Adrián García Aguirre / CDMX
*En 1923 afirmó su presencia en el grupo de Sonora.
*Obtuvo el grado de general de División en 1920.
*Lázaro Cárdenas del Río lo ganó después, en 1928.
*Militar subordinado y comprometido en un solo principio.
*Su confianza en José Álvarez, Andrés Figueroa y José Hurtado.
La condición del general Joaquín Amaro como personaje institucional y de lealtad probada, sería pronto reconocida por quienes encabezaban el liderazgo revolucionario -después de Venustiano Carranza-, los sonorenses Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles.
En efecto, el encumbramiento de Amaro es paralelo al ascenso al poder del Grupo Sonora, quien luego del triunfo de la rebelión de Agua Prieta en 1920, obtiene, a los 31 años, el grado de general de División, en tanto Lázaro Cárdenas del Río, otro joven revolucionario lo obtuvo a los 33, en 1928.
Recibe el nombramiento como jefe de Operaciones Militares de la 3a. Zona Militar en el noreste del país, y establece entonces su grupo personal de militares subordinados y comprometidos en un principio de lealtades recíprocas.
En torno a él, tendrá la cercanía de los hombres de su confianza, que lo serán desde entonces: José Álvarez, zamorano de origen, como jefe de su Estado Mayor; Andrés Figueroa, y José Hurtado, entre algunos de los militares subordinados.
Era, según parece, un trabajo en equipo: Figueroa y Hurtado, brazos de su organización militar, y Álvarez, desde la ciudad de México, su operador político, intermediario entre las influencias personales en las secretarías de Guerra y de Gobernación y base del entendimiento de la política nacional, en apariencia desdeñada por el propio Amaro.
Un nuevo conflicto militar vuelve a proyectar a Joaquín Amaro ante su leal desempeño en la rebelión de Adolfo de la Huerta de fines de 1923 y la defensa del gobierno constituido ratifican su posición en la élite del poder.
En recompensa, Amaro recibe finalmente la Secretaría de Guerra, en la que permanecerá por espacio de siete años, con la oportunidad en sus manos de materializar sus planes y estrategias de planeación y organización, orientadas a disciplinar y hacer eficiente el desempeño del ejército mexicano a la par de cualquier ejército moderno.
En suma la profesionalización representó al mismo tiempo la institucionalización del ejército, que abandonó con ello su carácter caciquil y caudillesco para transformarse en un cuerpo garante del gobierno y del sistema político constituido.
Así pues, la mutilación de los liderazgos patrimonialistas y el desarraigo de las lealtades personales en el seno del ejército lo transformó gradualmente en un organismo funcional, moderno, salvaguarda del gobierno e instrumento de pacificación social.
Pero, ¿cómo ese magno proyecto de reestructuración del ejército mexicano pudo encabezarlo un callado y serio indio sonorense proyectado por la Revolución? Martha Loyo nos dice que Amaro era, sin dudarlo, un líder nato, autodidacta en un sentido amplio del término para aprender de las experiencias y saberse manejar en un contexto de volatilidad.
Huyó del oportunismo, de las ambiguas militancias y las frecuentes traiciones, y queda claro que pocos revolucionarios como él estuvieron siempre del lado de los “ganadores” (al menos hasta antes de su rompimiento con Lázaro Cárdenas, el presidente, en 1935.
Siempre además con una proyección en sentido ascendente, aunque insinuaciones o invitaciones no le faltaron para irse con Francisco Villa o con Adolfo de la Huerta; sin embargo, Amaro pudo mantener firmes sus principios obregonistas para solventarla consolidación de los sonorenses en el poder político.
Ese agudo sentido de su realidad en un contexto vulnerable lo hizo figurar como el hombre indispensable para controlar y dominar el complejo y rudo espectro del militarismo revolucionario mexicano, situación en donde fracasaron otros jefes como Francisco I. Madero y probablemente Álvaro Obregón.
Amaro, después de todo, también era humano y susceptible a su condición, y como tal solapó prácticas de corrupción y enriquecimiento de sus subordinados, enriqueciéndose y convirtiéndose en y empresario terrateniente al mismo tiempo.