sábado, noviembre 23, 2024

JUEGO DE OJOS: El Imperio contraescribe (I): Todo se desmorona

Miguel Ángel Sánchez de Armas
Fue alrededor de 1984 cuando apareció en The Atlantic Monthly el artículo “The Empire Writes Back” de Salman Rushdie sobre el tsunami literario que avanzaba desde todos los confines del “Imperio en el que no se pone el sol” sobre la metrópoli.
Ese artículo fue un parteaguas y sigue siendo una referencia para entender las corrientes literarias surgidas en los países dominados por la pérfida Albión a lo largo y ancho del planeta.
Mi traducción del ensayo fue “El Imperio contraescribe” y no creo que Rushdie la aprobara. Pero el sentido es sin duda el adecuado para presentar hoy al más publicado y leído de los escritores nigerianos, a quien algunos consideran el padre de la novela africana en lengua inglesa, Albert Chinualumogu Achebe, mejor conocido como Chinua Achebe.
El 18 de noviembre del 2000 Maya Jaggi publicó un perfil de Achebe en The Guardian de Londres. Vale la pena reproducir el párrafo introductorio, pues revela al lector mexicano el peso que el novelista nigeriano tiene en el mundo:
“Mientras Nelson Mandela transcurría 27 años en prisión, encontró consuelo y fortaleza en un escritor en cuya compañía los muros de la prisión se derrumbaron. Para Mandela, la grandeza de Chinua Achebe radica en que insertó África en el mundo sin perder sus raíces africanas. Al tiempo que el nigeriano Achebe utilizaba la pluma para liberar al continente de su pasado, dijo el ex presidente sudafricano, ‘ambos, en nuestras circunstancias particulares y en el contexto de la dominación blanca del continente, nos convertimos en luchadores por la libertad’”.
No es sencillo capturar en unas pocas cuartillas el perfil de un creador. En el caso de escritores africanos como Achebe la complejidad se acentúa por el escaso conocimiento que tenemos de su obra.
Fuera de Senghor y los premios Nobel Gordimer, Soyinka y Coetzee, poco nos dicen nombres como Mohamed Dib, Amos Totuola, Rui Knpfli, José Craveirinha, Mongo Beti, Peter Abrahams, Ferdinand Oyono, Kofi Awoonor, Gabriel Okara, William Conton, Ngũgĩ wa Thiong’o, Agostinho Neto o Shaaban Robert, por mencionar a unos pocos de entre la pléyade de autores originarios del continente que Conrad llamara negro.
Las pocas traducciones que tenemos se las debemos a editoriales españolas y a Casa de las Américas. Es tiempo de que Paco Ignacio Taibo deje la pendencia polaca y ponga la mira del FCE en esa parte del mundo que nos parece lejana, pero es una almáciga del pueblo que hoy somos.
Como anécdota reporteril: durante el echeverriato nos visitó el presidente de Tanzania, Julius Kambarage Nyerere. Venía de una asamblea de la ONU en Nueva York y llegó en el vuelo regular de Aeroméxico, en clase turista.
Todavía existía el “Salón oficial” en el hoy deturpado aeropuerto “Benito Juárez”. Los de relaciones públicas batallaron para dar con el mandatario y ponerlo ante la “fuente”. Dieron con él entre los pasajeros en las destartaladas bandas, aguardando con resignación su equipaje.
Pero los reporteros de aquel entonces, como los de las mañaneras de hoy, no pasamos de los lugares comunes en la conferencia de prensa. Nadie lo conocía. No tuvimos mayor interés en ese maestro de primaria presidente del único país africano con una lengua oficial nativa… ¡y que tradujo al swahili a Shakespeare! Espero que se encuentre a la diestra del modimo, hasta donde le mando un mea culpa.
Regresemos a Chinua Achebe. Nació el 16 de noviembre de 1930 en Ogidi, al sur de Nigeria en la ribera del Níger, en el seno de la más importante tribu de esa parte del mundo, los igbo.
Fue el quinto de cinco hermanos hijos de un misionero evangélico que creía en la educación moderna y mandó a su prole a escuelas coloniales británicas al mismo tiempo que convivía con familiares que ofrecían sacrificio a los dioses antiguos.
Ese encuentro de mundos, por no decir colisión, es la sustancia de su primera novela, Things Fall Apart (Todo se desmorona), aparecida en 1958. El libro describe el impacto en la sociedad igbo de la llegada de los colonizadores y misioneros europeos a finales del siglo XIX.
Sus libros siguientes, No Longer at Ease (1960), Arrow of God (1964), A Man of the People (1966) y Anthills of the Savannah (1987), describen las luchas del pueblo africano para liberarse de la influencia política europea, dice mi breviario de cabecera.


