JORGE HERRERA VALENZUELA
LOS DERECHOS HUMANOS DE LOS DELINCUENTES, PROTEGIDOS
Los grandes hombres siempre se inician a demostrar sus habilidades, en el desarrollo de una actividad que llega a transformarse en profesión que los encumbra. Son personas con vocación e inquietudes promotoras de pasos gigantes, sin pensar solo en el éxito sino en la plena satisfacción de realizarse. México es un semillero de ese modelo de hombres, en todos los campos de la actividad cotidiana.
En el comienzo de los años sesenta del Siglo XX, al iniciarme como reportero policíaco en el diario La Prensa, coincidió con la aparición de dos jóvenes que el destino los uniría a la informativa “fuente” productora de noticias policíacas. Uno, siempre listo con su cámara para acudir al lugar de los hechos. Otro con papel, lápices, plumas y plumones, preparado para trazar los rasgos de un rostro que le eran descritos, así como para hacer caricaturas. Por años compartimos en los mismos escenarios. Félix Fuentes Medina y yo con esos dos jóvenes como nosotros.
Reportear accidentes de tránsito, acudir al lugar donde se cometía un asesinato, entrevistar a los presuntos responsables, detenidos por agentes del Servicio Secreto o de la Policía Judicial del D.F., exigía la presencia del reportero y el fotógrafo (merecidamente ascendidos a Reporteros Gráficos). El hombre de la cámara, jamás faltaba a cubrir el evento. El reportero podía recabar después la información, con los compañeros de otros diarios.
EL ENCUENTRO CON METINIDES
La tarea del reportero policíaco no era nada sencilla. El Distrito Federal contaba con agencias del Ministerio Público urbanas, numeradas del 1 al 14. Las foráneas eran Tlalpan, Contreras, Álvaro Obregón, Cuajimalpa, Xochimilco, Tláhuac, Milpa Alta, Iztapalapa e Iztacalco. El Departamento del D.F. controlaba la Cruz Verde, el Puesto Central de Socorros (Revillagigedo y Victoria, hoy Centro Histórico) y el Hospital Dr. Rubén Leñero, ubicado cerca del Casco de San Tomás, al norponiente de la Ciudad.
En la esquina de Monterrey y Colima, Colonia Roma, se encontraba el Hospital de la Cruz Roja, de ahí partían las ambulancias de la institución para recoger a los heridos. La Cruz Verde era la única que trasladaba personas fallecidas. Recuerdo la mañana en que llegué a ese hospital y entre los choferes voluntarios me identifique con “Nicolás”. Después sabría que se apellidaba Metinides y tenía un hermano de nombre Enrique que tenía permiso para viajar en las ambulancias y fotografiar en el lugar de los hechos.
FOTÓGRAFO DESDE NIÑO
La verdad no recuerdo cómo fue el primer encuentro con Enrique Metinides. Tal vez en el patio del edificio de la Cruz Roja o en un viaje de ambulancia. El caso es que en ese mismo enero de 1960, Enrique llegó a La Prensa. Se le comunicó al director del diario, Manuel Buendía, que un voluntario de la mencionada institución nos regalaba fotos relacionadas con las notas policíacas. Pancho Picco era el jefe del Departamento de Fotografía y permitió que Metinides revelara e imprimiera sus fotos en el laboratorio del diario.
Al principio no hubo ningún pago para Enrique y desde entonces entabló buena amistad conmigo y con mi compadre Félix Fuentes, a quien le pedía que él redactara la nota con los datos que había reporteado. Esto perduró por años. Nuestro compañero adjunto generalmente llegaba en la ambulancia al lugar de los hechos y reporteaba con mucha sapiencia. Lo veíamos siempre atento. Es importante precisar que el fotógrafo de planta era el siempre recordado y muy querido “El Greñas”, “Mardolfo Rotinez”, el mismo vacilador Rodolfo Martínez Martínez
Nunca hubo problema por el trabajo de Rodolfo y de Enrique. Nunca se despertó envidia profesional. Grandes amigos los dos. Ahora me entero, lo confieso, que Enrique desde sus primeros años de la adolescencia le gustaba fotografiar y que su papá le regaló una cámara. No hay constancia de que, como se publicó recientemente en Raformas, que a los 11 años le publicaron en La Prensa sus primeras fotos.
