Francisco Medina
CIUDAD DE MÉXICO, 14 de julio (AlmomentoMX).-El 14 de julio de 1789, hace exactamente 230 años, se produjo en París, Francia la famosa toma de la Bastilla que a pesar de que la fortaleza medieval solo custodiaba a siete prisioneros, su caída en manos de los revolucionarios parisinos supuso simbólicamente el fin del Antiguo Régimen y el punto inicial de la Revolución francesa.
La airada población de París se lanzó al asalto de la prisión de la Bastilla, una antigua fortaleza que se había convertido en símbolo del despotismo real.
Esta fue una fortificación militar francesa que se construyó para resguardar la entrada oriental de París. Desempeñó un importante papel en los problemas internos de Francia y se usó como prisión estatal alrededor de 400 años.
La destitución por parte de Luis XVI de su ministro de finanzas, Jacques Necker, desencadenó la revolución. La noticia de la crisis provocó en París una verdadera conmoción.
El 12 de julio, tres mil personas se concentraron en los jardines del Palais Royal, y desfilaron en una manifestación multitudinaria que recorrió la ciudad al modo de una procesión fúnebre, con banderas negras, abrigos y sombreros también negros y el busto de Necker cubierto con un velo; todos lloraban la caída del ministro en el que habían depositado sus esperanzas.
En boca de todos estaban palabras nuevas como libertad, nación, tercer estado, constitución, ciudadano… Por ello, los parisinos comprendieron enseguida que la destitución de Necker era la señal de que el rey quería acabar con la transformación constitucional iniciada dos meses antes; era un «golpe de Estado», un acto «despótico» contra el que había que reaccionar.
En la ciudad reinaba por entonces un clima de miedo y hasta de paranoia, consecuencia de las malas cosechas, que provocaron graves problemas de subsistencia y que aumentaron la presencia de pobres y mendigos.
Por otro lado, el rey estaba preparando una brutal represión, al movilizar las tropas en torno a la capital, con orden de ocuparla o incluso, según algunos, de arrasarla. La jornada del martes 14 de julio puso en marcha la Revolución.
Al despuntar el día se difundió el rumor de que en el Hotel de los Inválidos, un hospital militar al oeste de la ciudad, se habían depositado 30.000 fusiles. El edificio cayó en manos de la muchedumbre, que requisó esa misma cantidad de fusiles y 12 cañones.
Según muchos historiadores, este fue el momento decisivo de la jornada, el instante en el que Luis XVI perdió la batalla por París y por su poder absoluto.
A continuación, miles de hombres se dirigieron a la Bastilla, en el otro extremo de la ciudad, para aprovisionarse de pólvora. Finalmente, pasadas las 5 de la tarde, el gobernador Launay mandó abrir las puertas y la guarnición se rindió. La rendición fue saludada como una gran victoria, y de inmediato el episodio cristalizó en la mente popular como una gran gesta, adornada con actos heroicos, hasta convertirse en el símbolo del triunfo de la Revolución y del inicio de una nueva era de libertad.
Víctor Hugo: Los Miserables y la revolución francesa, imágenes de lo imposible
La novela por antonomasia de Victor Hugo presentó una serie de personajes que se convirtieron en iconos, estableciendo unas pistas visuales históricas y literarias que perduran a día de hoy.
Victor Hugo publicó Los Miserables en 1862 y desde entonces algo cambió en la novela contemporánea. Con permiso de Flaubert, que pocos años antes había dejado patente que la novela moderna era otra cosa con su Madame Bovary, Victor Hugo escribió el libro que serviría de resorte definitivo y en el que se sustentó el cambio que los narradores tomarían como el final de una época.
De acuerdo con el texto “Los Miserables, imágenes de lo imposible” publicado por Luis Ángel París en albedomedia, el romanticismo, que apenas latía ya en las entrañas de Europa, se congració con la corriente moralizadora que novelistas arraigados al realismo empezaban a dejar patente en sus obras. La bisagra que supuso para la literatura Los Misérables significó una de las últimas grandes novelas fundamentadas en conceptos románticos de fondo (épica, grandilocuencia…) y que al mismo tiempo huía de la formalidad de los mismos.
