Fernando Irala
La crisis del agua –un fenómeno nacional e internacional creciente— se ha adelantado en la ciudad de México, como consecuencia previsible del abandono y negligencia de sucesivos gobiernos desde hace más de un cuarto de siglo.
En las recientes semanas, a la escasez anunciada en todo el valle, se sumó la evidente contaminación del líquido en colonias de la alcaldía Benito Juárez. La tardía respuesta de las autoridades dio lugar a una airada protesta de los ciudadanos, que terminaron recurriendo a una herramienta irracional, sin embargo la única que más a menos hace reaccionar al gobierno: bloquear arterias estratégicas y colapsar el tránsito vehicular.
Escasez y contaminación del agua son resultado por supuesto del consumo cotidiano de millones de familias. Pero ambas podrían evitarse o reducirse sustantivamente, si en la ciudad se diera el mantenimiento obligado a la red de distribución y se hicieran obras de modernización y mejora.
A fines del siglo pasado, con menos población y una abundante dotación de agua, entre los expertos del gobierno había la preocupación de lograr una mayor eficiencia en su distribución, y existieron ambiciosos planes para su administración.
Cuando llegó la llamada izquierda al poder en la capital, todo ello se abandonó. No sólo con el agua; también con el metro, su mantenimiento y ampliaciones, incluso con las calles, su reencarpetamiento y bacheo.
Las consecuencias están a la vista en todos los órdenes. Sólo que con los baches los usuarios la van librando calle por calle, día por día. Y con el transporte público también, entre tardanzas y hacinamientos, mientras no se caigan más puentes y trenes.
Pero con el agua es distinto. Su falta o, lo que es casi lo mismo, su contaminación, hace evidente una de las necesidades primarias para la vida. En este caso ha provocado la protesta y la movilización de la población afectada.
Apenas ahora el gobierno de la ciudad reacciona, con demora. El tema los rebasa. Llevan décadas de desentendimiento y ahora la gente exige respuesta inmediata. El tiempo se ha agotado. Y el agua está a punto de acabarse.