Carlos Galguera Roiz
No, el mensaje desde los tramos en el Camino de Santiago, que acabo de culminar, junto con dos peregrinos peculiares, diferentes, viejos entrañables amigos, no es, no puede ser, el relato de esfuerzos grandes, paisajes cambiantes, albergues diversos, comidas variadas, desayunos similares, encuentros múltiples, cansancio inmenso…
La cuestión tiene, para mí, un calado muy especial, un trasfondo humano de tal calibre, que su huella no podrá ser borrada; no pretendo contar, para empezar, una hazaña deportiva, ni mucho menos, lo primero debo decir que los tres protagonistas de esta travesía de Santander a Oviedo, con sus “acoplamientos” logísticos, tenemos más de 82 años, con preparaciones y circunstancias diferenciales…
Como consecuencia de estas, implementamos diversas estrategias, para afrontar tamaño reto, incluyendo apoyos sin los cuales este recorrido hubiera sido imposible, al menos para mí, ante mi situación sanitaria de catarro persistente…
El calado especial, que señalo más arriba, es lo que quiero esbozar, para dar cabal sentido a esta marcha, tres veteranos, tres historias, múltiples derivadas…que hemos podido intercambiar de alguna manera cercana a lo largo del recorrido, en diversas ocasiones…
El punto de arranque en cada jornada, de las 8 consecutivas vividas, se iniciaba después de dormir en albergues, posadas y alguna mansión, que pudimos disfrutar a plenitud…
Las noches han sido, para mí, en bastantes ocasiones como tormentos chinos; compartes estancia, incluyendo ruidos, luces apagadas, cuidado para no molestar, tanteando paredes en tus desplazamientos…
Dos de nosotros teníamos contratado servicio de Correos para traslado de mochilas, apoyo fundamental, que funcionó muy bien, en cualquier caso cada jornada tenías que deshacer y rehacer los mil bártulos que llevas, incluyendo el saco de dormir, que me generaba los primeros laberintos del día.
Bueno, la parte más interesante de esta aventura residió en los paseíllos, charlas conjuntas que hacíamos por las tardes, a veces, menos frecuentes, durante la marcha, dados los diferentes ritmos en las caminatas…
Mis recuerdos, en estos niveles de comunicación, son gratos, interesantes, a veces profundos…; con nuestras visitas a los templos del Camino, fueron generando una camaradería inolvidable, en la que cada uno
sacaba, según sus querencias y momentos, algunas sensaciones, intuiciones, recuerdos vitales… ; en fin, ambiente sorprendentemente enriquecedor.
Santander, Santillana, Comillas, Colombres, Llanes, Pria, Oviedo… innumerables encuentros, interesantes intercambios…un largo rosario de espacios y tiempos, repletos de comunicación, yo diría indescriptibles, plenos de sinceridad, matices, soledades compartidas…
Pudimos disfrutar, regalo extra, cercanía de Míguel y Carlos, hermanos y entrañables viejos amigos, que fueron a Santillana y Colombres desde Santander, en dos escapadas, quedando plenamente integrados en el Espíritu de nuestro Camino…
Es un breve esbozo lo que cuento, pero el resultado de esta aventura, me ha resultado maravillosamente enriquecedor y en estos momentos que escribo estas letras, por si fuera poco, me encuentro físicamente restablecido; siento una intima indescriptible felicidad… a pesar del brutal cansancio que he tenido que ir superando.
De pronto, asumidos altibajos anímicos y físicos, incluyendo la dificultad de ir “disolviendo” los esfuerzos, en algún lugar de mi subconsciente, sorprendentemente, van apareciendo luces…
La llegada a Oviedo, donde nos sorprendió una tormenta enorme, fue el último aviso de este tramo del Camino que deja, yo creo a los tres peregrinos, amigos, una huella difícil de olvidar…
Conste, por mi parte.