Francisco Medina
CIUDAD DE MÉXICO.- Ludwing van Beethoven es uno de los compositores más emblemáticos de la transición entre el siglo XVIII y XIX. Gracias a su creatividad y atrevimiento, la música alcanzaría un desarrollo inesperado y maravilloso hacia la libertad y la expresión individual. Tal es su importancia que Beethoven es considerado el último de los representantes del clasicismo musical, y al mismo tiempo, el precursor del romanticismo.
Los expertos sugieren que Beethoven, logró llevar la música hacia otras posibilidades y temperamentos: exploró los extremos de los matices y las alturas de los instrumentos (graves y agudos), así como ritmos de mayor complejidad. Desafió también las formas musicales conocidas por aquel entonces, como la sonata y la sinfonía. En lugar de procurar el equilibrio y la mesura, puso estas formas al servicio de la necesidad expresiva individual. Inauguró así la sensibilidad romántica.
Su obra influyó profundamente en la música y el arte posteriores. Por ello, 250 años después de su nacimiento, sus composiciones todavía son valoradas, programadas en recitales y conciertos, e incluso utilizadas en bandas sonoras.
Ludwing van Beethoven nació el 16 de diciembre de 1770 en Bonn, Arzobispado de Colonia, en Austria, en el seno de una familia de origen flamenco, su padre, ante las evidentes cualidades para la música que demostraba el pequeño Ludwig, lo presionó y maltrató mucho, intentó hacer de él un segundo Mozart, aunque con escaso éxito. Beethoven no era un niño prodigio, si bien tenía gran talento para la música, tal como lo demuestra su obra.
Abrumado con tanta actividad, a la edad de 10 años dejó la escuela y se dedicó a la música. Muy joven, recibió la influencia y el respeto de compositores como Mozart, quien decía “Este joven dará de qué hablar al mundo”.
Tras la muerte de su madre y la depresión de su padre, Beethoven tuvo que trabajar dando clases de música para sostener a los hermanos. Pronto llamó la atención de los mecenas y pudo, finalmente, trasladarse a Viena, donde produjo sus mejores obras. A partir de los 30 años, comenzó a tener problemas de audición después de una meningitis que le alcanzó, lo que con los años derivó en la sordera total.
A pesar de ello, y de la depresión que esto le causó, Beethoven se aferró a su oficio de compositor y produjo sus obras más insignes. Él mismo, que había pensado en el suicidio, llegó a decir:
¡El arte, y solamente el arte, me ha salvado! Me parece imposible dejar este mundo sin haber dado todo lo que he sentido nacer dentro de mí.
La verdadera vocación musical de Beethoven no comenzó en realidad hasta 1779, cuando entró en contacto con el organista Christian Gottlob Neefe, quien se convirtió en su maestro. Él fue, por ejemplo, quien le introdujo en el estudio de Johann Sebastian Bach, músico al que Beethoven siempre profesaría una profunda devoción.
Miembro de la orquesta de la corte de Bonn desde 1783, en 1787 Ludwig van Beethoven realizó un primer viaje a Viena con el propósito de recibir clases de Mozart. Sin embargo, la enfermedad y el posterior deceso de su madre le obligaron a regresar a su ciudad natal pocas semanas después de su llegada.
En 1792 Beethoven viajó de nuevo a la capital austriaca para trabajar con Haydn y Antonio Salieri, y se dio a conocer como compositor y pianista en un concierto que tuvo lugar en 1795 con gran éxito. Su carrera como intérprete quedó bruscamente interrumpida a consecuencia de la sordera que comenzó a afectarle a partir de 1796 y que desde 1815 le privó por completo de la facultad auditiva.
Los últimos años de la vida de Beethoven estuvieron marcados también por la soledad y una progresiva introspección, pese a lo cual prosiguió su labor compositiva, e incluso fue la época en que creó sus obras más impresionantes y avanzadas.
Obras de Ludwig van Beethoven
La tradición divide la carrera de Beethoven en tres grandes períodos creativos o estilos, y si bien el uso los ha convertido en tópicos, no por ello resultan menos útiles a la hora de encuadrar su legado.
La primera época abarca las composiciones escritas hasta 1800, caracterizadas por seguir de cerca el modelo establecido por Mozart y Joseph Haydn y el clasicismo en general, sin excesivas innovaciones o rasgos personales. A este período pertenecen obras como el célebre Septimino o sus dos primeros conciertos para piano.
Una segunda manera o estilo abarca desde 1801 hasta 1814, período este que puede considerarse de madurez, con obras plenamente originales en las que Ludwig van Beethoven hace gala de un dominio absoluto de la forma y la expresión (la ópera Fidelio, sus ocho primeras sinfonías, sus tres últimos conciertos para piano, el Concierto para violín).
La tercera etapa comprende hasta la muerte del músico y está dominada por sus obras más innovadoras y personales, incomprendidas en su tiempo por la novedad de su lenguaje armónico y su forma poco convencional; la Sinfonía n.º 9, la Missa solemnis y los últimos cuartetos de cuerda y sonatas para piano representan la culminación de este período y del estilo de Ludwig van Beethoven.
