sábado, septiembre 7, 2024

Compañia de Jesús, piedra fundacional de Baja California

Adrián García Aguirre / La Paz, BCS

*El sacerdote jesuita Francisco M. Piccolo dio cuenta ello.
*Lo hizo en el “Informe del Estado de la Nueva Cristiandad de California”.
*Fue elaborado en 1702 y llevado a la ciudad de Guadalajara.
*En él mencionó los recursos con los que contaba esa tierra.

El fraile andariego solicitó el apoyo de sus superiores de la Compañía de Jesús para continuar con su conquista espiritual, y cuando él, Francisco María Píccolo realizó ese viaje, otros dos hermanos que se quedaron en la California, estaban a punto de morir de hambre.
No tenían provisiones para alimentarse, y se veían en la necesidad de acudir a lo que se pudiese, al igual que los soldados que los acompañaban, a recoger plantas y sabandijas como lo hacían los californios para subsistir.
Sin embargo en la correspondencia e informes que enviaban fuera de California, insistían en la presencia de grandes posibilidades para obtener alimento y hacer florecer el desierto.
“La fe religiosa que demostraron la mayor parte de los misioneros, sobre todo la primera generación que llegó, encabezada por los frailes Salvatierra, Píccolo y Ugarte, fue pieza fundamental para el establecimiento y puesta en marcha del proyecto misional en estas tierras”.
Esto lo consigna un documento que anota que fue su sincera religiosidad lo que permitió que decenas de acaudalados mecenas de la Ciudad de México y otros sitios de la Nueva España, accedieran a desembolsar grandes cantidades para seguir manteniendo y expandiendo las misiones en la California.
Los sacerdotes jamás vieron su estancia en esta tierra como lo hacía un soldado o un explorador, los cuales acuden a estos lugares movidos por la codicia o por el precio de su paga.
Tras encontrar los primeros obstáculos o simplemente al acabarse el alimento y las remesas de dinero, de inmediato piensan en regresar y abandonar la misión.
Fue por ello que después de la llegada de Hernán Cortés a la California en 1535, se sucedieron varias decenas de exploraciones, las cuales acabaron en rotundos fracasos.
Lo anterior se debió por el argumento que se acaba de mencionar. Incluso, España llegó a tomar la decisión de considerar la península como “tierra inconquistable” y por lo mismo suspendió cualquier expedición hasta este destino durante muchos años.
Finalmente es importante mencionar que, si bien es cierto que los sacerdotes eran capaces de percibir la esterilidad del suelo peninsular cuando no había lluvias frecuentes, así como la resistencia permanente de los californios para seguir sus instrucciones y cambiar su forma de vida, se cuidaron de que estas situaciones no se vieran reflejados en sus informes.
Todo lo contrario, pintaban un panorama prometedor, y a unos pobladores en un estado casi “edénico” y siempre dispuestos a cooperar con ellos, o por lo menos así lo escribían en sus informes en la primera veintena de años tras su llegada.
No podían perder la confianza de las autoridades virreinales así como de los mecenas que les proporcionaban los recursos económicos para sostener sus misiones, por lo que debían de sostener sus visiones fantasiosas a como diera lugar.
Un ejemplo de lo anterior se percibe en una carta escrita por el sacerdote Juan María de Salvatierra en donde menciona que el pasto que se daba en Loreto “era de tal bondad que el poco ganado que tenía había engordado y que la tierra circundante se reconocía como buena para las actividades pecuarias”.
Hombres de fe y de decisiones, los misioneros jesuitas fueron la piedra fundacional que estableció las bases firmes de la colonización de la península de California.
Bien haríamos los actuales habitantes en reconocer su benéfica y trascendental obra a través de monumentos, nombres de calles, títulos de bibliotecas y demás espacios para la cultura, las artes y la ciencia con nombres de todos estos misioneros que forjaron nuestro presente.

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