Según los críticos, Todo se desmorona, publicada poco antes de la independencia de Nigeria cuando Achebe tenía 28 años, impulsó “la reconsideración de la literatura negra en el mundo de lengua inglesa” y a juicio de Wole Solyinka fue la primera novela en inglés que habla desde el interior de un personaje africano más que presentarlo [en el contexto] exótico en que lo ubicarían los blancos”.
De esta novela se han publicado más de diez millones de ejemplares en 45 idiomas incluido el español (Todo se derrumba,1986, y Todo se desmorona, 1998), lo que la convierte en una de las más leídas del siglo XX.
Toni Morrison confesó que Achebe fue el responsable de su romance con la literatura africana y una influencia seminal en sus inicios literarios.
“Vivía su mundo de una manera diferente a la mía […] insistiendo en escribir fuera de la visión de los blancos, no en contra de ella […]. Su valor y su generosidad permean su obra… y es difícil describir la devastación y el mal de tal forma que el texto en sí no sea maligno o devastador”.
Muy joven, Achua decidió escribir en inglés y no en igbo, pese a que los tiempos en Nigeria eran de rebelión y lucha anticolonial.
“Fue parte de la lógica de mi situación”, dijo a Maya Jaggi en el 2000. “Enfrentar las historias que se escribían sobre nosotros en el mismo idioma. Escribir en inglés es una decisión dolorosa, pero no asume uno un idioma para castigarlo: ese idioma se convierte en parte de uno. Y tampoco se puede utilizar un idioma a distancia. Se insertan el inglés y el igbo en una misma conversación, como lo son en mi vida diaria, y ello es fascinante”.
La literatura africana escrita, lo mismo que la mexicana, está en deuda con la literatura oral “que adopta formas muy diversas. Los proverbios y las adivinanzas transmiten códigos de conducta y a menudo reflejan la cultura del habitante […] mientras que los mitos y las leyendas ponen de manifiesto la creencia en lo sobrenatural, además de explicar los orígenes y el desarrollo de los estados, clanes y otras organizaciones sociales de importancia”.
Después de quedar paralítico en un accidente de auto en Nigeria, Chinua Achebe se instaló como profesor en el Bard College de Nueva York.
No es fácil aprehender en su totalidad el sentido de la obra de alguien que vivió en carne propia el “colonialismo civilizador” y viajaba con un pasaporte en donde se le describía como “persona bajo la protección británica”.
Achebe fue un ciudadano del Imperio y el Imperio es su principal referencia literaria. Colonos y colonizados, dice, nunca ven al mundo bajo la misma luz. “Por ello, los ingleses pueden presumir que tuvieron el primer imperio en la historia en el que nunca se ponía el sol, a lo cual un indio podría responder: sí, ¡porque Dios no confía de un inglés en la oscuridad!”
A los 27 años Chinua viajó a Inglaterra para estudiar en la BBC y en Londres, a bordo de un taxi con su hermano, se enfrentó a lo nunca visto:
“Tuve mi primera experiencia de ser conducido por un chofer blanco. Tomé nota de este insólito hecho y no dije nada. Pero Londres no había acabado conmigo y procedió a desvelar una visión aún más increíble. En un embotellamiento vi a un hombre blanco en ropa de trabajo sucia que rellenaba unos baches con asfalto caliente. Y entonces tuve que hablar con mi hermano en nuestro idioma secreto para que el chofer no entendiera. Y mi hermano, al parecer inoculado contra tales maravillas, se burló de mi sorpresa y dijo: Si mañana [el trabajador] viaja a Nigeria, lo llamarían Director de obras”.
Un rasgo que Achebe compartió con otros creadores africanos fue su activa participación en los asuntos políticos y sociales de su país. Quizá no figure como ficha en su currículo, pero Achebe fue un defensor del África, un escritor que luchó contra los estereotipos con que el hombre blanco ha etiquetado al continente y cuyas opiniones provocaban dispepsia entre la intelectualidad no negra.
Esto sucedió con su famosa conferencia “Una imagen de África” de febrero de 1975 en la Universidad de Massachusetts, en la que sostuvo, a partir de una perspicaz lectura, brillantes argumentos y fino humor, que Joseph Conrad se confirmó como un racista irredento en El corazón de las tinieblas. Un extracto:
“Habiéndonos mostrado África […] Conrad se concentra en un ejemplo específico, dándonos una de sus raras descripciones de un africano que no es solo extremidades u ojos en blanco:
“Tenía que cuidar al salvaje que operaba como fogonero. Era un espécimen mejorado: podía encender una caldera vertical. Estaba debajo de mí y, te lo aseguro, mirarlo era tan edificante como ver a un perro en una parodia de calzón y sombrero de plumas caminando en sus patas traseras. Unos pocos meses de entrenamiento habían bastado para capacitarlo muy bien. Entrecerró los ojos para mirar el indicador de vapor y agua con evidente osadía. El pobre diablo se había limado los dientes y la lana de su coronilla estaba afeitada en extraños patrones. Portaba tres cicatrices ornamentales en cada una de sus mejillas. Debería haber estado danzando y agitando los brazos en la ribera, pero en vez de ello estaba trabajando esforzadamente, esclavo de una extraña brujería, ahíto de nuevos conocimientos.”
Ignoro si la conferencia provocó chiflidos y pataleos de protesta en el auditorio. Lo que está documentado es que un distinguido profesor blanco del claustro se levantó de entre el público, lanzó una furibunda mirada al escritor negro en el podio, lo señaló con el más aristocrático ademán sureño y exclamó: “¡Cómo se atreve usted!” … antes de abandonar ruidosamente la sala.
Tuvo razón Achebe cuando se definió a sí mismo como un misionero en reversa, uno más de los contraescritores del Imperio.
El nigeriano murió el 21 de marzo de 2013 en Boston. En la siguiente entrega pasaremos revista al deslumbrante volumen Hogar y exilio, publicado en el 2000.

 

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