miércoles, diciembre 11, 2024

Geopolítica de México para el norte de África

Especial exclusivo para Almomento

Pedro Díaz de la Vega G.

Al iniciar el 2021 el alcance geopolítico de México es mucho mayor que el de hace 42 años. Su relevancia en términos territoriales, poblacionales, económicos, políticos y culturales es mucho más reconocida fuera de sus fronteras que, incluso, dentro de ellas. Su presencia en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a partir del 1 de enero y hasta el 31 de diciembre del 2022, por quinta ocasión desde que empezó a funcionar el mecanismo, representa una buena ocasión para revisar un tema que ha permanecido casi en el olvido, toda vez que el continente africano ocupará el cincuenta por ciento de la Agenda del Consejo.

A lo largo de más de un año y medio, el gobierno de México ha construido su agenda para el Consejo de Seguridad, pero no de manera unilateral. Dicha preparación incluyó consultas bilaterales con los países que ocupan una silla permanente en el Consejo, además de otros países, y numerosas reuniones de trabajo con académicos, especialistas, ONG’s y miembros del Servicio Exterior Mexicano. En enero del 2021 Túnez preside el Consejo de Seguridad, lo cual nos hace recordar la historia diplomática de México en la región.

¿La 4T en el Sahara?
¿Qué tienen en común Porfirio Muñoz Ledo y Manuel Bartlett? ¿Qué tenían en común hace 45 años? Ambos políticos se identifican con el Movimiento Regeneración Nacional (Morena), actualmente en el poder; ambos eran miembros del partido gobernante en los setenta, el Partido Revolucionario Institucional (PRI); ambos realizaron estudios doctorales de Derecho en Francia; ambos fueron secretarios de Educación Pública. Resulta difícil imaginarlos tanto en sus muchas confrontaciones, como en sus múltiples coincidencias. El primero, como un joven político impetuoso; el segundo, más joven aún, más mesurado en sus actuaciones públicas. Ambos fueron actores de una confrontación que se desarrolló a 9 mil kilómetros de distancia: una trama que pudo ser escrita por un novelista.

En los años setenta del siglo pasado había dos bloques y tres mundos. A partir de esa peculiar interpretación de la realidad se tomaban decisiones que afectaban la vida de millones de seres humanos. En México, cuyo gobierno encabezaba al inicio de esa década Luis Echeverría Álvarez (1970-1976), se vivía una extraña geometría política: el presidente no se sentía cómodo como parte del bloque capitalista, ni mucho menos se identificaba con el bloque socialista; por ello decide abanderar el Tercer Mundo, bajo un esquema de “países no alineados”, en un extraño juego de equilibrios. Por ejemplo, México mantenía una cordial relación con Cuba, pero una fracción de la izquierda interna había sido orillada a la clandestinidad y, en la práctica, incluso el ala menos extremista estaba proscrita. Luego del golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende, México rompe relaciones con Chile y acepta a los refugiados políticos de ese país y de varios más del Cono Sur, pero sus propios opositores de izquierda sufren el exilio. Ante esta esquizofrénica realidad, el gobierno de México llevó a cabo una de las acciones más peculiares en la historia de su diplomacia: el reconocimiento del Frente Popular de Liberación de Saguía el Hamra y Río de Oro (Polisario por su acrónimo).

Mohamed Basiri

Los orígenes del problema
El 17 de junio de 1970 se celebra una reunión en la pequeña ciudad de El Aaiun, organizada por Mohamed Basiri, originario de Beni Mellal (centro de Marruecos), quien pertenecía a la misma raíz tribal de algunos de los clanes asentados en el desierto. Esa reunión pacífica fue reprimida por una compañía del Tercio español (cuerpo militar muy cercano al dictador Francisco Franco, con el que México no mantenía relaciones diplomáticas), con un saldo de cuatro muertos, según algunos historiadores. El 10 de mayo de 1973 se forma en la localidad fronteriza de Zuérate (Mauritania) el Frente Polisario, con el propósito de poner fin al colonialismo español en ese territorio.