Por supuesto que en La Prensa había más fotógrafos, uno de ellos fue, mencionado antes, el audaz y temerario Rodolfo Martínez Martínez. Agustín “El Chino” Pérez (El Nochi Rezpe de La Sapren), Lalo Quiroz, Malaquías “El Malaco” Ramírez, Raúl Hernández Flores y Arturo Flores Murillo. Vicente Camargo era el fotógrafo de “la patrulla”, de las 19 horas al cierre de la edición.
Un equipo de primera. Lalo y Rodolfo murieron el domingo 25 de enero de 1970, al estrellarse el avión en la campaña del candidato presidencial Luis Echeverría Álvarez. Lalo ya era de la planta de El Heraldo de México. Durante años Jaralambos Enrique Metinides Tsironides fue parte de ese grupo de destacados profesionista que ahora conocemos como Reporteros Gráficos.
Metinides nació en febrero de 1934 en el Distrito Federal. Hijo de padres griegos. Nunca se separaba de su cámara. No había horario en su labor. Muchas ocasiones llegué por él a su casa, vivía en la calle Bonampak casi con Eugenia (hoy Eje 5 Sur), en la Colonia Narvarte. Su trabajo no quedó en el olvido. Montó exposiciones en Madrid, España; en Nueva York, en el Reino Unido, así como en Guadalajara, en el Museo 4 Caminos del Estado de México y en el Museo del Estanquillo, en la Ciudad de México.
EL MISTERIOSO JAUBERT
Para mí siempre fue un hombre especial. Aparentaba ser extrovertido. Tenía la sonrisa a flor de labios. Gustaba hacer chistes. Bromista. Al mismo tiempo, Sergio Jaubert no hablaba de su familia. Eludía preguntas sobre su lugar de nacimiento y su edad. Para todo sabía responder con vaguedades. No dejaba de ser simpático, bueno para la tertulia y mantenía hermetismo.
Un avanzado mediodía al llegar a la oficina de prensa, en el segundo piso de la Jefatura de Policía, ubicada en la Plaza Tlaxcoaque, encontré sentado sobre el escritorio a un joven alto, espigado, que bajo el brazo izquierdo tenía un portahojas de papel blanco. Sonriente y sin más soltó un “buenas tardes”. La única que estaba en la oficina era la secretaria, Crucita, quien comentó que “el joven los espera a ustedes”.
Alrededor de las dos de la tarde ya estábamos casi todos los reporteros policíacos y el responsable de la oficina, Joaquín Villasana y Alonso, a la vez reportero del diario El Nacional y jefe de Relaciones Públicas del Nacional Monte de Piedad.
Pronto se ambientó el recién llegado. Empezó a trazar caricaturas de los reporteros y de los fotógrafos. No paraba en preguntar sobre el Servicio Secreto, la mejor policía investigadora que ha tenido México y reconocida internacionalmente. Sergio al oír que nadie conocía a un presunto delincuente, dijo: “Si hay un testigo, alguien que lo conozca, yo hago el retrato”.
SURGE EL RETRATO HABLADO
Ahí en esa pequeña oficina policíaca, Sergio Jaubert hizo un primer “retrato hablado”. Recibió la descripción de una persona ya aprehendida por los agentes. El trabajo no fue fácil y requirió un poco de tiempo. Finalmente se corroboró que el dibujo apuntaba en mucho a la identidad del presunto delincuente.
Se dio publicidad en las páginas de los diarios capitalinos, los llamados de circulación nacional, al trabajo que realizaba el joven Jaubert. En la entonces Jefatura de la Policía Preventiva del D.F., a la que pertenecía el Servicio Secreto, de hecho nacía una nueva herramienta para la investigación policíaca y pronto cobraría carta de naturalización en la Ciudad de México, extendiéndose a las policías estatales.
Reconocido el sistema del “retrato hablado”, en la década de los años 70 ya era parte de las investigaciones que practicaban los servicios forenses. En Estados Unidos apareció el “Identikit” que lo formaron con imágenes fabricadas de diferentes partes del rostro humano y así se combinaban ojos, cejas, pómulos, pestañas, nariz, orejas. Formaban un “retrato hablado”.
