Federico Berrueto
Llama la atención la declaración triunfalista del régimen por las cifras recientes respecto a la disminución de la pobreza. Natural que un cambio de régimen pretenda justificarse con la declaratoria e intente proclamar el principio del fin del infierno de la pobreza y la desigualdad; lo mismo pasa con sus publicistas, pagados u oficiosos, a fin de cuentas, iguales. Más difícil es comprender la concesión a la discutible verdad por parte de observadores independientes. Muy encomiable el análisis o la observación de aquellos que, al amparo de los mismos datos divulgados, ofrecen una visión lejana al triunfalismo oficial.
Para empezar, se puede decir que México está muy lejos de acabar con la pobreza, incluso la que se mide de manera un tanto imprecisa con los criterios oficiales. Una razonable igualdad está más lejos porque las cifras presentan solo parte de la realidad. El incremento en los salarios ha tenido efectos para mejorar el bienestar de las familias y los programas sociales han jugado también su parte, aunque inciden en menor proporción. El problema es muy simple, se distribuye lo que existe; pero el país no crece; se ha llegado al límite y en delante será muy difícil mantener la inercia distributiva sin un importante crecimiento económico y una reforma fiscal consecuente.
El problema de las buenas cifras están los costos subyacentes. Es claro, como señalan algunos expertos y analistas que la pobreza disminuye, pero no así carencias fundamentales como la salud o la educación, que han aumentado. Lo que quiere decir que la mejora en los ingresos de las personas es a costa de los programas fundamentales para el bienestar y para la movilidad social. Se debe adjetivar como criminal cualquier política que tenga como referencia el deterioro significativo de la red institucional de la salud. La relevante disminución de los servicios médicos, de la calidad de los hospitales, del acceso a las medicinas, de la baja en las tasas de vacunación y muchas cosas más prueban que el incremento de las pensiones no contributivas se asocia al deterioro de los servicios de salud y el incremento de los decesos.
No menos trágico es en lo referente a la educación. Una tragedia la disminución en cobertura, así como el deterioro sensible en la calidad educativa. Esto condena a los pobres a seguir pobres, aunque ahora un poco menos por los beneficios no de una economía fuerte, sino de las acciones de gobierno que han llegado al límite porque las sumas y restas entre ingreso y gasto revelan que la deuda pública a partir del año electoral es la palanca para mantener el equilibrio.
Esos números que ahora se celebran justifican el curso autoritario del régimen político. Se asiste a la reinauguración del porfirismo, pero peor. Las libertades, el sometimiento al Congreso, la languidez de la democracia, la ineficacia del voto, la destrucción institucional etc. se resuelven invocando la transformación nacional. Los publicistas del obradorismo no advierten que su credo es exactamente igual al del porfiriato: progreso y paz social. Al menos don Porfirio desconfiaba de los militares y su querencia por el desarrollo ferroviario del país se sustentaba en sólidas bases económicas. Hoy estamos ante una mala caricatura, como revelan las obras emblemáticas de infraestructura: venalidad en su construcción y fracaso en su operación. El porfirismo, a pesar de sus querencias modernizadoras y el yanquismo de los liberales actuó de mejor manera ante la amenaza del vecino al norte.
La realidad es que el país merece un debate o al menos una reflexión sobre qué somos, estamos dejando de ser y estamos perfilando. El deterioro de la vida pública viene de la más alta oficina. Se ha perdido en el camino el sentido liberal para hacer del ciudadano el punto de partida para mejorar la calidad del gobierno y de la representación política, pecado de muchos gobiernos, de todos los partidos y acentuado en estos siete años a partir de la manipulación grosera del descontento social con el orden de cosas.
El régimen no pierde determinación en su pulsión destructiva de las instituciones de la democracia. Ocurre ante una oposición incapaz, élites complacientes y acomodaticias y una lamentable indiferencia social. A pesar del sombrío presente, por el deterioro de la calidad de vida y el ahogo de las libertades llegará el momento para recuperar lo perdido y alcanzar lo anhelado; quizá más pronto de lo que se piensa, tema de próxima colaboración.
Autoengaño o propaganda
Fecha: