Luis Alberto García / Sapporo, Japón
* El asedio a la ciudad portuaria, según Richard Connaughton
* Severa censura a los corresponsales de guerra.
* Descripciones de Roy Mallory, David Jones y Dieter Kranz.
* Únicamente enviaban lo que merecía saberse.
* Escenas dantescas en las trincheras de la Cota 203.
* Posiciones rusas bajo el fuego de ametralladoras y cañones.
La guerra terrestre de Japón contra un enemigo indeciso como su soberano, el zar Nicolás II de Rusia, comenzó cuando la 12.ª División del Ejército Imperial nipón y la vanguardia de la 2.ª desembarcaron en Chemulpo, entre el 17 y el 22 de febrero de 1904, para avanzar hacia el Norte hasta el río Yalu.
A partir del 13 de marzo, la llegada de tropas y suministros se trasladó al puerto de Chinampo y, para el 29, todo el Primer Ejército -incluidas las divisiones 2.ª, 12.ª y la Guardia Imperial-, ya había desembarcado en Corea, península que desató ambiciones territoriales y se convirtió en manzana de la discordia de imperialistas rusos y japoneses, de acuerdo con Richard Connaughton.
El politólogo de Cambridge con formación militar en Sandhurst, explica que esa solamente era un ala de la ofensiva japonesa, porque también desembarcaron tropas cerca de Pitzuwo y dos ejércitos más, uno de los cuales, el Tercero, tenía por misión asediar y conquistar Port Arthur, base naval rusa situada en Manchuria, territorio chino arrendado a Rusia.
“La operación iba a resultar mucho más larga y compleja de lo previsto -precisa el historiador inglés-; pero todo, finalmente, se llevó a cabo sin que los rusos intervinieran, pues la intención de sus comandantes era permitir el desembarco de los efectivos japoneses, en la idea de que los atacantes se limitarían a llegar hasta el río Yalu sin avanzar más”.
Narra que los japoneses avanzaron tierra adentro, en momentos en que el almirante Evgueni Alexéiev analizaba las lecciones que proporcionaría el conflicto que apenas empezaba, y los corresponsales enviados de los más importantes periódicos estadounidenses y europeos tenían que enfrentar, por órdenes del zar, una censura inmediata y restrictiva.
Sin embargo –recuerda Connaughton-, Dieter Kranz, enviado de Der Spiegel de Berlín reveló que los rusos -al mando del general Alexander Kuropatkin-, cuyos periódicos se sujetaban a la narrativa oficial con frecuencia publicaban todo lo que merecía saberse.
“Algo curioso era que ambos adversarios coincidían en la forma de tratar a los enviados especiales que acompañaban a las fuerzas combatientes; es decir, que se supervisaban severamente sus despachos telegráficos”.
Situado en Manchuria entre China y Corea, Port Arthur fue el eje del choque entre los imperios en el Lejano Oriente; pero una de las batallas más cruentas ocurrió en Nanshan luego de que los japoneses cruzaran el río Yalu sin mayor oposición rusa, dado que Evgueni Alexéiev, virrey del territorio manchú, se había mostrado confiado y triunfalista.
“No hay territorio ni población –dijo Alexéiev- a los que debamos dar importancia como para permitir que los de ojos rasgados derroten a nuestras vanguardias”; pero el general Kodama, jefe del Estado Mayor del Ejército japonés en Manchuria, sí se planteó seriamente la posibilidad de ganar la primera batalla de esa guerra de sorpresas.
“Los ecos de la batalla de Nanshan resonarán a la distancia, y se aproxima el día en que los despiadados asiáticos se apresten a contar los detalles de una segura victoria”, escribió Roy Mallory, corresponsal de The Times de Londres, sobre lo que estaba presenciando.
David Jones, enviado del Daily Telegraph, también de la Gran Bretaña, narró que el general Tetryakov, al frente de la Cota 203 cercana a Nanshan, describió cómo sus soldados, parapetados en trincheras profundas que los hacía sentir seguros de los obuses de 280 mm., entraron en pánico: “Los más jóvenes padecieron ataques de nervios y empezaron los suicidios”
Ese grado de dramatismo y violencia había alcanzado la situación para la superioridad zarista, que posteriormente permitió a los periodistas extranjeros que acompañaban al III Ejército de Tetryakov visitar la Cota 203 luego de ser retomada por éste.
Jones envió los siguientes párrafos a Londres: “La visión de estas trincheras llenas de brazos y piernas, cuerpos desmembrados y cabezas desprendidas, todos ellos mezclados y endurecidos en masas compactas, es una de las escenas más espantosas que se pueda imaginar”
Y prosiguió: “Las expresiones de los rostros y las cabezas desperdigadas lejos de los cuerpos decapitados dan idea de la magnitud despiadada de aquel bombardeo de horror concentrado en las fosas defensivas, y quedarán grabadas en los más profundos recovecos de quienes las vimos, no acostumbrados a este tipo de escenas”.
Estas se multiplicarían por miles en Ypres, Verdún, Reims y otros campos de batalla llenos de cadáveres irreconocibles en el Norte de Francia y el Sur de Bélgica entre junio de 1914 y noviembre de 1918, cuando la Primera Guerra Mundial arrasó con una parte de la humanidad en otra disputa entre rusos, franceses, estadounidense e ingleses, turcos, austriacos, alemanes e italianos.
Nanshan se rindió el 5 de enero de 1905, luego de una tarea que le había sido imposible a los defensores rusos por el fuego concentrado de la infantería japonesa concentrada y bien posicionada, que atacó sin piedad y acabó con absolutamente todos los efectivos colocados al borde de unas débiles trincheras que fueron fácilmente desbordadas.
“Los nipones –refirió David Jones- habían avanzado hasta las posiciones rusas, asediadas por las ametralladoras y los cañones enemigos, con una artillería de campaña que no cesaba de disparar, que golpeaba de lleno, en combates tan violentos que en el agua y en el fango se hicieron rojos, al tiempo de que lo que quedaba del Ejército de Rusia, huía y dejaba atrás a centenares de muertos”
Esa descripción puede aplicarse a cualquiera de los muchos intentos de tomar Nanshan y otros puntos estratégicos del frente de guerra, que finalmente cayeron en manos del Ejército de Japón, cuyos soldados entonaban las estrofas de “Es fácil cruzar los ríos Yalu y Aí”, himno de un triunfo incontestable para un imperio que día a día veía más cercana la victoria.