Ese movimiento armado se conforma con un número importante de dirigentes originarios de Marruecos, e incluso hijos de militares del ejército marroquí, que compartían raíces tribales con grupos sociales residentes en la zona bajo dominio español. Al inicio del movimiento se integraron ciudadanos de los paises limítrofes del territorio disputado, aunque su ideología todavía no estaba muy clara, ni tampoco sus objetivos; era una amalgama de pasiones de todo tipo. Un par de años más tarde, con financiamiento argelino, la organización se muda a Tinduf. Así Argelia redirige las orientaciones de ese movimiento, acaba con los dirigentes originales y, de esta manera, simplemente toma las riendas del Frente Polisario.

Ese año la situación de la región evoluciona rápidamente: se firma el acuerdo tripartita de Madrid, entre España, Marruecos y Mauritania, que establece como fecha límite de descolonización el 28 de febrero de 1976. El texto, de apenas 234 palabras, con la firma de Juan Carlos de Borbón, Príncipe de España, se publica el 20 de noviembre de 1975 en el número 278 del Boletín Oficial del Estado español… el mismo día de la muerte de Franco. Ese día, en los círculos de los exiliados republicanos en México se celebra animadamente el fin de la dictadura, y el gobierno mexicano suspira aliviado, pues prevé el fin del conflicto más reciente, ocurrido apenas en septiembre de 1975. El día 22 de ese mes José López Portillo es nombrado candidato a la Presidencia. El 27, a menos de dos meses de la muerte de Franco, “miembros del grupo Euskadi Ta Askatasuna (País Vasco y Libertad) son fusilados por terrorismo. El gobierno del presidente Luis Echeverría cancela los vuelos entre Madrid y la Ciudad de México, cierra la Oficina de Negocios de España en el país y la representación de la agencia de noticias EFE. El gobierno franquista contesta cerrando la Oficina Mexicana en Madrid, principalmente abocada al turismo y al comercio.

Durante todo el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX África había sido un continente casi olvidado por la diplomacia mexicana. Es en este territorio y en estas circunstancias que hace su aportación personal José Joaquín Ernesto del Sagrado Corazón de Jesús Madero Vázquez, también conocido como Maderowsky, reportero y diplomático militante que representó a México entre septiembre de 1974 y abril de 1977 como Embajador ante el gobierno de Argelia, concurrente para Marruecos y Túnez, con residencia en Argel. Los diez años durante los cuales había sido el principal representante de México en Moscú, y los tres años en los que se habría de desempeñar como embajador de México en La Habana, justo al regreso de su misión en Argel, identifican el ambiente en el que desarrolla sus gestiones y definen el origen del apodo que se ganó entre sus pares. Su militancia se perfiló claramente cuando el gobierno de Argelia inició gestiones para que fuera otorgado el reconocimiento a la República Árabe Saharahui Democrática (RASD), como nación independiente; el apoyo del gobierno argelino en esta estrategia diplomática, digámoslo de una vez, distaba mucho de ser desinteresado; la salida a las costas atlánticas mostraba un claro e inteligente objetivo geopolítico como apuesta al futuro.

En su bien documentado ensayo México y el Sahara Occidental, el Embajador Andrés Ordoñez, afirma que Madero “era un convencido portador del mensaje tercermundista del presidente Echeverría”, quien había organizado su sucesión bajo la premisa de que podría seguir controlando a secretarios de Estado y gobernadores, toda vez que él los había colocado en las posiciones que asumirían a partir del 1 de diciembre de 1976. Sin embargo, la investigación en los archivos diplomáticos realizada por el Embajador Ordoñez, muestra que “la diplomacia mexicana tuvo serias reticencias con relación al proyecto RASD y rehusó dar entrada a los intentos de acercamiento al Frente Polisario apoyado por el gobierno argelino”.

¿Cómo fue entonces que el gobierno mexicano terminó por reconocer a la RASD? Hasta estos acontecimientos, México había mantenido una política muy coherente con respecto a los regímenes no constituidos legalmente, como el emblemático caso de la España franquista.

