Fernando Irala
Sin duda la mejor noticia para México en lo que va del año es la disminución de la población en pobreza.
El dato positivo es evidente, aunque persisten deficiencias en las que no se ha avanzado, e incluso se ha retrocedido.
De 2018 a 2024, esto es, durante el pasado sexenio, la población en pobreza se redujo de casi 52 millones de personas a 38 millones y medio; es decir, alrededor de trece millones y medio de personas mejoraron su ingreso y ya no son consideradas en pobreza.
La contundencia de las cifras salta a la vista, aunque algunos expertos ya han señalado que la nueva estimación, ahora elaborada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, INEGI, muestra diferencia con otras encuestas de origen oficial, lo que amerita su revisión y adecuación.
Pero la contradicción más palmaria se encuentra en el propio documento publicado, pues mientras muestra la mejora de los ingresos de quienes han dejado la pobreza, se advierte que las carencias ligadas a la calidad de vida se mantienen o han crecido.
Esto lleva al resultado contrastante de que en el periodo mencionado, la población vulnerable por carencias sociales, pese al mejor ingreso, aumentó en más de nueve millones.
El aspecto más preocupante es el referido a los servicios de salud, pues en 2018 tenían esa carencia veinte millones de personas, pero ahora casi 45 millones de mexicanos, más del doble, están sin cobertura médica. Lo cual nos habla del desastre que se produjo cuando se cerró el seguro popular, desastre que aún no se encuentra cómo corregir.
En otros rubros, como rezago educativo, seguridad social, calidad y condiciones de vivienda, y alimentación, la información es variopinta, las carencias se mantienen sin grandes cambios, y cuando mejoran, no hay logros espectaculares como en el tema del ingreso, que es el que da la cifra relevante de reducción de la pobreza.
Dicho en términos coloquiales, somos menos pobres pero estamos más desprotegidos en materia de salud, y prácticamente igual o con mejoras insignificantes en otras carencias de vida.
Lo anterior es el resultado lógico de una política simplista de gobierno, que ha puesto todo su esfuerzo en los aumentos al salario mínimo y en la repartición de dinero a través de los llamados programas sociales. Todo esto, por cierto, a quien menos beneficia es al sector que está en la llamada pobreza extrema, en la miseria dicho en lenguaje llano. Ahí la mejoría es francamente mediocre, de menos de dos puntos porcentuales.
Así que con la relevancia de la información conocida, para la superación de la pobreza y la desigualdad aún está pendiente lo más complicado: cambiar el modelo de desarrollo, generar un crecimiento sostenible y justo para todos, desarrollar capacidades productivas en la población.
En eso no hemos avanzado.