Grabado de Cosette
Inmortal grabado de la imagen de Cosette de Gustave Brion para la edición de Les misérables publicada en 1862.
¿Qué hace que esta novela sea distinta a cualquiera hasta entonces y que, además, tenga señales visuales determinantes para su éxito y que ninguna otra había tenido hasta la época de forma tan enérgica y furibunda como esta?
El contexto histórico en el que se engloba la novela se ve desarrollado durante varias décadas, dando comienzo algunos años después de la Revolución Francesa. Las ideas revolucionarias siguen latentes y sirven de acicate para sus protagonistas principales (sobre todo para Marius Pontmercy) ejerciendo de piedra de toque para dar continuidad a la historia, pero no siendo protagonista en sí misma. Huir de los acontecimientos que envolvieron la explosión del pueblo en 1789 equilibra el texto dejando que el protagonismo no lo acapare la Historia. Pero entonces ¿sirve para algo más que para eso la Historia en la historia?
La épica de la lucha contra la adversidad siempre está patente, tanto contextualmente como en el fuero interno de cada uno de los protagonistas. La Revolución Francesa nos ha legado imágenes relacionables con sentimientos de solidarios y de libertad, y actualmente vemos como reconocibles similitudes en el fondo y logramos sin demasiada dificultad relacionarlas a nuestro alrededor; las ideas globales en torno a la libertad nunca fueron tan lejanas en el tiempo y tan infalibles y reconocibles por los ciudadanos actuales.
El cuadro de Delacroix La libertad guiando al pueblo aparece en las portadas de muchas de las ediciones de Los Miserables de todo el mundo, sin que realmente la época se corresponda exactamente con la misma en la que suceden los acontecimientos de la historia. Su poder como imagen y los vínculos que la memoria y el corazón relacionan con ella es formidable.
¿Qué otro pretexto Histórico visual puede entrarnos por los ojos dejándonos huellas visuales semejantes a la Revolución Francesa y que tenga relación con la misma? La batalla de Waterloo, en la que Wellington venció a Napoleón, de la que se cumplen ahora 200 años y que significó el principio del fin de Bonaparte y la caída del ideario libertario que tenía por bandera y lo impositivo de su mandato.
Hugo dedica un largo capítulo descriptivo a la batalla de Waterloo –en la que el protagonista de la novela aprovecha para fingir su muerte–, analizando líricamente las consecuencias del conflicto en lo que llama fin de la dictadura en un texto generoso en solemnidad y vistosidad; “La contrarrevolución era involuntariamente liberal, lo mismo que, por un fenómeno, análogo, Napoleón era involuntariamente revolucionario. El 18 de junio de 1815, Robespierre a caballo perdió los estribos”.
Batalla de Waterloo pintada por Arthur Wellesley
Wellington en Waterloo, pintado por Arthur Wellesley
De nuevo el lector se encuentra ante una descripción que, cuando la narración –que nunca huye del todo de la Historia– camina por directrices más ligadas a las tramas de los personajes que a su interacción con ese contexto, nos arroja imágenes de tal contundencia histórica que no dejan desligarse de lo que tiene de grande el transcurso del tiempo en la memoria del hombre. Otro hecho histórico más; la toma de la Bastilla. Esta cárcel se amotinó dejando que el pueblo prendiera la mecha que generó luchas sangrientas contra el orden establecido en toda la ciudad. La idea de las barricadas se toma en la novela a partir de este acontecimiento y nos deja imágenes de fortificación, de frontera y de ruptura que echan más leña al fuego visual de la novela.
Los personajes caminan por aquí envalentonados y soliviantados y forman parte de un suceso que dejará a la mitad de ellos por el camino. Entre ellos –y esto nos sirve para pasar a los personajes como más pistas iconográficas visuales del texto– el pequeño Gavroche, un niño que simboliza un ideal en su modo menos contaminado y puro.
