevo.