viernes, noviembre 22, 2024

Christopher Lee: El hombre que fue Drácula, combatió a los nazis y tuvo una banda de heavy metal

LOS ÁNGELES, CALIFORNIA.- Esto fue lo último que nos dijo la cavernosa voz de Christopher Lee: “Soñaré con vosotros. Sed felices, y no os atreváis a echarme de menos o me apareceré en vuestras pesadillas”. En realidad, Lee no nos hablaba a nosotros, sino al protagonista de Angels in Notting Hill, estrenada pocos meses antes de su muerte y no disponible en España. Pero, tras tantos años en su compañía, la audiencia sintió que ese “you” al que se dirigía Lee era un “vosotros”. Que Drácula sabía que se acercaba el amanecer y temía despertar en sus víctimas algo peor que el miedo: la compasión.

De acuerdo con CINEMANÍA, Christopher Lee nació en un distrito de Londres cuyo nombre (Belgravia), en realidad parecía el de una comarca perdida en los bosques transilvanos. Su padre había combatido en Sudáfrica y Europa su madre había posado para algunos retratistas de cierto renombre.

Como recuerda en su autobiografía, en la que se apoda El señor del desgobierno, el príncipe de las tinieblas vino al mundo en plena ola de calor. Para acentuar la incomodidad, los vecinos de Belgravia se veían acosados por un inexplicable escuadrón de avispas. “Una extraña casualidad más”, advierte Lee en sus memorias, magníficamente escritas. “Mientras yo me formaba en el vientre de mi madre, se rodaba en Alemania Nosferatu”.

Una vida de película
La existencia de muchos actores y directores ha sido definida de esta forma. En el caso de Christopher Lee, no se trata de una banalidad. La sombra del gigantesco inglés (rayaba los dos metros de estatura) se proyecta sobre personajes y acontecimientos insólitos.

Por ejemplo, su madre, tras divorciarse de su padre, se casó con el tío de Ian Fleming (padre, a su vez, de James Bond, a quien él se enfrentaría en El hombre del brazo de oro). La biografía de Lee serviría, como el propio Fleming confesó, de base para la creación del enigmático agente 007. En una fiesta, le presentaron a los asesinos de Rasputin, a quien interpretaría años más tarde para la Hammer.

Y una más: en unas vacaciones en París, presenció la despedida oficial de la guillotina. Cuando la hoja cayó sobre el cuello del asesino múltiple Eugen Weidmann, Christopher Lee, aún con los veinte años por cumplir, estaba entre el público.

Teniente Drácula
La fortuna paterna le permitió una más que correcta educación, en la que Christopher Lee fracasó en casi todos los campos. Negado para las matemáticas y apenas aceptable en el deporte, las clases de interpretación eran su única fuente de dicha. Tampoco excesiva: en su aula, otros alumnos llamaban más la atención del profesor. A Lee, además, le pegaba todo el profesorado sin excepción, agotado por los desmanes y las incorrecciones de aquel chico que, cuando nació, hizo gritar a su padre: ¡Por Dios, él ahora no!

Los colmillos de Christopher Lee goteando la sangre en technicolor de la Hammer en una película que es una epifanía, algo avanzado a su tiempo para dar cuerpo y profundidad eterna a la romántica creación de Bram Stoker. T. V., Mil veces adaptada al cine, Fisher tuneó su personalidad ambigua.

Desorientado, sin trabajo y con sus padres ya divorciados, Christopher Lee se alistó como voluntario en el ejército finés. La guerra de Invierno, entre el país nórdico y la Unión Soviética, acababa de estallar, y él quería combatir a los rusos. Cuando era niño, detestaba las armas y si sus amigos jugaban a la guerra, él prefería hacerse el muerto a la primera detonación. En el frente, descubrió lo habilidoso que llegaba a resultar con un fusil en la mano. Su problema eran los esquíes.

El terreno nevado en el que luchó lo obligaba a esquiar, y Lee era incapaz de recorrer dos metros sin caer al suelo. Tras un par de semanas, fue enviado a casa. Bela Lugosi, su antecesor en el papel de Drácula, también luchó en la Segunda Guerra Mundial contra los soviéticos, y resultó herido en una emboscada en las montañas, cuando el actor húngaro se desplazaba sobre unos esquíes.

La segunda vez que Christopher Lee se enroló, tardó más en desprenderse del uniforme. En este caso, sus enemigos eran los nazis y el campo de batalla, el norte de África. Lee se alistó en el servicio de inteligencia de la RAF y logró el grado de jefe de patrulla. Su escuadrón cruzó los cielos de Egipto, Túnez, Malta y Sicilia, fue bombardeado y vivió permanentemente al borde de la eliminación.

El avión de Lee fue uno de los primeros en cruzar el cerco de la batalla de Mareth y, cuando la guerra acabó, fue considerado un héroe e invitado a multitud de galas de viejos oficiales. En ellas, destacó por su habilidad con los idiomas: Christopher Lee hablaba con fluidez francés, español, alemán e italiano, además de inglés.

Esto, sumado a su capacidad de liderazgo, lo hizo destinatario de una curiosa oferta: con los nazis en diáspora, los aliados se habían organizado para cazar a aquellos alemanes que aún se encontrasen en busca de un país que regulase su situación. Christopher Lee aceptó y pasó un par de años rastreando nazis por Europa.