El reconocimiento se explica por una serie de errores cometidos por funcionarios que poco o nada estaban al tanto de la realidad de esa región del mundo, y que decidieron comprar un problema que consideraban bastante alejado de su país en una época en la que la globalización no era sino ciencia ficción, y también por el muy mexicano “sistema métrico sexenal”, que operaba en algunos casos por encima de instituciones con mayor espíritu de cuerpo.

Es útil recordar que España nunca reconoció oficialmente al Polisario ni a la RASD. Ninguna organización internacional reconoce al Polisario, excepto la OUA, por influencia de Argelia, pues en aquella época muchos países recobran su independencia y gravitan ideológicamente alrededor de la Unión Soviética que ofrecía cooperación en muchos ámbitos a esas nuevas naciones. Tampoco la ONU reconoce al Frente Polisario, ni siquiera como observador.

Santiago Roel García

En cuanto la nueva administración federal mexicana toma posesión, en diciembre de 1976, los esfuerzos para lograr el reconocimiento a la RASD por parte del gobierno de Argelia, a través de su embajada en México, y de la embajada de México en ese país, se redoblan. Era evidente que el embajador Madero Vázquez era proclive a los deseos del gobierno de Argel y su insistencia fue recibida con una nota del director general del Servicio Diplomático, Manuel Bartlett, enviada al nuevo canciller, Santiago Roel: “sobre el particular, comunico a usted que dicha República Árabe Democrática Saharahui es inexistente…”, y añadía: “…me permito hacer hincapié en que el Frente Polisario está llevando a cabo un movimiento armado para reivindicar territorios que forman parte de Marruecos y Mauritania, países con los que el nuestro mantiene relaciones diplomáticas”. El posicionamiento, claro y apegado a la política exterior vigente, dejaba muy clara la postura de México ante aquella petición. Cabe recordar que en ese momento México no sólo lideraba la narrativa tercermundista, sino que la exploración petrolera pronto colocaría al país como dueño de algunos de los yacimientos más prolíficos del planeta.

Un año después, en diciembre de 1977, de acuerdo con los archivos de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), un funcionario de la RASD y al mismo tiempo dirigente del grupo rebelde Polisario, seguía insistiendo en ser recibido por las más altas autoridades mexicanas para invitar al Presidente a que asistiera a los festejos de la proclamación de la RASD. La diplomacia mexicana encontró la forma de evadir tal invitación instruyendo al director general de Asuntos Diplomáticos a que hiciera del conocimiento de los convocantes que “al C. Presidente de la República, debido a compromisos adquiridos con anterioridad, le es imposible asistir a la celebración de dicho acontecimiento”, y la despacha a través del nuevo embajador ante el gobierno de Argelia, Óscar González César, político afín a Porfirio Muñoz Ledo, que pasó de ser jefe de departamento en el complejo industrial de Ciudad Sahagún a embajador en Argel. El 25 de febrero de 1978 por medio de un télex ofrece explicaciones del porqué participa en dicha celebración, aduciendo “principios primordiales política exterior mexicana” (sic). El 27 de febrero se transmite el desconcierto a Manuel Bartlett por la actuación del embajador González y dos días después, el 1 de marzo de 1978, el propio embajador informa que cumplió la “…comisión encargada a suscrito para representar a C. Presidente de la República en celebración segundo aniversario…” de la RASD; agrega que concurrieron representantes del PRI y del efímero Partido Socialista de los Trabajadores (vinculado posteriormente a Muñoz Ledo), así como periodistas mexicanos.

En un mensaje cifrado, el 3 de marzo el subsecretario José Juan de Olloqui llama a cuentas al embajador y corrige su interpretación de la doctrina Estrada, al tiempo que lo conmina a explicar por qué llevó a cabo acciones no instruidas por sus superiores y realizó con ellas el reconocimiento no de un gobierno, como lo marca la doctrina más preciada de la política exterior mexicana, sino el reconocimiento de una fuerza beligerante (Polisario).

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