Carlos Galguera Roiz
Suelo incursionar, múltiples vericuetos, por el Oriente de Asturias, Costa
Cantábrica. Este fue mi destino en esta ocasión; concretamente Pimiango,
pueblín estratégico, al sur vista a Picos de Europa, con el mítico Uriello –
Naranjo de Bulnes – al sur, Costa Cantábrica al Norte, plena de rincones
recortados, acantilados vertiginosos, playas salvajes y Mar Bravo en muchas
ocasiones…
Bajo desde Llanes en mi viejo Ford, desviación a Pimiango, paso el
pueblo, bordeo el Cementerio y voy enfilando al Pico, Mirador espectacular
desde el que se dibujan amplias franjas de la Costa, con vistas a algunos
lugares emblemáticos, como la llamada Playa de Pimiango, nombre El
Regolguero, minúsculo rincón, inexistente con marea alta y con orientación
hacia el Occidente, flecha para las Américas, donde muchos emigrantes, mi
padre entre ellos, labraron su fortuna en sus impresionantes aventuras por
México…
Bajo en mi bólido por una pista estrecha, empinada, rumbo al Faro, un
pequeño edificio que siempre fue una referencia de la zona, cuando yo era muy
pequeño, recuerdo la figura de un matrimonio, el era el guardián y técnico del
lugar, subían los domingos en un carruaje de caballos la cuesta del Faro para ir
a Misa…
El Faro hoy está abandonado, unas rejas con candado y una amenaza
de perro furioso, sirven de freno para los aventureros que traten de asomarse
al borde de esta luminaria nocturna de barcos, frente al pequeño edificio
blanco, un cortado vertical, con rocas al fondo, unos 150 metros de desnivel, se
abre en estos acantilados.
Camino después, dando marcha atrás, hacia un lugar para aparcar unos
pocos coches. Voy andando ahora hacia la Cueva del Pindal, una cavidad de
mucho recorrido, que contiene Pinturas Rupestres muy valiosas en su interior,
bastante bien conservadas, animales de diversos tamaños…
A la entrada de esta cueva, hay una pequeña plataforma con césped y
una caseta de información y venta de boletos para acceder al interior. Bueno,
hasta aquí llegué; tras la franja horizontal, plana, se inicia una bajada,
crecientemente vertiginosa, por la que me aventuré y que desemboca, allá muy
abajo, en un enjambre de rocas, prácticamente inaccesibles, ciertamente
temibles…
Al frente, iniciando la bajada, aparece, unos 150 metros de distancia
hacia el este, un islote, bastante vertical, que apunta hacia un Monasterio
abandonado del siglo XI, son las ruinas de Tina.
Bueno, aquí empecé mi verdadera aventura de hoy. Fui bajando por un
tramo muy pendiente, con yerba, algo resbaladizo; desciendo con cuidado,
llevo una silla plegable atada a mi espalda, según voy bajando la ruta se me va
haciendo más difícil, coloco la silla plegable como bastón y voy a pasos
lentos…
Llego a unas piedras, antesala de la zona final, cerca de temibles rocas,
en ese momento empecé a sentir miedo. El terreno, siempre resbaladizo me
generó de pronto una especie de pánico. Había descendido bastante, con
algunos momentos de resbalones, que llegué a controlar, pero de pronto me
percaté que después había que ascender, para recuperar mi lugar…
Me di la vuelta y pensé que para ascender tenía que ir tirando la silla
portátil algunos metros, y gatear por la pendiente, hasta alcanzarla, para repetir
la operación. La verdad es que tuve cierta angustia, no se me ocurría mirar
para atrás, había que subir…
Pensé por un momento que, en realidad, me encontraba absolutamente
solo y me quedaba superar un trozo de pendiente, iba dando pasos sin pensar
en nada, solo concentrándome en el nivel restante, ganando terreno, al fin
llegué a la plataforma de entrada a la Cueva del Pindal.
Allí abrí la silla y me derrumbé en ella, pude ver el fantástico lugar donde
me encontraba, pero ya en la zona alta. Había salvado el peligro y esto me
había sucedido con 86 años cumplidos…
Ninguna satisfacción especial, solo un cierto agarrotamiento mental, que
fui asimilando mientras subía las escalerillas que dan acceso a la Cueva…me
acerqué a una fuente seca, letrero Fuente de San Emeterio, no potable era la
advertencia…
Me senté y me dediqué un buen rato a pensar, divagar, imaginar…la
locura que acababa de superar, más que con éxito, con suerte. Subí a mi
coche lentamente, me acerqué a la playa de La Franca y allí me senté al borde
de la arena.
Necesitaba respirar y asegurarme que el riesgo que había corrido hoy,
sería el último en que me embarcaría… o el penúltimo.
CABEZA DE PLAYA: Miedo, al borde del Precipicio y de los Años…
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