En la actualidad, según me informé, hay programas informáticos especializados y superados cada vez más, cuyas fuentes están cargadas de dibujos de cada una de las características de los rostros de hombres, mujeres, niños, jóvenes y así se logran identificaciones de personas desaparecidas, extraviadas, de delincuentes. Además ahora ya inclusive se tiene la obra de los escultores que elaboran bustos basados en datos que recaban de historiadores. Pintores, diseñadores gráficos y arquitectos entran a un campo que se originó gracias a Sergio Jaubert.
Dejé de compartir tareas diarias con nuestro amigo y personaje de este comentario, porque pasé a cubrir otras fuentes informativas. Sergio siguió con su vida de artista bohemio. Se dedicó a estudiar y supe que fue un extraodinario fisonomista, que realizó estudios de antropología y de criminalística. Fue invitado a impartir clases, a dar conferencias sobre los temas que dominaba. Lo llamaron “lector del rostro”, en virtud de manifestar que “lo que pensamos, se refleja en el rostro”.
Faltaban unos minutos para que terminara el año 2018, cuando murió Sergio. Leí que lo acompañaban sus familiares y que el cuerpo fue inhumado en el Panteón Jardín de Santa Fe. Insisto, para mí, hasta el último día de su existencia, un hombre del misterio.
Como los grandes artistas, su nombre y su obra perduran. En Avenida Universidad 1330, Colonia del Carmen, Coyoacán, está el Museo del Retrato Hablado. Para visitas, hacer cita al teléfono 55 5669 6015.
LOS DOS ATENTADOS VS JUAN PABLO II
Primero un sicario turco y después un sacerdote español atentaron contra la vida del Sumo Pontífice Juan Pablo II. El terrorista turco asegura que está arrepentido y convertido al catolicismo. El madrileño reniega de su religión, desde 2000 quedó libre.
Ambos sucesos coinciden en día y mes, difieren en año: 13 de mayo de 1981 y de 1982. En la Plaza de San Pedro, en El Vaticano, y frente al altar de la Virgen de Fátima, en Portugal, los respectivos escenarios.
Hace 41 años Mehmet Ali Agca intentó asesinar al Papa Juan Pablo II, mezclado entre los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro. El terrorista, de 23 años de edad, disparó cuatro veces contra Su Santidad, quien iba de pie en su automóvil y saludaba a la grey católica. Se desplomó e inmediatamente fue atendido por quienes le acompañaban. Las balas le perforaron el estómago, el brazo derecho y superficialmente la mano izquierda.
Mehmet fue detenido por una monja, dos cardenales y el jefe policíaco de El Vaticano, Camilo Cibien. Mientras Juan Pablo II recibía atención médica, el frustrado asesino declaraba que tenía dos cómplices y uno de ellos no pudo activar una bomba para crear confusión y propiciar la fuga. Se le identificó como Oral Celik. Fueron contratados por el militar búlgaro Zilo Vassilev, quien a su vez recibió la orden del mafioso turco Bekir Celenk. Nadie reveló el móvil del crimen.
Desde el primer día del atentado, Juan Pablo II le perdonó a Ali Agca y por su intervención, el terrorista recibió el indulto por el presidente de Italia, Carlo Azoglio Ciampi. El turco fue deportado a su país, en el año 2000. Hace poco dicho sujeto visitó la tumba de su víctima y depositó un ramo de flores blancas. Buscó ser recibido por el Papa Francisco, pero rechazaron la solicitud.
EN EL ALTAR DE FÁTIMA
En su visita a Portugal, en mayo de 1982, Juan Pablo II determinó ir al Templo de Nuestra Señora de Fátima. La intención, dar gracias a la Santísima Virgen por haberle salvado la vida en el atentado sufrido precisamente el año anterior. Estaba postrado frente al altar, cuando un individuo que vestía ropa de sacerdote se aproximó y le enterró la punta de una bayoneta, hiriéndole de atrás hacia adelante, del lado derecho del cuerpo.
Resulta que el autor del atentado, un madrileño de 32 años, tres años antes se ordenó como sacerdote. Se llama Juan María Fernández Krohn, quien ahora dice tener la nacionalidad belga. Por supuesto que fue expulsado de la Iglesia Católica. Ese individuo ha despotricado contra la religión cristiana, lo que causó mucho dolor a su familia que es muy religiosa. Juan María esta libre; se casó y se sabe que es experto en artes y literatura.
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