Las obras de Beethoven anticiparon muchos de los rasgos que habían de caracterizar la posterior música romántica e, incluso, la del siglo XX. Su producción, en efecto, se sitúa entre el clasicismo de Mozart y Haydn y el romanticismo de un Schumann o un Brahms. No cabe duda que, como compositor, señala un antes y un después en la historia de la música y refleja, quizá como ningún otro artista (a excepción del pintor español Francisco de Goya, contemporáneo suyo), no sólo el cambio entre el gusto clásico y el romántico, entre el formalismo del primero y el subjetivismo del segundo, sino también entre el Antiguo Régimen y la nueva situación social y política surgida de la Revolución Francesa.
Efectivamente, en 1789 caía La Bastilla y con ella toda una concepción del mundo que incluía el papel del artista en su sociedad. Siguiendo los pasos de su admirado Mozart, Ludwig van Beethoven fue el primer músico que consiguió independizarse y vivir de los encargos que se le realizaban, sin estar al servicio de un príncipe o un aristócrata, si bien, a diferencia del salzburgués, él consiguió triunfar y ganarse el respeto y el reconocimiento de sus contemporáneos.
Sus obras más significativas
Para Elisa – Concierto para piano
Conocida también como Para Teresa, la obra Para elisa es una bagatella, una composición para instrumento solista, de corta duración y sin virtuosismo, que suele tener un carácter meloso. Es propia del romanticismo.
Existen varias teorías sobre a quién está dedicada la pieza. Una de ellas fue planteada por Ludwig Nohl, quien creyó leer en el manuscrito este nombre. Sin embargo, otros investigadores han sugerido que en realidad estaba escrito “Para Teresa”.
En todo caso, si Ludwig Nohl tuviera razón, la dedicatoria se referiría a una soprano alemana llamada Elisabeth Röckel, amiga de Beethoven. Teresa, en cambio, podría referirse a Therese Malfatti von Rohrenbach zu Dezza, una alumna de la que el compositor se habría enamorado.
Sonata No. 8 en C menor Op. 13 o “Patética”
Esta obra fue compuesta entre 1798 y 1799, y publicada en 1799. Fue su editor quien le colocó el nombre de La patética. Se trata de una de las piezas más celebradas del compositor. Está conformada por tres movimientos:
Grave; allegro di molto e con brio.
Adagio cantabile.
Rondo: allegro.
Sinfonía nº 3 Mi♭ mayor, Op. 55 o Sinfonía Heroica
A principios del siglo XIX, Napoleón Bonaparte se había erigido entonces como un gran líder libertario. Beethoven, gran admirador de la Revolución Francesa, pensaba dedicarle la llamada Sinfonía Heroica que había iniciado en 1802. Sin embargo, cuando Napoleón se coronó a sí mismo como emperador de Europa en 1804, Beethoven vio claramente que era un tirano. Enfurecido, borró la dedicatoria con tal vehemencia que traspasó el papel.
La obra fue concluida en 1804 y publicada en 1806. Beethoven añadió la siguiente inscripción: «Sinfonia eroica, composta per festeggiare il sovvenire d’un grand’uomo», que quiere decir: «Sinfonía heroida, compuesta para festejar el recuerdo de un gran hombre», como referencia a un héroe libertario anónimo. La sinfonía nº 3 se estructura en los siguientes movimientos: Allegro con brio, Adagio assai (conocido como la “marcha fúnebre”), Scherzo y Allegro molto–Poco andante–Presto.
Si las primeras dos sinfonías de Beethoven responden al estilo clásico, la tercera sinfonía representa el punto de cambio: una orquesta más grande, una duración de tiempo mayor y la exploración de nuevas posibilidades del lenguaje musical. Sin embargo, no fue bien recibida.
Sinfonía nº 5 en Do menor, Op. 67
Se trata de una sinfonía escrita entre 1804 y 1808, estructurada en cuatro movimientos: allegro con brio; andante con moto; scherzo/allegro y, finalmente, allegro. Fue estrenada en el Theater an der Wien el 22 de diciembre del mismo año, junto a la Sexta Sinfonía y otras piezas de gran envergadura.
Su motivo inicial (o primeras notas) ha sido causa de infatigables debates acerca de su significado. Algunos piensan que representa “la llamada del destino”.
Sinfonía nº 9 o Novena sinfonía «Coral» Op. 125
Fue compuesta entre 1818 y 1824. Con esta obra, Beethoven logra el máximo desarrollo de sus innovaciones musicales. Introduce en la sinfonía un coro y cantantes solistas, y adiciona dos trompas, triángulo y platillos. Así mismo, la obra tiene una duración aproximada de 65 minutos, lo que representa claramente una ruptura con la tradición. Dentro de esta obra se encuentra el famoso Himno a la alegría, una musicalización al poema Oda a la alegría de Friedrich Schiller, quien lo escribió en el año 1786.
Ya sordo, dirigió el estreno siguiendo la obra con la lectura. Cuando terminó, tuvieron que tocarle el brazo para que se diera cuenta que la pieza había acabado. Esta sería su última aparición en público.
