martes, diciembre 3, 2024

ISEGORÍA: L@s científic@s: una crisis de raíz del sistema educativo

Sergio Gómez Montero*
Mi abuelo me legó
una calma maliciosa
Stéphane Bataillon: “Poesía”

Sé, de antemano, que el terreno que piso es resbaloso y plagado de escollos (el lombardismo, que aún existe con variantes diversas), pero que él, desde tiempo atrás, está vigente, como una parte relevante precisamente del sistema educativo que nos legó el neoliberalismo y que ya, desde tiempo atrás, entre otros, Pierre Bourdieu se encargó de poner en picota en varios de sus libros, por la manera burda y ruin conque en las comunidades de científicos de su país (Francia) el elitismo y la meritocracia operaban como mecanismos de exclusión y privilegio que ponía al trabajo desarrollado por esas comunidades al servicio del poder. Mecanismos que, de una u otra manera, contaminaban el trabajo de todas las comunidades educativas, desde los sistemas de educación inicial hasta los sistemas de educación superior e investigación. El que hoy, explosivamente, tal sistema de privilegios mal habidos sea sometido –sólo una parte de él– a investigación judicial, es porque él, tal sistema, hizo mal uso, en exceso, de los bienes que la Nación destinaba a él, y que se concentraban en lo que, en el tiempo pasado anterior, se llamaba y se llama el Conacyt y varias de sus instancias. Aunque no sólo allí.
Pero eso existía –de una manera burda y en exceso en la investigación que realizaban las instancias que concentraba el Conacyt–, decía, con diferentes disfraces, en todos los niveles educativos del país, en donde el elitismo y la meritocracia movilizaban el trabajo docente, que había olvidado así formas menos pragmáticas para reconocer el valor de su función. Sistemas tales como la carrera magisterial, en la educación básica, era una competencia que dotaba de grandes privilegios a quien lograba inscribirse en ella, para ser calificado por instancias sindicales y de autoridad, que nada tenían que ver con el verdadero trabajo educativo, y quienes eran finalmente las encargadas –esas instancias sindicales y de autoridad– de otorgar el estímulo a quienes, según ellas, se destacaban a la hora de desempeñar su trabajo o lograban méritos profesionales que les daban más capacidades para desarrollarlo.
De lado quedaba, en esos sistemas elitistas y meritocráticos, el reconocimiento de los pares, el consejo de ancianos o el trabajo colegiado como instancias encargadas de calificar con objetividad los quehaceres profesionales.
Por otro lado, como escribe Bourdieu, ellos, los investigadores deben, hoy, estar conscientes de que ellos, “El investigador no es ni un profeta, ni un faro intelectual. Debe inventar un nuevo rol, muy difícil: debe escuchar, debe investigar e inventar; debe tratar de ayudar a los organismos que tienen por misión -cada vez con menor fuerza, lamentablemente, incluso los sindicatos- resistir la política neoliberal; debe darse como tarea asistirlos proveyéndolos de instrumentos” (“Los investigadores y el movimiento social”). Es decir, quedarse sólo en lo judicial, es ver con muy poca perspectiva lo mucho que encierra lo que hoy se intenta dirimir.
A las partes involucradas les falta reconocer lo mucho que encierra, pues, lo que hoy se discute: una verdadera crisis, una más, educativa nacional.

*Profesor jubilado de la UPN/Ensenada
gomeboka@yahoo.com.mx

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