Francisco J. Siller
Llegamos al Segundo Informe de Gobierno, sin embargo los resultados de 21 meses de gobierno no estuvieron a la altura de las expectativas. Durante 50 minutos leyó en el Patio de Honor del Palacio Nacional, un texto al que faltó un diagnóstico de la realidad cotidiana que vive el país.
Faltó la autocrítica y el sentido de seguridad que da el manejo de la verdad, por terrible que esta sea. El presidente vive en un mundo ideal cercano a su utopía personal basada en ese modelo de país moralizado y en el que la riqueza se reparta de abajo hacia arriba y no al revés.
Andrés Manuel López Obrador mostró sus mejores intenciones por sacar a México del bache ocasionado por las crisis de salud y económica causadas por la pandemia del Covid-19, pero sus intenciones no solo quedaron cojas, sino que faltó el reconocimiento de aquello que se ha hecho mal, a destiempo.
Quedó a deber a los mexicanos el hablar de la realidad que nos aqueja en cuestiones de seguridad y combate al narcotráfico, de la corrupción, a la que mira con los ojos puestos en el pasado, en gobiernos que cataloga como neoliberales y a los que hay que perseguir, no por venganza, sino por convicción.
Precisamente su segundo informe lo basó en estos cuatro ejes primordiales, pero no profundizó, ni en cifras, ni en acciones contundentes que avizoren una mejoría para los mexicanos. Solo buenos deseos, sin acciones de gobierno, sin planes que se aparten de sus programas sociales.
Nada diferente a la perorata de las mañaneras —de las que lleva 442— en 640 días de gobierno, más bien fue un informe basado en la necesidad de echar las campanas al vuelo, pleno de promesas, algunas falsedades y afirmaciones poco comprobables.
El presidente está convencido que “no es para presumir pero en el peor momento contamos con el mejor gobierno”. Que la mejor manera de evitar retrocesos en el futuro depende mucho de continuar con la revolución de las conciencias para lograr a plenitud un cambio de mentalidad.
Estoy cierto que Andrés Manuel López Obrador es un hombre bien intencionado. Por algo ha ganado gran popularidad, con un manejo impresionante de su comunicación con sus electores. Sin embargo mantiene una óptica en la que solo él es poseedor de la verdad absoluta y así quiere transmitirla al pueblo de México.
Abrió su discurso con el tema de la corrupción, la que calificó de peste que originó la crisis en México. Dijo estar convencido que moralizar es transformar y consideró que principal legado de su gobierno será purificar la vida pública así como cimentar un gobierno austero.
López Obrador mostró su cara amable y sus buenos deseos al referirse a la crisis económica provocada por la pandemia, pero evitó hablar de aquella que viene arrastrando desde 2019. Él cree que ya pasó lo peor, que se están recuperándolos empleos perdidos y que vamos comenzando a crecer.
Obvió un diagnóstico real de nuestra economía, del PIB que este año tendrá un número negativo de dos dígitos, de la recesión que nos está afectando, de los doce millones de ciudadanos que se incorporaron a las filas de la pobreza. Prefiere pensar que ya pasó lo peor y que vamos para arriba.
Su optimismo lo lleva a la retórica de los auto antónimos y de la antifrasis, con conceptos como la apreciación del peso, cuando debió referirse a la devaluación de nuestra moneda o a la creación de empleos, cuando el punto es que del millón perdido, se han recuperado 98 mil. Sirvan estos temas de ejemplo.
El presidente incluso se colgó un par de medallas que no le corresponden, como lo es el de las remesas que provienen de los mexicanos en el extranjero o del TMEC con Canadá y Estados Unidos, cuyo éxito se basa en la relación de la iniciativa privada y la industria del país y no en acciones de gobierno.
De todos es sabido que su relación con los empresarios no es buena, que los batea cada vez que puede, que los ignora a excepción del llamado grupo de los 10, que encabeza Carlos Slim. Eso sí les reconoció la buena disposición de aumentar el salario mínimo e incrementar las pensiones de los trabajadores.
En otro de sus ejes, el de la corrupción, López Obrador evitó mencionar los dichos de Emilio Lozoya, aún cuando si se refirió a la consulta para juzgar a los expresidentes, pero ya no la mencionó a ésta como indispensable, que las autoridades responsables desahoguen el asunto con absoluta libertad.
Qué de ser necesario, se celebre una consulta para conocer la opinión del pueblo, de la que además dijo que respetará el fallo popular, sea cual sea, porque en la democracia el pueblo decide y por convicción ”me he propuesto mandar obedeciendo…”
Asegura que se registra una baja del orden del 30 por ciento en promedio en diversos delitos, excepto en los homicidios dolosos y extorsión, que se vinculan a la llamada delincuencia organizada, pero olvidó decir que son precisamente éstos los que más afectan al pueblo de México.
Un tema que no podía dejar de lado y que se vincula al pretendido juicio de los expresidentes, fue lo que él denomina como fraude electoral, tras perder las elecciones al competir con Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. ”Estoy convencido del tremendo daño que ocasionan las autoridades impuestas”.
Por eso se reformó la Constitución — dijo sereno— y se castigará con cárcel y sin derecho a fianza a quien utilice el presupuesto público en beneficio de partidos y candidatos o adultere el carácter libre y democrático de las elecciones.
De sus enemigos políticos, que lo han atacado más que a Francisco I. Madero, dijo que están enojados porque ya no hay corrupción y perdieron privilegios; sin embargo, gozan de una absoluta libertad de expresión y ello es prueba de que hoy se garantizan las libertades y el derecho a disentir.
Merece la pena destacar la intención presidencial —porque lo pintan de cuerpo completo— de no apartarse en lo esencial del espíritu, de creer que las acciones gubernamentales son expresión de sus sueños, de un país que ha ofrecido desde hace muchos años, de lo que debe de ser un mundo justo y fraterno.
Y piensa que al cumplir dos años de su mandato habrán quedado firmes las bases de la transformación, que ya no dará marcha atrás para seguir gobernando con rectitud y amor al pueblo porque ese es el camino para contar siempre con su respaldo.
Este segundo —o séptimo informe— se da cuando la aprobación presidencial esta en un punto alto, 57 por ciento, al mismo nivel que Vicente Fox y cinco puntos abajo de la popularidad presidencial de ambos en tiempos de su segunda comparecencia ante la nación.