MIGUEL ÁNGEL FERRER
Esta película ya está muy vista. Hoy la vemos nuevamente en Nicaragua. Pero ya la hemos mirado en Cuba, Chile, Panamá, Venezuela, Bolivia. Y también en otras latitudes: Vietnam, Irán y Ucrania. El libreto es el mismo, aunque sean diferentes los actores y la escenografía.
Estados Unidos decide derrocar a un gobierno extranjero insumiso y comienza una campaña mediática internacional de satanización del gobierno objetivo. Acto seguido instruye a su embajador para, con mucho dinero, organizar y fomentar una oposición interna.
Algo así como Guillermo Endara en Panamá o, sucesivamente, Henrique Capriles, Leopoldo López y Juan Guaidó en Venezuela. Esta oposición, obviamente, es calificada como democrática por Estados Unidos, aunque no esté presente en ella el pueblo que dice representar y abunden los apellidos de conspicuos personajes de la oligarquía nativa y de algunos intelectuales al servicio de Washington. ¿Le suenan al lector los nombres Carlos Fernando Chamorro y Sergio Ramírez y Gioconda Belli?
Pero ahora viene la tarea más difícil: calentar la calle, es decir, armar pequeños brotes de una ficticia insurrección popular. Algo así como las tristemente célebres guarimbas venezolanas, las que con abundante apoyo mediático internacional son presentadas como el pueblo insurreccionado, con la salvedad de que el pueblo no aparece por ninguna parte.
Al mismo tiempo la campaña mediática debe presentar a los agentes de Washington como límpidos demócratas. Guardando las proporciones que haya que guardar, se parecen mucho a conocidos personajes de la oposición mexicana. Como Claudio X. González, confeso y documentado receptor de cuantiosos recursos económicos de la embajada de Estados Unidos en México.
O como Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín que, quizás con menos talento, reproducen en tierra azteca los papeles de Sergio Ramírez o Gioconda Belli.
Parece, sin embargo que las tareas encomendadas por Washington a sus cipayos locales no marchan por buen camino. No han logrado ni apoyo ni atención del probadamente sandinista pueblo nica.
¿Qué hacer? ¿Organizar otra contra, como en los años ochenta? ¿Pedir abiertamente la intervención militar estadounidense? ¿Asesinar a Daniel Ortega? ¿Atraer al pueblo sandinista al movimiento antisandinista? ¿Reeditar con nuevas caras el somocismo? ¿O, por lo menos, el chamorrismo reaganista de doña Violeta?