Salvador Flores Llamas
A un mes de la elección presidencial, que cambió diametralmente la orientación política del país, van apareciendo pistas de las traiciones que los políticos jugaron a sus partidos y éstos a sus aliados.
Eso propició el caudal arrasador de votos para López Obrador, convertido en árbitro del país y Júpiter tronante que da órdenes y nombra de colaboradores a personajes, unos impresentables, y dicta propuestas que obnubilan a los mexicanos por irrealizables o por no poder preverse si le alcanzará el tiempo para cumplirlas.
No puede decirse que los priistas traicionaron a Meade; más bien lo hicieron Aurelio Nuño, su jefe de campaña, y Peña Nieto, su destapador y estratega non, que lo entregó al Peje por el acuerdo secreto en que le prometió cederle la Presidencia, a cambio de impunidad para su corrupción rampante, la que finalmente hundió a José Antonio.
Nuño nunca olvidó su envidia porque él no fue el “destapado”; atacó a Amlo para defender la Reforma Educativa, su única carta de presentación; se empecinó con Enrique Ochoa Reza en fustigar a Anaya por presunto lavado de dinero y con todo el poder de la PGR, y más que ayudar a Meade, sirvieron a Andrés Manuel, para quien fueron los votos que le restaron al gallo panista.
Ochoa Reza salió de líder priista por perezoso e inepto; se agandalló diputaciones plurinominales para él y su secretaria. Hoy los priistas lo segregan y restriegan su desverguenza por presentarse en San Lázaro, donde hace seis años negó ser del PRI cuando aspiró a ser consejero del IFE.
Los priistas no pueden verlo en Morelia, su tierra, porque se alió con el exgobernador Víctor Manuel Tinoco Rubí para imponer candidatos.
Anaya dio la espalda a la tradición democrática del PAN, se erigió candidato presidencial y alió con el PRD y Movimiento Ciudadano para conseguir más votos. En el pecado llevó la penitencia pues muchos panistas se sintieron traicionados y las tribus perredistas y la gente de Dante Delgado hicieron como que votaron por él, pero en realidad lo hicieron por Amlo.
Ya Dante se había aliado con Andrés Manuel, y ahora ya le ofreció el respaldo de sus legisladores, so pretexto de apoyarlo para que no haya más gasolinazos.
A Dante le dio una sopa de su propio chocolate Enrique Alfaro, que usó el registro de MC para lanzarse a gobernador de Jalisco, y al ganar, renunció a él y también rechazó someterse al coordinador estatal que le enviará Obrador, a quien le dijo que se entenderá directamente con él.
Empero ayudó a que MC obtuviera más sufragios y prerrogativas del INE.
Las cifras de la votación revelan claramente que ni todos los panistas ni priistas sufragaron por Anaya o Meade; que recibieron menor apoyo que sus candidatos a legisladores, a ninguno de los dos favoreció el voto útil ni el voto duro de sus respectivos partidos.
Las tribus perredistas tampoco votaron por el panista, ni miles de panistas apoyaron a los gallos del PRD, como a Alejandra Barrales para jefa de gobierno de la CDMX, por sus tesis abortistas.
Mikel Arriola, el prospecto que lanzó el PRI, también sin ser priista, aprovechó y se alzó con miles de votos por defender el derecho a la vida, reprobar las uniones gay y que adopten niños.
Muchos priistas no sintieron propio a Meade porque no era ni es priista; también panistas vieron como usurpador a Ricardo por pensar que quitó a Margarita Zavala la candidatura presidencial.
La máxima expresión de la línea calderonista fueron los senadores panistas disidentes (partidarios de Meade de hecho) liderados por Ernesto Cordero, quien cometió error garrafal de denunciar a Anaya ante la PGR y hacerles el juego a Aurelio Nuño y Cía., que usaron el sistema judicial para frenar la candidatura de Ricardo.
Eso les valió a Cordero y al también senador Jorge Luis Lavalle ser expulsados del PAN.
Senador con licencia, Roberto Gil Shuartz apoyó discretamente a Meade, fue su “sparring” en el ensayo del primer debate en el Palacio de Minería. Acto que pasó inadvertido porque fue privado.
Confirma que el exsecretario particular de Calderón no debe aspirar a presidir el PAN el que Cordero, ya expulsado del partido, le haya expresado su respaldo público.
Javier Lozano es otro caso: ingresó al PAN cuando Calderón, su ex condiscípulo en la Libre de Derecho, llegó a Presidente de la República. Al no lograr la candidatura a gobernador de su natal Puebla, se pasó con Meade y fue su vocero vociferante.
Lozano Alarcón, ex subsecretario de priista de Comunicaciones y de Gobernación, anduvo en la campaña presidencial de Francisco Labastida, y contagió a él y a J. Antonio su mal fario perdedor.
Siete gobernadores panistas, comandados por el expriista de José Rosas Aizpuru le dieron la espalda a Anaya e invitaron a votar por Meade, en una maniobra premeditada a tres días de la elección, pero más bien le añadieron caudales de votos al aspirante de Morena.
Cínicamente quisieron influir en la votación del nuevo líder partidista y fueron repudiados por traidores.
Si de suyo Amlo es autoritario y tozudo y en Morena sólo él manda, tras la votación abrumadora que recibió para presidente debe tener un contrapeso enérgico, papel que compete al PAN como segunda fuerza política. Por eso debe ser fuerte internamente y cumplir su vocación democrática para poder trabajar efectivamente por el bien común.
@chavafloresll