Fernando Irala
Finalmente llegó –y pasó— la fecha que millones de mexicanos habían esperado por lo menos desde el año pasado, la de la jornada electoral de medio camino, a partir de la cual la ciudadanía habrá emitido un mandato de confirmación del rumbo emprendido, o muy probablemente un grito urgente de rectificación.
Escritas estas líneas antes del cierre de casillas y de que empiece a fluir la información de los múltiples sentidos del voto, todo parece muy normal.
Desde la instalación masiva de casillas en todo el territorio nacional, lo cual es el primer y básico indicio de normalidad, hasta los hechos deleznables que ya avanzado el siglo XXI no dejan de ocurrir, como la eliminación sangrienta de decenas de candidatos de todo el abanico político por sus adversarios a lo largo del proceso electoral, o el robo de boletas y la violencia para impedir que transcurra la votación, en la víspera y el mismo día de los comicios.
A partir de hoy y los días siguientes, la democracia mexicana, tan golpeada por sus beneficiarios, pasará la última aduana de esta etapa: tras los conteos, revisiones y ajustes, viene la tarea de declarar a quienes hayan ganado en cada municipio o alcaldía, en cada entidad de las que corresponda, y a quienes vayan a integrar los congresos estatales y la Cámara de Diputados federal.
El reto es que ese proceso culmine conforme a las reglas establecidas, y queden en el pasado las viejas acusaciones de fraude, o la costumbre de no reconocer a los triunfantes.
Sería terrible que esas prácticas intentaran mantenerse, sobre todo desde el poder.
Veremos qué ocurre, y si los malos augurios antes de la elección se quedan en eso.
A los resultados finales, que determinarán la conformación del nuevo mapa político mexicano, y la estratégica correlación de fuerzas en la Cámara de Diputados, nos podremos abocar en nuestras siguientes colaboraciones.