Por Mouris Salloum George
Destruir la identidad de un pueblo es una tarea inconcebible, y como dijo el torero en la plaza de Las Ventas: lo que no puede ser, no pude ser, y además, es imposible. Entre los recuerdos ancestrales del mexicano se encuentra una que no debe ni puede soslayarse: el culto a los muertos, forma parte indisoluble de nuestra personalidad colectiva.
La Catrina, Xantolo y La Huesuda.- como las conocemos desde tiempos inmemoriales forman parte de nuestra identidad, de nuestra visión plástica, popular y estética. Desde el punto de vista histórico, son la imagen viva de una sociedad convulsa y profundamente desigual.
La Catrina desnuda a los metecos, los que con rostros indígenas y mestizos, descendientes de la mezcla con España y África, no encontraban su lugar en el nuevo mundo. Hurtaron símbolos, ropajes y enseres huyendo de la identidad que los une inconfundiblemente con todos los demás.
Nos remiten a Guadalupe Posadas, el que con su Calavera Garbancera retrató a los prófugos de las razas que pretendían ser europeos renegando de sus herencias y de sus culturas que llevaban; decía el ilustre artista, “en los huesos, pero con sombrero francés con sus plumas de avestruz”.
Diego Rivera les dio un atuendo secular. En su magno lienzo ” Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”, el genial sapo convirtió a La Catrina vestida de gala, bebiendo pulque, montada a caballo, en fiestas de alta sociedad o en trajinera, para recordarnos los contrastes ineludibles de la cultura multicromática.
Retratando al catrín de la época porfirista, al lagartijo, al representante y prestanombres de las compañías extranjeras que saciaban apetitos con nuestra riqueza patrimonial. En las estampas nacionales, la muerte encabeza los rituales, desde la cuna hasta la tumba.
Es la imagen viva del dolor y del aguante del pueblo ante las feroces invasiones, siempre en busca de la identidad agraviada, extraviada a voluntad por los depredadores de toda ocasión, de toda estofa, de toda época; es el trasunto esencialmente nuestro, puede ser la llorona, la guerrillera de la Reforma, la Adelita, o quien queramos que sea.
Posadas apuntó: “la muerte es democrática, ya que a fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, el toda la gente acaba siendo calavera”. Las calaveras literarias o poéticas están escritas con lenguaje satírico y son textos que reflejan el espíritu y la festividad del mexicano frente a la muerte; pocos países del mundo tienen tradiciones tan arraigadas.
Nadie como los personajes de Catrina, Huesuda y Xantolo recogen las expresiones clásicas de Quintiliano para retratar nuestro propio ángulo sobre la patria profunda, desde la muerte en carretera de López Velarde, hasta las fiestas de Todos los Santos de nuestros días. Siempre hemos convivido con la muerte y sus artes.
En el surrealismo mexicano, tan laureado, se disfraza de cacique atrabiliario, poderoso coyote, señor de horca y cuchillo, dueño de vidas y haciendas, funcionario vende patrias, confesor religioso vendido al mejor postor, periodista taimado, menajeros de secretos.
Para nosotros, pactar con la muerte o con el diablo, es la costumbre. Lo recordamos entrañablemente en los jolgorios que hacemos con flores de cempasúchil, sahumerios de eróticos olores y altares de tepejilote. Siempre platicamos con el diablo y con la muerte, cuando le pedimos folclóricamente a las “ánimas que no amanezca, porque estoy como quería”, agarrando la jarra con sotol, ixtabentum, bacanora o tequila.
La Huesuda, Xantolo y La Catrina nunca nos han dejado de acompañar durante nuestra apretada vida, ni en los momentos miserables de la muerte, cuando empeñamos hasta los retratos de familia para comprar el cajón y la fosa, y poder enterrar o cremar a nuestros seres queridos en su última estancia.
Por todo ello, y mucho más, en estos momentos difíciles de la patria, las tradiciones están enterradas en nuestros huesos.
*Director General del Club de Periodistas de México, A.C.