*“Aprendió a distinguir entre aquellos a los que golpean cuando ladran, de los que huyen. En cuanto supo amenazar a los débiles y lambisconear a los poderosos, fue convertido en perro guardián. Como no estaba encadenado, llevó una buena existencia de perro, mordiendo cuando fue el más fuerte, o sólo amenazando cuando era el débil”
Gregorio Ortega Molina
El matiz está en el título del texto que propongo. No refiere al alma humana, tampoco a la de la mujer. A la del hombre. La propuesta me es ajena, está en las notas para el curso de filosofía de Alain.
Me detengo en la diferencia, puesto que es importante determinarla en el comportamiento -durante la vida profesional, familiar, incluida la actitud política- entre unas y otros. No a todos los perros les ponen alma de hombre, como tampoco todos los hombres se conducen como perros.
Aquellos que hayan tenido o tengan un perro en casa, saben a lo que me refiero. La mayoría, sin importar raza, disciplina ni condición, son agradecidos. Los hombres no, salvo excepciones, son capaces de manifestar en público, en el presente y en el futuro, o cuando las condiciones lo requieran, ese agradecimiento tan importante y oportuno, a favor de quien les tendió la mano, o en beneficio de algún familiar. Quien lo hace, se dice de él que es bien nacido.
Lo usual indica que, cuando de figurar, ganar dinero o acumular reconocimientos se trata, los hombres se comportan como perros. La frase es coloquial: “ya le dieron hueso”.
Vladimir Putin actúa como un mastín, mientras que se víctima, Volodímir Zelenski, se quedó como perro sin dueño, y permanece en la desesperada búsqueda de que las naciones amigas, esas que lo tentaron con ingresar a la OTAN o hacerlo parte de la Comunidad Europea, al menos le echen un pial, con el propósito de que pueda asirse a una realidad, aunque sea fingida.
Escribió Alain: “Pronto, sus previsiones estuvieron del otro lado del umbral (los errores de traducción son míos); aprendió a distinguir entre aquellos a los que golpean cuando ladran, de los que huyen. En cuanto supo amenazar a los débiles y lambisconear a los poderosos, fue convertido en perro guardián. Como no estaba encadenado, llevó una buena existencia de perro, mordiendo cuando fue el más fuerte, o sólo amenazando cuando era el débil.
“Un día que daba vueltas ladrando porque no podía alcanzase la cola, su alma de hombre despertó. Vio que trataba de morderse a él mismo, y supo por qué no lo lograba. Este descubrimiento lo nulificó: ¿no soy un animal?”
Los que corren tras el hueso y se humillan para lograrlo, al lamer las manos del tío Andrés Manuel, son fácilmente identificables. Y no se lo agradecerán.
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