Ópera – Fidelio
Beethoven solo llegó a escribir una ópera llamada Fidelio o el amor conyugal, estrenada en el año 1805. Se trata de una ópera en dos actos, con un libreto de Joseph F. Sonnleithner, basado a su vez en un texto del francés Jean-Nicolas Bouilly para la ópera Léonore, ou l’amour conjugal de Pierre Gaveaux.
En pleno contexto de la ocupación francesa en Viena, Beethoven presenta esta ópera, cuyo argumento relata la historia de Leonor, una mujer que se hace pasar por un guardia de la prisión llamado Fidelio para rescatar a su marido Florestán, un preso político condenado a pena de muerte. No faltaron las presiones tras sus estreno.
El ocaso de un genio
Los últimos diez años de la vida de Beethoven estuvieron llenos de problemas y de mala salud. En 1816 su sordera era tan absoluta que había que escribirle casi todo lo que se le quería comunicar, y ya no se podía a sí mismo cuando tocaba. Más a pesar de todo ello, sería erróneo suponer que Beethoven era un “oso malhumorado” como algunos han sugerido.
El compositor inglés Cipriani Potter, que lo visitó en 1818, y como muchos otros músicos fue recibido con gran amabilidad, escribió: “Muchos están convencidos de que el carácter de Beethoven era irritable y malhumorado, pero esa opinión es completamente errónea. Sí era irritable y apasionado y su mente sí tenía predisposición a la melancolía, aflicciones todas surgidas de su sordera, que en sus últimos días aumentó a un grado alarmante. Sin embargo, para contrarrestar tales peculiaridades de su temperamento poseía un corazón bondadoso y sentimientos muy delicados. Siempre estaba extraordinariamente ansioso por eliminar todo efecto desagradable de los brotes de su irritabilidad, lo que trataba de lograr reconociendo su indiscreción de todas las maneras posibles. La más mínima interrupción en sus estudios, sobre todo cuando estaba aprovechando alguna vena feliz de inspiración, lo hacía mostrar las singularidades de su temperamento, capricho perfectamente excusable y en nada distinto del que exteriorizan quienes profesan otras artes y ciencias al verse en situaciones similares”.
Hacía mucho tiempo que Beethoven se había resignado a la soledad. Su sordera y su temperamento variable habían convertido al matrimonio en causa perdida. Sus hermanos no le ocasionaron más que desengaños, y las esposas de éstos, peor aún, ambas mujeres parecen haber sido poco virtuosas, y despertaron la animadversión más vehemente por parte de Beethoven.
La muerte de Karl Caspar, el hermano que le seguía en edad, precipitó una de las crisis más agudas y más prolongadas de la vida del compositor. La esposa de Karl Caspar despertaba la más fiera antipatía en Beethoven, quien, entre otros epítetos, la llamaba la “Reina de la Noche”. E indudablemente que tal condena estaba moralmente justificada, pues su propio marido, al testar, había revelado la falta de confianza en su esposa, al hacer a Ludwig co-tutor, con ella, de su joven hijo Karl.
El 7 de Mayo de 1824 fue la fecha del estreno de la maravillosa Novena Sinfonía, y a pesar de las dificultades técnicas de la música y los problemas de la exigencia en las partes cantadas, fue un éxito rotundo. Lamentablemente este éxito no resulto en una ganancia financiera. Los problemas financieros continuaban preocupando mucho al compositor. Siempre tenía dinero que estaba ahorrando, pero este dinero no podía tocarse, ya que estaba ya destinado a su sobrino.
Entonces en medio de preocupaciones, enfermedad y disgustos, pero también de una serenidad espiritual excepcional, comienza el periodo de los Últimos Cuartetos, música tan excelsa y espiritual como ninguna otra. Estos cuartetos son todavía hoy difíciles para las audiencias contemporáneas, que puede comprender la mayoría del cuerpo de su obra. Comienza a escribir la Décima Sinfonía.
A fines de 1826, Beethoven se resfría seriamente volviendo de la propiedad de su hermano Johann, donde había pasado el verano y con el cual había peleado otra vez. La enfermedad se complica asociándose a problemas hepáticos serios de los que Beethoven había sufrido toda la vida. Finalmente después de una enfermedad dolorosa de tres meses Beethoven muere, rodeado de sus amigos, el 26 de Marzo de 1827, justo cuando una tormenta rompe sobre Viena, a la edad de 56 años.
Los servicios fúnebres fueron celebrados en la Iglesia de la Santa Trinidad, distante un par de cuadras del domicilio de Beethoven. Se estima que entre 10.000 y 30.000 personas concurrieron a sus exequias que fueron muy importantes. Franz Schubert, muy tímido y un gran admirador del compositor (que nunca se animó a acercársele) fue uno de los que cargaron el cajón, con otros músicos. Schubert murió el año siguiente y pidió ser enterrado al lado de Beethoven.
El actor Heinrich Anschütz leyó la oración fúnebre que fue escrita por el poeta Franz Grillparzer, a las puertas del Cementerio de Währing, (ahora Schubert Park).
AM.MX/fm