Sin embargo, nunca ha revelado gran cosa de estos días: en una entrevista, un periodista le pidió se extendiera y él le preguntó si sabía guardar un secreto. El periodista asintió, ilusionado ante la perspectiva de una gran revelación, y Christopher Lee le contestó: “Pues yo también”.

Cuando abandonó el ejército, lo hizo con el rango de teniente y un lúgubre caudal de conocimiento: En la escena en la que su personaje es ensartado con una daga en El señor de los anillos: Las dos torres, Christopher Lee corrigió a Peter Jackson, que quería que Lee emitiese un alarido. Lee, en cambio, le propuso una reacción mucho más sutil, una especie de suspiro. Al parecer, era lo habitual en un apuñalamiento por la espalda. “Y tras esta aclaración, Lee se puso a contarme siniestras historias de la guerra”, contó Jackson entre carcajadas.

Un monstruo del cine
Pese a su atractivo, Christopher Lee debutó en la Hammer como el monstruo de Frankenstein. A lo largo de su carrera, el inglés apareció en casi 250 títulos y sólo ganó dos premios: uno en el Festival de Sitges y otro, en los Saturn Awards. Ni una nominación al Oscar o al Globo de Oro para el señor de los no muertos.

Su papel en La maldición de Frankenstein haría que Terence Fisher, el gran realizador de la Hammer, repitiese con Christopher Lee en Drácula (1958). Este título, disponible en Filmin, supuso un punto de inflexión en la historia del vampiro más famoso de todos los tiempos: del ajado Bela Lugosi, se pasaba a un seductor y refinado Drácula, irónico espejo de todas las representaciones posteriores del mito vampírico.

En su siguiente película para la Hammer hay una anécdota con visos de ser falsa: el guion de El príncipe de las tinieblas disgustó tanto a Christopher Lee que se negó a pronunciar una palabra. Por eso, su Drácula sólo emite un sonido: una especie de siseo, como el de una víbora furiosa. Su relación con la terrorífica productora comenzó a resquebrajarse: La Hammer hundió los colmillos en su flamante becerro de oro y lo obligó a protagonizar un buen puñado de secuelas de Drácula.

Christopher Lee como DráculaChristopher Lee como DráculaCinemanía
En el documental de John Landis Monsters in the Movies, Christopher Lee explica su anuencia a ponerse, una vez tras otra, la capa de Drácula, a pesar de que nada le apetecía menos. “Me hicieron chantaje emocional”, cuenta Lee. Cada poco, recibía una llamada del productor de la Hammer.

Las conversaciones discurrían siempre de la misma forma: El magnate lo avisaba de que tenía que protagonizar otra película, pese a no haber firmado contrato alguno. Christopher Lee se negaba y el productor volvía a insistir: “Ya he vendido el guion. Hay mucha gente implicada (cámaras, técnicos, asistentes) que necesitan el dinero. Si te niegas, no tendrán forma de llegar a fin de mes”. Y como Christopher Lee era un monstruo bondadoso, siempre aceptaba.

Intérprete de Drácula y de Saruman, aficionado al heavy metal, dotado con una longevidad casi sobrehumana… normal que a Christopher Lee se le achacasen tratos con los Superiores Desconocidos. Aunque el actor negaba el rumor que le adjudicaba una monumental biblioteca ocultista (“Si tuviera tantos libros como dicen, dormiría en el cuarto de baño”, bromeaba), sí lucía grandes conocimientos sobre el tema y tenía un buen consejo para aquellos interesados en la Goecia: “Nunca, nunca, nunca. No solo perderás tu cordura, sino también tu alma”.

Los últimos días del vampiro
La gigantesca filmografía de Christopher Lee no puede comprimirse en unas líneas, pero vamos a intentarlo: protagonizó El hombre de mimbre, su película propia favorita; fue Fu Manchú en varias entregas (una de ellas rodada en España por Jess Franco y con el sobrino del director, el escritor Javier Marías, como extra), fue un villano de James Bond, trabajó para Scorsese, John Huston o Tim Burton y, por supuesto, apareció en Star Wars y en El señor de los anillos.

Christopher Lee se despidió del cine unos meses que de la vida. Supo irse a lo grande: Con una banda de heavy metal. Desde que hiciese sus pinitos en la banda sonora de El hombre de mimbre, Christopher Lee había estado vinculado a la música. Entre 2012 y 2014, sacó un álbum navideño anual con su banda y se convirtió en el segundo intérprete más veterano en colarse en la lista de éxitos Billboard.

Cuando murió, Christopher Lee llevaba más de treinta años sin ver una película de vampiros. “Ahora, las protagonizan jóvenes muy apuestos”, declaró en una conferencia de prensa con motivo del estreno de Triage, en la que actúa con Paz Vega. Además, “me cuenta que ahora se muestra todo en las películas, y eso no da miedo”, apuntilló.

Para Lee, el terrorífico Drácula dormía el sueño de los justos en el ataúd de la historia. Lo seguiría pronto: En el horizonte, comenzaban a rayar ya las primeras luces del día y había que ponerse a cubierto.
AM.MX/fm

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