Gavroche por Alfred Barbou
Gavroche en una ilustración del libro «Victor Hugo y su tiempo» de Alfred Barbou (1881)
La muerte de un niño de la forma en la que se da destrona muchos instantes de dureza anteriores en la literatura, trasladándonos a espacios nunca antes visitados, caminando en la delgada línea de la épica y el populismo, revolviendo las entrañas de los lectores reflejados en los personajes que defienden la libertad tras una barricada y ven caer al pequeño Gavroche bajo las balas del ejército republicano.
Sus personajes se retratan como una construcción en minúsculo de la novela en sí; la búsqueda de redención del protagonista, Jean Valjean, que cambia de identidad pero no puede escapar de su destino. El perfecto funcionario y némesis de Valjean, el inspector Javert, cuya moral intachable le convierte en despreciable al no ser incapaz de cuestionar su cometido. Los enamorados eternos, Marius y Cosette, y lo imperecedero del amor por un ideal, símil de la libertad absoluta que impregna el texto. Y la delicada y desgraciada Fantine, madre de Cosette, fruto de la desgracia y el imfortunio, consecuencia del pueblo oprimido por sus gobernantes.
Todos ejemplares como versiones originales de un personaje mil veces repetido, convertidos de golpe en moldes únicos, en imágenes en sí mismos, tan relevantes y unitarios que resultan inspiradores y gráficos desde el primer instante; elementos visualmente propios.
Versiones de Cosette según Edmon Bacot
Versiones de Cosette según el fotógrafo Edmond Bacot, 1862
La segunda parte de la novela –Victor Hugo dejó inacabado el texto para volver a él unos años después– asume el reto de dar cabida poco menos que a las disquisiciones filosóficas más grandiosas que den explicación a todo, sentido de la vida incluido. Es cuando toma más fuerza y se condensa más la narración, haciendo que los acontecimientos se adelanten y que sirvan de puerta de paso a los pensamientos del autor.
En la vistosidad de la ficción, de la lejanía de la vida real radica gran parte de la visualidad de la novela, su valor como obra irreal a pesar de todo. Los críticos se quejaron de su visión poco marxista del proletariado de la época. A pesar de segmentar a sus personajes en estratos sociales, Hugo huyó de describir la pobreza y la precariedad que se daba en las calles del París. Situaba la narración en otro plano, tomando los componentes deseados para conseguir llegar donde quería. Uno de los grandes historiadores de la época, Alphonse de Lamartine, la tachó de poco real –su relación con Victor Hugo era impecable– y temió porque las consignas que alimentaba la novela supusiese para el pueblo la pasión de lo imposible.
Acerca de los comentarios de Lamartine sobre la obra de Hugo, Vargas Llosa, en su ensayo La tentación de lo imposible, dice; “la fuerza contagiosa que emana de sus páginas es tan grande que puede arrebatar el raciocinio de sus lectores, convenciéndolos de que sus quiméricas aventuras, sus desmedidos personajes, sus truculencias y delirios son ni más ni menos que la verdadera realidad humana, y una realidad posible y alcanzable, que los malos gobiernos y las malas artes de los malvados que detentan los poderes terrenales han birlado a los seres humanos a los que explotan, pero una realidad de estos se puede recuperar”.
Victor Hugo5
Victor Hugo en los últimos años de su vida.
¿Es un acto de realidad buscar la redención como pueblo a través de una novela? ¿Es lícito corresponder al pueblo, soberano y hacedor de la Historia, con una novela que repercute en el lector enalteciendo la victoria de valores condenados antes de nacer? ¿Qué fuerza auténtica y verdadera tiene una novela como Los Miserables si no provoca relaciones visuales con los enaltecidos sentimientos que genera?
Los preceptos se vuelven conceptos visuales de manera inmediata. No hay posibilidad de envalentonar un sentimiento y un pueblo sin un icono visual con el que se identifique lo que, en el caso de Los miserables, la novela nos cuenta. La fuerza aparece detrás de las imaginadas banderas, los sonoros discursos y los personajes luchando contra lo imposible. Ahí están, en el pensamiento del lector, como fotografías extraídas directamente del siglo de Victor Hugo a través de la literatura.
AM.MX/fm